Hola, hoy deseo compartir con ustedes la segunda parte (final) de mi novela de terror: "BUSCANDO INSPIRACIÓN." Ojala que sea de vuestro agrado.
BUSCANDO
INSPIRACIÓN
SEGUNDA PARTE
(Para móvil)
(Todos los
derechos reservados)
El
dolor del golpe en la frente así como los rasguños en mi cuerpo pasaron a
segundo lugar, estaba furioso. McDowell
causó ese fatal accidente debido a su egoísmo y estupidez. Provocó la
desaparición de Cindy y la muerte de
dos jóvenes, a los que ni siquiera acudió a socorrer. Di la vuelta poseído por
el vengativo demonio de la ira y me dirigí a descargarla con el malnacido que
nos hizo volcar. Caminando lo más rápido que me fue posible debido a mi
condición física, llegué hasta donde se hallaba la pareja de sobrevivientes.
Cerré mis puños con la intención de propinar una paliza al autor de toda esa
desgracia y me detuve a dos pasos de éste tomando impulso para atacarle;
pero el llanto de Vampirella me hizo detener posando mis ojos sobre ésta. La muchacha
cubría la parte derecha de su cabeza con
la prenda de vestir de McDowell
respirando con rapidez y de manera intermitente, como si le faltara el aire. Me
acerqué a ella y pese a la oscuridad, pude comprobar que un hilo escarlata
descendía desde su cabeza, justo en el lugar que tenía abrigado e iba
descendiendo por el cuello, empapándole el hombro y el brazo de aquel lado de su anatomía.
—
¿Cómo te sientes?—le pregunté, mientras ésta temblaba sin control y con los
ojos desbordados por el llanto.
Supongo
que su temor era algo normal al ver mi deplorable apariencia, retrocediendo dos
pasos y abriendo los ojos cual copos de nieve. Me hallaba embarrado de pies a
cabeza de una extraña mezcla de suciedad y sangre seca; apestando como si
hubiera emergido de un muladar, además de la enorme tumefacción sobre mi frente
que desfiguraba mi rostro dándome el aspecto del “hombre elefante”. Sin
embargo, más pudo su necesidad de ayuda, que la hizo depositar su confianza olvidando
mi aspecto y desagradable olor.
—
¡Me…duele! — exclamó con suavidad.
Toqué
su rostro con mi palma y pude notar que estaba frío, casi helado.
—Déjame
ver qué tienes allí—le indiqué, separando con cuidado la chaqueta de su cabeza,
a lo que la joven no opuso resistencia…
Cuando
tomé la prenda de vestir me di cuenta que estaba anegada en sangre; parecía una
esponja que drenaba gotas de aquel líquido viscoso por uno de los extremos y caía sobre
el asfalto. Estupefacto, observé que la
piel de parte del mentón y la mejilla, así como la oreja izquierda de la
muchacha habían desaparecido al igual que una porción del cuero cabelludo,
ocupando su lugar un espeluznante espacio sanguinolento. Los músculos, tendones
y parte de la quijada se mostraban sin
tapujos ante mis horrorizados ojos. La sangre antes ligeramente contenida por
el improvisado tapón de cuero, salía con más fuerza sin tener obstáculo alguno
que impidiera su desbordamiento sobre el cuerpo de la mujer, empezando a
cubrirla cual horroroso sudario carmesí.
Debía
controlar la hemorragia de inmediato; era evidente que de no hacerlo, la muchacha
moriría en unos minutos a causa del rápido drenaje de su sistema circulatorio. Así
que tomé nuevamente la improvisada venda
y le dije que la presionara contra su rostro.
—
¿Qué… qué es lo que tengo? No siento nada…
Tratando
de no demostrarle mi consternación, la tomé de la mano ayudándola a sentar a un
lado de la carretera.
—Tienes
una herida en la cabeza y el rostro. Debes mantener la presión para detener la
hemorragia.
