sábado, 25 de abril de 2015

Cuento: "BUSCANDO INSPIRACIÓN" SEGUNDA PARTE, FINAL. de Fernando Edmundo Sobenes Buitrón.

Hola, hoy deseo compartir con ustedes la segunda parte (final) de mi novela de terror: "BUSCANDO INSPIRACIÓN." Ojala que sea de vuestro agrado.


http://elvisitantemaligno.blogspot.com/2015/04/cuento-buscando-inspiracion-segunda.html




BUSCANDO INSPIRACIÓN
SEGUNDA PARTE


(Para móvil)

(Todos los derechos reservados)

El dolor del golpe en la frente así como los rasguños en mi cuerpo pasaron a segundo lugar, estaba furioso. McDowell causó ese fatal accidente debido a su egoísmo y estupidez. Provocó la desaparición de Cindy y la muerte de dos jóvenes, a los que ni siquiera acudió a socorrer. Di la vuelta poseído por el vengativo demonio de la ira y me dirigí a descargarla con el malnacido que nos hizo volcar. Caminando lo más rápido que me fue posible debido a mi condición física, llegué hasta donde se hallaba la pareja de sobrevivientes.
            Cerré mis puños con la intención de  propinar una paliza al autor de toda esa desgracia y me detuve a dos pasos de éste tomando impulso para atacarle; pero  el llanto de Vampirella me hizo detener posando mis ojos sobre ésta. La muchacha cubría la parte derecha de su cabeza  con la prenda de vestir de McDowell respirando con rapidez y de manera intermitente, como si le faltara el aire. Me acerqué a ella y pese a la oscuridad, pude comprobar que un hilo escarlata descendía desde su cabeza, justo en el lugar que tenía abrigado e iba descendiendo por el cuello, empapándole el hombro y el  brazo de aquel lado de su anatomía.
— ¿Cómo te sientes?—le pregunté, mientras ésta temblaba sin control y con los ojos desbordados por el llanto.
Supongo que su temor era algo normal al ver mi deplorable apariencia, retrocediendo dos pasos y abriendo los ojos cual copos de nieve. Me hallaba embarrado de pies a cabeza de una extraña mezcla de suciedad y sangre seca; apestando como si hubiera emergido de un muladar, además de la enorme tumefacción sobre mi frente que desfiguraba mi rostro dándome el aspecto del “hombre elefante”. Sin embargo, más pudo su necesidad de ayuda, que la hizo depositar su confianza olvidando mi aspecto y desagradable olor. 
— ¡Me…duele! — exclamó con suavidad.
Toqué su rostro con mi palma y pude notar que estaba frío, casi helado.
—Déjame ver qué tienes allí—le indiqué, separando con cuidado la chaqueta de su cabeza, a lo que  la joven no opuso resistencia…
Cuando tomé la prenda de vestir me di cuenta que estaba anegada en sangre; parecía una esponja que drenaba gotas de aquel líquido  viscoso por uno de los extremos y caía sobre el asfalto. Estupefacto, observé que  la piel de parte del mentón y la mejilla, así como la oreja izquierda de la muchacha habían desaparecido al igual que una porción del cuero cabelludo, ocupando su lugar un espeluznante espacio sanguinolento. Los músculos, tendones y parte de la quijada se  mostraban sin tapujos ante mis horrorizados ojos. La sangre antes ligeramente contenida por el improvisado tapón de cuero, salía con más fuerza sin tener obstáculo alguno que impidiera su desbordamiento sobre el cuerpo de la mujer, empezando a cubrirla cual horroroso sudario carmesí.
Debía controlar la hemorragia de inmediato; era evidente que de no hacerlo, la muchacha moriría en unos minutos a causa del rápido drenaje de su sistema circulatorio. Así que tomé nuevamente la  improvisada venda y le dije que la presionara contra su rostro.
— ¿Qué… qué es lo que tengo? No siento nada…
Tratando de no demostrarle mi consternación, la tomé de la mano ayudándola a sentar a un lado de la carretera.
—Tienes una herida en la cabeza y el rostro. Debes mantener la presión para detener la hemorragia.
— ¿En el rostro? —preguntó. — ¿Me quedará alguna cicatriz?—agregó…
—Vas a estar bien; —mentí—descuida, pronto estarás en el hospital y…
—Tengo sueño…— murmuró y se dejó caer hacia atrás perdiendo el sentido. En tanto el indetenible charco púrpura sobre el suelo, confirmaba que su luz interior estaba siendo ocupada rápidamente por las sombras de la noche eterna.
Sabía que si no hallábamos auxilio médico lo más pronto posible, Vampirella no podría ver el sol de un nuevo día. Estaba agonizando y no había forma de hacer algo. Era necesario salir de aquel lugar a toda costa. Tenía que encontrar ayuda, pero…  