—
¿En el rostro? —preguntó. — ¿Me quedará alguna cicatriz?—agregó…
—Vas
a estar bien; —mentí—descuida, pronto estarás en el hospital y…
—Tengo
sueño…— murmuró y se dejó caer hacia atrás perdiendo el sentido. En tanto el indetenible
charco púrpura sobre el suelo, confirmaba que su luz interior estaba siendo ocupada
rápidamente por las sombras de la noche eterna.
Sabía
que si no hallábamos auxilio médico lo más pronto posible, Vampirella no podría ver el sol de un nuevo día. Estaba agonizando
y no había forma de hacer algo. Era necesario salir de aquel lugar a toda
costa. Tenía que encontrar ayuda, pero…
— ¿Egta
mmuegta?—preguntó McDowell desde
atrás. Se hallaba de pie y pude notar que tenía una herida en la nariz que al parecer no revestía mayor gravedad. Sin
embargo, la lesión en la boca era de otro tenor. El labio inferior estaba
partido verticalmente en dos y colgaba
hacia los lados, como si fuera el hocico
de un reptil. Le faltaban algunos dientes y el corte llegaba hasta el centro del
mentón. Sin embargo y de manera insólita, la cantidad de sangre que emanaba de
aquella abertura no tenía la intensidad que ameritaba la gravedad de su laceración.
Hablaba con dificultad; las palabras que trataba de emitir, sonaban como si
estuviera haciendo gargarismos debajo del agua. Hasta pensé que había perdido
parte de la lengua; pero, al parecer, no fue así.
Al
ver la escalofriante y deplorable imagen del joven, mis demonios vengativos y
furibundos huyeron de mi cabeza. Lo
único que sentía era la imperiosa necesidad de salvar a la muchacha quien acostada
al lado de la carretera, con el rostro destrozado y la vida pendiente de un hilo parecía no tener posibilidad alguna de
sobrevivir; a menos que la diosa fortuna
se apiadara de ésta enviándole algún tipo de favor divino, que le otorgara el tiempo necesario para ser
evacuada a un hospital.
— ¿Egta
mmuegta?—volvió a preguntar McDowell
sujetando con la mano su malogrado rostro, como si en cualquier instante
pudiera separarse de su cuerpo, precipitándose a tierra…
Elevé
mis ojos al firmamento tratando de encontrar la solución a esa impresionante
y pavorosa situación. Los hasta hacía
unos instante espectrales y férreos celadores grises; por fin habían dejado
salir a su dócil prisionera quien ahora, como cenicienta convertida en
princesa, hacía acto de presencia cual dueña y señora de la noche. Engalanando
a esa parte de la tierra con su esplendorosa y reconfortante iluminación. La
luna llena brillaba poderosamente e iluminaba el paisaje con su luz de neón,
permitiendo contemplar aquella pesadilla en toda su brutal dimensión. A mi
derecha, el fuego continuaba asando de manera inmisericorde a su presa de metal.
Hacía rato que la “pareja gótica” debía haberse convertido en un montón de
huesos chamuscados que difícilmente señalaban alguna reminiscencia humana.
Frente a mí se hallaba un joven malherido que fue el autor de por lo menos dos
muertes—hasta ese instante—y la desaparición de una muchacha. A mi espalda, una
mujer agonizante vestida de negro y casi sin rostro reposaba desmayada sobre la tierra; mientras
que a mi izquierda, los siniestros e imponentes árboles grises eran testigos de
aquella noche de tragedia y muerte.
Volteé
agachándome al lado de la joven; toqué su garganta buscando el pulso en su
arteria carótida, pero no capté ningún tipo de señal que indicará que aún permanecía
en el mundo de los vivos. Vampirella reposaba
de lado como si estuviera dormida, aún con la chaqueta cubriendo la herida de
su cabeza.