— ¿Egta mmuegta?—preguntó McDowell desde atrás. Se hallaba de pie y pude notar que tenía una herida en la nariz  que al parecer no revestía mayor gravedad. Sin embargo, la lesión en la boca era de otro tenor. El labio inferior estaba partido verticalmente en dos  y colgaba hacia los lados, como  si fuera el hocico de un reptil. Le faltaban algunos dientes y el corte llegaba hasta el centro del mentón. Sin embargo y de manera insólita, la cantidad de sangre que emanaba de aquella abertura no tenía la intensidad que ameritaba la gravedad de su laceración. Hablaba con dificultad; las palabras que trataba de emitir, sonaban como si estuviera haciendo gargarismos debajo del agua. Hasta pensé que había perdido parte de la lengua; pero, al parecer, no fue así.
Al ver la escalofriante y deplorable imagen del joven, mis demonios vengativos y furibundos huyeron de mi cabeza.  Lo único que sentía era la imperiosa necesidad de salvar a la muchacha quien acostada al lado de la carretera, con el rostro destrozado y la vida pendiente de  un hilo parecía no tener posibilidad alguna de sobrevivir; a menos  que la diosa fortuna se apiadara de ésta enviándole algún tipo de favor divino,  que le otorgara el tiempo necesario para ser evacuada a un hospital.
— ¿Egta mmuegta?—volvió a preguntar McDowell sujetando con la mano su malogrado rostro, como si en cualquier instante pudiera separarse de su cuerpo, precipitándose a tierra…
Elevé mis ojos al firmamento tratando de encontrar la solución a esa impresionante y  pavorosa situación. Los hasta hacía unos instante espectrales y férreos celadores grises; por fin habían dejado salir a su dócil prisionera quien ahora, como cenicienta convertida en princesa, hacía acto de presencia cual dueña y señora de la noche. Engalanando a esa parte de la tierra con su esplendorosa y reconfortante iluminación. La luna llena brillaba poderosamente e iluminaba el paisaje con su luz de neón, permitiendo contemplar aquella pesadilla en toda su brutal dimensión. A mi derecha, el fuego continuaba asando de manera inmisericorde a su presa de metal. Hacía rato que la “pareja gótica” debía haberse convertido en un montón de huesos chamuscados que difícilmente señalaban alguna reminiscencia humana. Frente a mí se hallaba un joven malherido que fue el autor de por lo menos dos muertes—hasta ese instante—y la desaparición de una muchacha. A mi espalda, una mujer agonizante vestida de negro y casi sin rostro  reposaba desmayada sobre la tierra; mientras que a mi izquierda, los siniestros e imponentes árboles grises eran testigos de aquella noche de tragedia y muerte.
Volteé agachándome al lado de la joven; toqué su garganta buscando el pulso en su arteria carótida, pero no capté ningún tipo de señal que indicará que aún permanecía en el mundo de los vivos. Vampirella reposaba de lado como si estuviera dormida, aún con la chaqueta cubriendo la herida de su cabeza.
—Sí, está muerta. —Respondí sintiendo que me faltaba la respiración y un nudo en la garganta me impedía tragar con facilidad. McDowell comenzó a llorar, emitiendo unos singulares sonidos a través de su destrozada boca. Poniéndome de pie me acerqué a éste quien comenzó a temblar; no sé si era  a causa del frío, o por el emotivo momento que le embargaba. La joven  ya no existía y no teníamos nada más que hacer en ese lugar; el hombre necesitaba ayuda médica,  —si bien no sangraba profusamente— tenía una herida bastante seria y  necesitaba hidratarse —al igual que yo—. Además; estaba con el torso desnudo y los insectos se iban a ensañar  con su piel al descubierto; así que permanecer en aquel lugar  a la intemperie no era una opción. No tenía idea a qué distancia se hallaba mi vehículo ya que avanzamos rápidamente por unos quince o veinte minutos a más de ciento veinte kilómetros por hora, hasta que chocamos con algo que no pude reconocer. Asimismo, debía encontrar a Cindy. De seguro había salido eyectada del vehículo a causa de la colisión y posterior volcadura. Aunque era bastante probable que estuviera muerta; —por la cantidad de sangre derramada en la cabina de la ranchera—pero, también cabía la posibilidad de encontrarse malherida en algún lado en las proximidades de la carretera.
— ¡Oye!—dije a McDowell—espérame allí—le señalé un lugar cerca de la fogata con la esperanza de que el calor lo aliviara y así poder espantar a los insectos. —Voy a buscar a la muchacha que estaba conmigo. —Agregué— Como un zombi, sujetándose el rostro, el hombre fue al lugar que le indiqué sentándose en el suelo.