—Sí,
está muerta. —Respondí sintiendo que me faltaba la respiración y un nudo en la
garganta me impedía tragar con facilidad. McDowell
comenzó a llorar, emitiendo unos singulares sonidos a través de su destrozada
boca. Poniéndome de pie me acerqué a éste quien comenzó a temblar; no sé si era
a causa del frío, o por el emotivo momento
que le embargaba. La joven ya no existía
y no teníamos nada más que hacer en ese lugar; el hombre necesitaba ayuda médica, —si
bien no sangraba profusamente— tenía una herida bastante seria y necesitaba hidratarse —al igual que yo—. Además;
estaba con el torso desnudo y los insectos se iban a ensañar con su piel al descubierto; así que
permanecer en aquel lugar a la
intemperie no era una opción. No tenía idea a qué distancia se hallaba mi
vehículo ya que avanzamos rápidamente por unos quince o veinte minutos a más de
ciento veinte kilómetros por hora, hasta que chocamos con algo que no pude
reconocer. Asimismo, debía encontrar a Cindy.
De seguro había salido eyectada del vehículo a causa de la colisión y posterior
volcadura. Aunque era bastante probable que estuviera muerta; —por la cantidad
de sangre derramada en la cabina de la ranchera—pero, también cabía la
posibilidad de encontrarse malherida en algún lado en las proximidades de la
carretera.
— ¡Oye!—dije
a McDowell—espérame allí—le señalé un
lugar cerca de la fogata con la esperanza de que el calor lo aliviara y así
poder espantar a los insectos. —Voy a buscar a la muchacha que estaba conmigo.
—Agregué— Como un zombi, sujetándose el rostro, el hombre fue al lugar que le
indiqué sentándose en el suelo.
Comencé
a caminar por de la carretera regresando
hacia el lugar en donde suponía que habíamos arrollado esas “sombras de
apariencia humana” con la esperanza de hallar un indicio sobre el paradero de Cindy. Avancé unos pasos hasta que me
encontré con “eso”. Era una gran mancha verde oscura que abarcaba casi la totalidad
del ancho de la vía y continuaba por unos quince o veinte metros a lo largo de
ésta. Con recelo, me agaché y toqué con el dedo índice dicha sustancia comprobando
que era viscosa y de un olor fuerte y desagradable que no podía reconocer.
Tratando de evitar pisar aquel repugnante rastro anduve por el borde del pavimento.
Las salpicaduras de aquel caldo nauseabundo habían llegado hasta los troncos de
los árboles y pude observar que en medio de aquel extraño elemento, se hallaban
trozos de algo similar a ramas espinosas —no podía determinar con claridad su
color, debido a que estaban cubiertos por esa anormal secreción—más; parecían
ser de un tono marrón o gris, envueltos en algún tipo de cubierta o tejido
transparente: —« ¿Una membrana?—pensé— ¿Plástico, quizás?»—. Sin embargo, justo
al centro de aquel repugnante charco, separadas por unos centímetros pude ver
algo similar a dos objetos circulares del tamaño de un balón de fútbol
levemente sumergidos en ese extraño líquido.
—«
¡Qué demonios!—reflexioné— ¿Con qué rayos chocamos? ¿Qué puede ser esto? ¿Qué
podría segregar esa sustancia verde y en tal cantidad? ¿Qué eran esas cosas
espinosas? ¿Algún animal? ¿Un ser extraterrestre?...» Mi cabeza daba vueltas
tratando de hallar alguna respuesta con sentido a ese irreal escenario.
Continué
mi marcha unos pasos con la esperanza de encontrar a Cindy entre la vegetación; fui hacia mi izquierda y luego cruzando
la carretera, llegué hasta el otro
extremo pero fue inútil. Lo único que pude ver fue el bosque, compuesto por un mar de árboles mostrando su interior lúgubre y atemorizante
como el hogar de una bestia en espera de que algún incauto se atreviera a
ingresar en ésta, para ser atrapado entre sus siniestras garras. De manera
intempestiva, el asqueroso y terrible hedor que hacía más de una hora me
envolvió entre sus redes pútridas, llegó hacia mí desde el sur. Esa terrible
fetidez, aunada al hedor del caldo desparramado sobre el asfalto, hacía que el
aire se volviera casi irrespirable. Una sensación nauseabunda inundó mi ser
causando que comenzara a vomitar de forma intempestiva y sin control.
Luego
de vaciar mi estómago y soportando la peste a mi alrededor, comencé a volver
sobre mis pasos con la intención de verificar el estado de McDowell y proseguir la marcha. El joven permanecía sentado frente
a las llamas como si estuviera hipnotizado. Ya no sujetaba su rostro y sus
manos estaban apoyadas sobre el piso, al tiempo que su cuello y pecho mostraban
la huella del pequeño riachuelo rojo que había cubierto su pecho. Desvié mis
ojos hacia el cadáver de la joven y pude sentir que mi cuerpo era atravesado
desde la cabeza a los pies por una especie de corriente eléctrica, irguiendo
todos mis vellos, impulsados por el miedo de lo que estaba atestiguando.
Veía
la espalda de un enorme ser vestido con una guisa de gabardina negra que lo cubría desde la cabeza a los pies.
Tenía unos tres metros de altura por un metro de ancho y se hallaba sobre los restos
de Vampirella; poco a poco empezó a
inclinarse como si hiciera una reverencia, entretanto dos largas extremidades
grises aparecieron de los costados en lo que semejaba ser el tronco de aquella
extraña criatura y se fueron curvando como ganchos hasta que sus puntas se
orientaron hacia el cielo. Permanecí en
el sitio paralizado momentáneamente por aquella irreal y escalofriante visión,
mientras aquella cosa expelía una burbuja verde desde la parte baja del
sobretodo y explotaba de forma silenciosa, al tiempo que el ambiente se llenaba
de un infecto olor.
—«
¿Qué diantres es eso?—me pregunté, a la vez que continué mi marcha hacia McDowell, quien proseguía “fuera de este mundo”.
En
tanto me aproximaba podía notar, como la parte inferior de aquella cosa se iba
inflamando hacia los lados sin dejar de emitir la ampolla fétida que me impedía
respirar con normalidad. Cuando llegué al lado de McDowell, pude observar con
nitidez aquel ente que me hizo sentir un terror que jamás había experimentado
en mi vida…
El tórax
cubierto por láminas escamosas y distribuidas
a lo largo del lomo, era el lugar de donde provenían seis largas y poderosas
patas, similares a ramas con franjas
blancas y negras cubiertas de espinas similares a dagas que soportaban el
cuerpo de aquella monstruosidad. Se hallaban dobladas formando dos ángulos y
separadas —tres a cada lado—a fin de permitirle un mayor agarre y equilibrio, a
la vez que las otras dos continuaban apuntando hacia el espacio. La cabeza
ovoide tenía a los extremos dos antenas plagadas de pinchos y terminaba en la parte inferior en una trompa
larga y afilada— como una lanza— que había introducido en el pecho del cadáver.
Se podía escuchar con claridad el sonido de la succión que hacía el monstruo en
tanto absorbía los fluidos, mientras la bolsa adherida a su tronco se iba ensanchando
con el líquido rojo sustraído de su presa. Dos alas transparentes y colmadas de
ramificaciones permanecían plegadas e inmóviles
sobre el negro lomo de aquel demoníaco ser.
Sin
hacer ruido, para evitar que aquella cosa notara mi presencia, toqué el hombro
del McDowell y susurré:
—Debemos
marcharnos. Levántate y…
Pero
no pude continuar hablando. Algo me empujó con una fuerza extraordinaria
arrojándome a unos metros de distancia,
cayendo sobre el costado derecho de mi cuerpo. Poniéndome de pie con rapidez
pude ver cómo otra de aquellas abominaciones
perforó con su trompa la espalda de McDowell
levantándolo del pavimento como si fuera una liviana marioneta y lo zarandeaba
con violencia de un lado a otro; mientras el hombre emitía unos pavorosos gruñidos
de dolor tratando de zafarse de la estaca que lo había atravesado.