Comencé a caminar  por de la carretera regresando hacia el lugar en donde suponía que habíamos arrollado esas “sombras de apariencia humana” con la esperanza de hallar un indicio sobre el paradero de Cindy. Avancé unos pasos hasta que me encontré con “eso”. Era una gran mancha verde oscura que abarcaba casi la totalidad del ancho de la vía y continuaba por unos quince o veinte metros a lo largo de ésta. Con recelo, me agaché y toqué con el dedo índice dicha sustancia comprobando que era viscosa y de un olor fuerte y desagradable que no podía reconocer. Tratando de evitar pisar aquel repugnante rastro anduve por el borde del pavimento. Las salpicaduras de aquel caldo nauseabundo habían llegado hasta los troncos de los árboles y pude observar que en medio de aquel extraño elemento, se hallaban trozos de algo similar a ramas espinosas —no podía determinar con claridad su color, debido a que estaban cubiertos por esa anormal secreción—más; parecían ser de un tono marrón o gris, envueltos en algún tipo de cubierta o tejido transparente: —« ¿Una membrana?—pensé— ¿Plástico, quizás?»—. Sin embargo, justo al centro de aquel repugnante charco, separadas por unos centímetros pude ver algo similar a dos objetos circulares del tamaño de un balón de fútbol levemente sumergidos en ese extraño líquido.
—« ¡Qué demonios!—reflexioné— ¿Con qué rayos chocamos? ¿Qué puede ser esto? ¿Qué podría segregar esa sustancia verde y en tal cantidad? ¿Qué eran esas cosas espinosas? ¿Algún animal? ¿Un ser extraterrestre?...» Mi cabeza daba vueltas tratando de hallar alguna respuesta con sentido a ese irreal escenario.
Continué mi marcha unos pasos con la esperanza de encontrar a Cindy entre la vegetación; fui hacia mi izquierda y luego cruzando la carretera, llegué  hasta el otro extremo pero fue inútil. Lo único que pude ver fue el bosque,  compuesto por un mar de árboles  mostrando su interior lúgubre y atemorizante como el hogar de una bestia en espera de que algún incauto se atreviera a ingresar en ésta, para ser atrapado entre sus siniestras garras. De manera intempestiva, el asqueroso y terrible hedor que hacía más de una hora me envolvió entre sus redes pútridas, llegó hacia mí desde el sur. Esa terrible fetidez, aunada al hedor del caldo desparramado sobre el asfalto, hacía que el aire se volviera casi irrespirable. Una sensación nauseabunda inundó mi ser causando que comenzara a vomitar de forma intempestiva y sin control.
Luego de vaciar mi estómago y soportando la peste a mi alrededor, comencé a volver sobre mis pasos con la intención de verificar el estado de McDowell y proseguir la marcha. El joven permanecía sentado frente a las llamas como si estuviera hipnotizado. Ya no sujetaba su rostro y sus manos estaban apoyadas sobre el piso, al tiempo que su cuello y pecho mostraban la huella del pequeño riachuelo rojo que había cubierto su pecho. Desvié mis ojos hacia el cadáver de la joven y pude sentir que mi cuerpo era atravesado desde la cabeza a los pies por una especie de corriente eléctrica, irguiendo todos mis vellos, impulsados por el miedo de lo que estaba atestiguando.
Veía la espalda de un enorme ser vestido con una guisa de gabardina negra  que lo cubría desde la cabeza a los pies. Tenía unos tres metros de altura por un metro de ancho y se hallaba sobre los restos de Vampirella; poco a poco empezó a inclinarse como si hiciera una reverencia, entretanto dos largas extremidades grises aparecieron de los costados en lo que semejaba ser el tronco de aquella extraña criatura y se fueron curvando como ganchos hasta que sus puntas se orientaron  hacia el cielo. Permanecí en el sitio paralizado momentáneamente por aquella irreal y escalofriante visión, mientras aquella cosa expelía una burbuja verde desde la parte baja del sobretodo y explotaba de forma silenciosa, al tiempo que el ambiente se llenaba de un infecto olor.
—« ¿Qué diantres es eso?—me pregunté, a la vez que continué mi marcha hacia McDowell, quien proseguía  “fuera de este mundo”.
En tanto me aproximaba podía notar, como la parte inferior de aquella cosa se iba inflamando hacia los lados sin dejar de emitir la ampolla fétida que me impedía respirar con normalidad. Cuando llegué al lado de McDowell, pude observar  con nitidez aquel ente que me hizo sentir un terror que jamás había experimentado en mi vida…