Tenía
que ayudarlo: ¿Pero cómo? Buscando por el pavimento, pude distinguir una pieza
de metal desprendida de la ranchera —una parte del parachoques posterior—y,
como si fuera un caballero medieval —sin armadura ni caballo—corrí en dirección
a la bestia, que había conseguido inmovilizar a su víctima y la tenía contra el
piso, empezando llenar su abdomen con el líquido púrpura que le iba extrayendo.
Introduje la punta del metal en la bolsa transparente y blanda de aquella
aberración y jalé hacia abajo; con fuerza, causando la ruptura de la membrana
que literalmente estalló —como un globo de aire—esparciendo una horrible mezcla
de sangre, y fluidos cubriéndome de su repugnancia. De inmediato, el monstruo
—al parecer producto del dolor de la herida—desplegó sus monumentales alas,
comenzando a batirlas con gran velocidad y emitiendo un ruido similar al de un
avión. Tuve arrojarme al suelo y rodar
para evitar ser golpeado por el violento aleteo, logrando alejarme unos metros
de los estertores del ser quien; herido de muerte trataba de elevarse, logrando
tan solo dar unos leves saltos hasta que cayó sobre el piso, quedando inmóvil con su víctima aún atrapada
en su probóscide.
Quise
acercarme a comprobar si el hombre aún respiraba, pero me fue imposible. Supongo
que debió ser a causa del hedor despedido por el monstruo, o por el sonido del
batir de sus alas, o el olor a sangre reinante en el lugar. No lo sé. Pero
cuando me disponía a revisar a McDowell,
pude notar con el rabillo del ojo, que estaba rodeado por aquellos insectos
gigantes y se me acercaban con lentitud, mientras los múltiples zumbidos
reinaban en el lugar de manera endemoniada y ensordecedora…
Sin
perder el tiempo, empecé a correr como un poseído tratando de llegar a los
árboles. Podía ver cómo algunos de esos seres trataban de alcanzarme por los
lados, mientras otros tomaban el vuelo iniciando mi persecución para darme
caza. No sé cómo pude alcanzar los árboles y continué mi desesperante huida,
avanzando en zigzag para evadir la vegetación que se interponía en mi camino.
Las frondosas copas de los árboles casi impedían el paso de los rayos de la
luna, y me iba adentrando cada vez más entre la impresionante penumbra, en
tanto podía escuchar con nitidez el sonido de los monstruos volando sobre mi
cabeza, incapaces de poder penetrar la tupida vegetación.