El tórax  cubierto por láminas escamosas y distribuidas a lo largo del lomo, era el lugar de donde provenían seis largas y poderosas patas,  similares a ramas con franjas blancas y negras cubiertas de espinas similares a dagas que soportaban el cuerpo de aquella monstruosidad. Se hallaban dobladas formando dos ángulos y separadas —tres a cada lado—a fin de permitirle un mayor agarre y equilibrio, a la vez que las otras dos continuaban apuntando hacia el espacio. La cabeza ovoide tenía a los extremos dos antenas plagadas de pinchos y  terminaba en la parte inferior en una trompa larga y afilada— como una lanza— que había introducido en el pecho del cadáver. Se podía escuchar con claridad el sonido de la succión que hacía el monstruo en tanto absorbía los fluidos, mientras la bolsa adherida a su tronco se iba ensanchando con el líquido rojo sustraído de su presa.  Dos alas transparentes y colmadas de ramificaciones permanecían plegadas e  inmóviles sobre el negro lomo de aquel demoníaco ser.
Sin hacer ruido, para evitar que aquella cosa notara mi presencia, toqué el hombro del McDowell y susurré:
—Debemos marcharnos. Levántate y…
Pero no pude continuar hablando. Algo me empujó con una fuerza extraordinaria arrojándome a  unos metros de distancia, cayendo sobre el costado derecho de mi cuerpo. Poniéndome de pie con rapidez pude ver cómo otra de aquellas abominaciones  perforó con su trompa la espalda de McDowell levantándolo del pavimento como si fuera una liviana marioneta y lo zarandeaba con violencia de un lado a otro; mientras el hombre emitía unos pavorosos gruñidos de dolor tratando de zafarse de la estaca que lo había atravesado.
Tenía que ayudarlo: ¿Pero cómo? Buscando por el pavimento, pude distinguir una pieza de metal desprendida de la ranchera —una parte del parachoques posterior—y, como si fuera un caballero medieval —sin armadura ni caballo—corrí en dirección a la bestia, que había conseguido inmovilizar a su víctima y la tenía contra el piso, empezando llenar su abdomen con el líquido púrpura que le iba extrayendo. Introduje la punta del metal en la bolsa transparente y blanda de aquella aberración y jalé hacia abajo; con fuerza, causando la ruptura de la membrana que literalmente estalló —como un globo de aire—esparciendo una horrible mezcla de sangre, y fluidos cubriéndome de su repugnancia. De inmediato, el monstruo —al parecer producto del dolor de la herida—desplegó sus monumentales alas, comenzando a batirlas con gran velocidad y emitiendo un ruido similar al de un avión. Tuve arrojarme al suelo y  rodar para evitar ser golpeado por el violento aleteo, logrando alejarme unos metros de los estertores del ser quien; herido de muerte trataba de elevarse, logrando tan solo dar unos leves saltos hasta que cayó sobre el piso,  quedando inmóvil con su víctima aún atrapada en su probóscide.
Quise acercarme a comprobar si el hombre aún respiraba, pero me fue imposible. Supongo que debió ser a causa del hedor despedido por el monstruo, o por el sonido del batir de sus alas, o el olor a sangre reinante en el lugar. No lo sé. Pero cuando me disponía a revisar a McDowell, pude notar con el rabillo del ojo, que estaba rodeado por aquellos insectos gigantes y se me acercaban con lentitud, mientras los múltiples zumbidos reinaban en el lugar de manera endemoniada y ensordecedora…
Sin perder el tiempo, empecé a correr como un poseído tratando de llegar a los árboles. Podía ver cómo algunos de esos seres trataban de alcanzarme por los lados, mientras otros tomaban el vuelo iniciando mi persecución para darme caza. No sé cómo pude alcanzar los árboles y continué mi desesperante huida, avanzando en zigzag para evadir la vegetación que se interponía en mi camino. Las frondosas copas de los árboles casi impedían el paso de los rayos de la luna, y me iba adentrando cada vez más entre la impresionante penumbra, en tanto podía escuchar con nitidez el sonido de los monstruos volando sobre mi cabeza, incapaces de poder penetrar la tupida vegetación.