Por
el momento me sentí a salvo. Estaba convencido que en tierra, aquellas cosas no
tendrían la velocidad para alcanzarme; además, su gran tamaño les impedía
moverse con facilidad entre la espesura. Mientras me mantuviera bajo esa tupida
vegetación estaría fuera de peligro. Por lo que, casi sin aliento me senté
sobre la hierba húmeda, entre dos árboles y por fin pude descansar. Los
zumbidos no cesaban y mi corazón latía con tal rapidez que parecía una
locomotora a toda velocidad y sin frenos. Respiraba por la boca a toda prisa,
estaba hiperventilándome. Así que traté de serenarme para evitar perder el
sentido. Ahora sabía que podían seguir mi aroma y por eso me detectaban con
facilidad. Por ello no podía salir a
campo abierto, si lo hacía, sería mi final. Debía esperar a que el sol hiciera
acto de presencia a fin de que las criaturas dejaran de perseguirme y así
volver a la carretera logrando…
Los
sonidos de ramas crujiendo en el entorno me sacaron de mis cavilaciones. Comencé a observar en detalle a través de la vegetación
pero solamente podía ver siluetas que los
exiguos rayos de claridad proyectaban
cuando lograban atravesar la capa de
espesura. Permanecí observando un tronco a un par de metros del lugar donde me
encontraba que tenía una particularidad; una de
sus ramas en lugar de apuntar hacia arriba, estaba orientada en sentido
contrario. —« !Qué extraño…! »—me dije— Seguí mirando los árboles y volví a encontrar
otra de aquellas ramas singulares, que por un momento debido al reflejo de la luna
pareció moverse. En ese momento la brisa
aumentó su fuerza comenzando a mecer las
plantas a mí alrededor. Sin embargo, me puse de pie y me dirigí hacia una de
aquellas plantas. Estaba próximo a tocarla cuando se movió ligeramente; dejando
ver la cabeza divida por una franja con sus ojos a los lados compuestos por
miles de pequeñas celdas similares a un panal de abejas que miraban de forma
terrible, irreal y carente de sentimientos; como si tratase de decir:—“ No es
nada personal, solo deseo alimentarme de ti. Me gustaría decirte que no sentirás
malestar alguno. Que solamente será un pinchazo, como se le dice a un niño que
empieza a lloriquear cuando le van a colocar una inyección al ver la aguja que
atravesará la suave piel de su nalga o brazo; pero no te voy a mentir. Te
perforaré con mi afilada trompa desgarrando tu piel, músculos y es posible que
hasta los huesos. Como es flexible recorreré tu interior buscando una arteria,
ya que tus venas son muy angostas para lograr conectarme. Lamentablemente para ti
significará que tendré que moverla con cuidado tocando quizás; mmm… vamos, ¡a
quién engaño! Despedazando cualquiera de tus órganos que se cruce en mí camino.
Luego empezaré a extraer tu sangre y todos los líquidos que llevas en tu
interior y me los beberé hasta la última gota secándote totalmente. No será rápido
e indoloro. Me tomará un tiempo poder saciar mi desmesurado apetito y sí, te
dolerá. Sentirás el peor dolor que jamás has podido experimentar…”
Retrocedí
sin dejar de contemplar aquella abominación que se me acercaba lentamente entre
los árboles. Otros monstruos me cerraban cualquier ruta de escape, sabía que
estaba a punto de morir. No tenía fuerzas para correr ni seguir luchando y podía
sentir la hediondez que emanaba de los demenciales seres que estaban a punto de
asesinarme mientras los zumbidos aumentaban en intensidad. Levanté la cabeza
para ver por última vez a la luna, pero el enramado techo no me permitía ver
más allá de éste. En ese instante todo comenzó a dar vueltas rápidamente y caí
al piso justo cuando uno de los monstruos se disponía a clavar su aguda trompa
en mi pecho y todo se volvió negro…
Una imperceptible
claridad comenzó a surgir del profundo abismo de penumbras en el que me hallaba
inmerso en la forma de diminutas nubes grises que iban aclarándose cada vez más.
Separé mis párpados lentamente hasta que por fin pude abrir los ojos por
completo. Desde arriba, la luna blanca y majestuosa brillaba indiferente
acompañada por luceros lejanos que aparecían empequeñecidos ante la belleza de
la diva de la noche permitiéndome estar bajo su maravillosa luz nuevamente. Me
enderecé en el asiento enfrentando al desierto blanco frente a mis ojos, al tiempo que el cursor
proseguía con su inquebrantable guiño, pero ahora ya no se trataba de una
burla, ni de un desafío. Se había transformado en una señal de complicidad y
satisfacción. Sí; ambos sabíamos de lo que se trataba y sonreí a la pantalla
dejando que mis dedos cobraran vida propia, pulsando las clavijas permitiéndome
escuchar esa música que me hacía volar, plasmando en la hoja digital dos
palabras: BUSCANDO INSPIRACIÓN…
FERNANDO
EDMUNDO SOBENES BUITRÓN
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