Por el momento me sentí a salvo. Estaba convencido que en tierra, aquellas cosas no tendrían la velocidad para alcanzarme; además, su gran tamaño les impedía moverse con facilidad entre la espesura. Mientras me mantuviera bajo esa tupida vegetación estaría fuera de peligro. Por lo que, casi sin aliento me senté sobre la hierba húmeda, entre dos árboles y por fin pude descansar. Los zumbidos no cesaban y mi corazón latía con tal rapidez que parecía una locomotora a toda velocidad y sin frenos. Respiraba por la boca a toda prisa, estaba hiperventilándome. Así que traté de serenarme para evitar perder el sentido. Ahora sabía que podían seguir mi aroma y por eso me detectaban con facilidad.  Por ello no podía salir a campo abierto, si lo hacía, sería mi final. Debía esperar a que el sol hiciera acto de presencia a fin de que las criaturas dejaran de perseguirme y así volver a la carretera logrando…
Los sonidos de ramas crujiendo en el entorno me sacaron de mis cavilaciones. Comencé  a observar en detalle a través de la vegetación pero solamente podía ver siluetas que  los exiguos rayos de claridad  proyectaban cuando lograban  atravesar la capa de espesura. Permanecí observando un tronco a un par de metros del lugar donde me encontraba que tenía una particularidad; una de  sus ramas en lugar de apuntar hacia arriba, estaba orientada en sentido contrario. —«  !Qué extraño…! »—me dije—  Seguí mirando los árboles y volví a encontrar otra de aquellas ramas singulares, que por un momento debido al reflejo de la luna pareció moverse.  En ese momento la brisa aumentó  su fuerza comenzando a mecer las plantas a mí alrededor. Sin embargo, me puse de pie y me dirigí hacia una de aquellas plantas. Estaba próximo a tocarla cuando se movió ligeramente; dejando ver la cabeza divida por una franja con sus ojos a los lados compuestos por miles de pequeñas celdas similares a un panal de abejas que miraban de forma terrible, irreal y carente de sentimientos; como si tratase de decir:—“ No es nada personal, solo deseo alimentarme de ti. Me gustaría decirte que no sentirás malestar alguno. Que solamente será un pinchazo, como se le dice a un niño que empieza a lloriquear cuando le van a colocar una inyección al ver la aguja que atravesará la suave piel de su nalga o brazo; pero no te voy a mentir. Te perforaré con mi afilada trompa desgarrando tu piel, músculos y es posible que hasta los huesos. Como es flexible recorreré tu interior buscando una arteria, ya que tus venas son muy angostas para lograr conectarme. Lamentablemente para ti significará que tendré que moverla con cuidado tocando quizás; mmm… vamos, ¡a quién engaño! Despedazando cualquiera de tus órganos que se cruce en mí camino. Luego empezaré a extraer tu sangre y todos los líquidos que llevas en tu interior y me los beberé hasta la última gota secándote totalmente. No será rápido e indoloro. Me tomará un tiempo poder saciar mi desmesurado apetito y sí, te dolerá. Sentirás el peor dolor que jamás has podido experimentar…”
Retrocedí sin dejar de contemplar aquella abominación que se me acercaba lentamente entre los árboles. Otros monstruos me cerraban cualquier ruta de escape, sabía que estaba a punto de morir. No tenía fuerzas para correr ni seguir luchando y podía sentir la hediondez que emanaba de los demenciales seres que estaban a punto de asesinarme mientras los zumbidos aumentaban en intensidad. Levanté la cabeza para ver por última vez a la luna, pero el enramado techo no me permitía ver más allá de éste. En ese instante todo comenzó a dar vueltas rápidamente y caí al piso justo cuando uno de los monstruos se disponía a clavar su aguda trompa en mi pecho y todo se volvió negro…
Una imperceptible claridad comenzó a surgir del profundo abismo de penumbras en el que me hallaba inmerso en la forma de diminutas nubes grises que iban aclarándose cada vez más. Separé mis párpados lentamente hasta que por fin pude abrir los ojos por completo. Desde arriba, la luna blanca y majestuosa brillaba indiferente acompañada por luceros lejanos que aparecían empequeñecidos ante la belleza de la diva de la noche permitiéndome estar bajo su maravillosa luz nuevamente. Me enderecé en el asiento enfrentando al desierto blanco  frente a mis ojos, al tiempo que el cursor proseguía con su inquebrantable guiño, pero ahora ya no se trataba de una burla, ni de un desafío. Se había transformado en una señal de complicidad y satisfacción. Sí; ambos sabíamos de lo que se trataba y sonreí a la pantalla dejando que mis dedos cobraran vida propia, pulsando las clavijas permitiéndome escuchar esa música que me hacía volar, plasmando en la hoja digital dos palabras: BUSCANDO INSPIRACIÓN…

FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN



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