De Fernando E. Sobenes Buitrón
El viento soplaba con fuerza y las copas de los árboles se estremecían agitadas por la fuerza incontrolable de la naturaleza. Se balanceaban llevando a cabo una danza siniestra y sepulcral que contribuía con hacer aún más lúgubre la noche. El sonido del vendaval al atravesar los arbustos creaba un aullido espeluznante, de otro mundo. Era una orquesta macabra interpretando una sinfonía tétrica acompañada de un coro diabólico que los hacía ir y venir de un lado a otro, meciéndose de una forma fúnebre y sobrenatural…
Hola amigas y amigos tengo el inmenso gusto de presentarles mi segunda novela: EL VISITANTE MALIGNO II disponible el 1ero de noviembre 2014 en Amazon. com (para Kindle).
Esta es la información sobre mi
novela:
Título: EL VISITANTE MALIGNO II.
Autor: Fernando Edmundo Sobenes Buitrón.
Edición: Autopublicación.
Público: ESTRICTAMENTE PARA MAYORES DE DIECIOCHO AÑOS.
Temática: Terror, Misterio, Suspenso, Sexo, Paranormal, muerte, violencia.
Total de capítulos: Veinticuatro.
Número de páginas: Cuatrocientas veintinueve.
Formato: Digital
Título: EL VISITANTE MALIGNO II.
Autor: Fernando Edmundo Sobenes Buitrón.
Edición: Autopublicación.
Público: ESTRICTAMENTE PARA MAYORES DE DIECIOCHO AÑOS.
Temática: Terror, Misterio, Suspenso, Sexo, Paranormal, muerte, violencia.
Total de capítulos: Veinticuatro.
Número de páginas: Cuatrocientas veintinueve.
Formato: Digital
Hace tres años, Francys Perrys fue el único sobreviviente de la masacre de su familia a manos de su
padre…
Hace tres años, lo que empezó
como un simple juego, terminó en una horrenda pesadilla que segó la vida de
varias personas y sembró el terror en un idílico pueblo de los Estados Unidos...
"¿Qué hacer cuando los más profundos temores y las peores pesadillas se vuelven realidad?"
"Nadie podrá salvarte..."
Les dejo con el book tráiler, ojalá y les agrade...
El Visitante Maligno II, de Fernando E. Sobenes Buitrón. Prólogo from fesb
( Para móvil)
Diseño de
portada: Fernando E. Sobenes Buitrón.
Todos los derechos reservados.
Registro en la oficina nacional de derechos de autor
De la República Bolivariana de Venezuela.
(En trámite)
Safe Creative: 18-ago-2014 código
1408181778548
Prohibida su reproducción parcial o total por cualquier
medio sin autorización expresa de su autor.
DEDICATORIA
“A mi
familia. Al amor de mi vida: mi amada esposa y a mí adorado hijo. Gracias por
existir. Sin ustedes no soy nada…”
AGRADECIMIENTO
A mi gran amor y compañera en esta aventura
de vida, mi esposa; por su comprensión y paciencia en los momentos en que me
tuve que alejar, adentrándome en los confines de mi mente para poder realizar
esta obra. Muchas gracias amada mía.
TODOS LOS PERSONAJES SON FICTICIOS Y ALGUNOS LUGARES SON PRODUCTO
DE LA IMAGINACION DEL AUTOR. EN CASO DE EXISTIR ALGUNA SEMEJANZA CON LA
REALIDAD, ES COMPLETAMENTE CASUAL.
PRÓLOGO
El sol anunciando el ocaso del
día descendía lentamente en el horizonte de un cielo completamente despejado
inundando el firmamento con un matiz naranja, mientras se ocultaba arrebatando
la claridad de una jornada más que se aproximaba a su final; creando una
hermosa escena. Era la mano majestuosa e incomparable de la naturaleza que en
su infinita sabiduría, dibujaba una obra de arte para el deleite de los
espectadores; quienes contemplaban extasiados la maravillosa e imponente puesta
del astro rey. Para algunos era una obra divina y para otros simplemente un
fenómeno natural. Pero eso no era importante; lo evidente y trascendental, era
que se encontraban ante un magnífico espectáculo de gran hermosura…
En aquel momento, un niño de
unos tres años de edad corría entusiasmado persiguiendo a las palomas
amontonadas en el suelo, mientras éstas huían tratando de eludir a su diminuto
acosador. Algunas emprendían el vuelo desplegando con rapidez sus alas blancas,
grises y negras, en tanto que otras caminaban raudamente tratando de evadir a
su importuno visitante. Esto duraba solamente unos segundos ya que las aves —habituadas
a las personas— al parecer sabían que siempre tendrían alguna visita de esos
molestos gigantes que en lugar de alimentarlas, disfrutaban asustándolas; pero luego de unos instantes aterrizaban
retornando al mismo lugar buscando algo de comida.
Aún permanecía mucha gente
paseando en la plaza, tomando fotos y observando el solemne lugar con
admiración y devoción. En el centro yacía un formidable obelisco de piedra de
veinticinco metros de altura y trescientas toneladas de peso de color cemento
oscuro conocido como testigo mudo;
solemnizando la crucifixión de san Pedro, el cual se hallaba posado sobre un granítico
cuadrado de color gris. En su cúspide, erguido de manera imponente apuntando
hacia el infinito, se encontraba el símbolo máximo de la cristiandad: una cruz metálica
que descansaba sobre una estrella de doce puntas, cuya base era un adorno
semejante a copas invertidas y soportada por una estructura metálica adherida
al pétreo monumento. En ambos lados a treinta metros de distancia, podían
observarse dos fuentes de piedra de forma circular que contaban con tres
niveles de altura y destacaban por la belleza de su diseño. Desde sus cúspides
fluía constantemente el líquido cristalino derramándose hacia la parte inferior
realzando fastuosamente su esplendor. Ambas centraban la atención de los
visitantes, principalmente de los creyentes quienes las fotografiaban deseando
poder guardar un recuerdo de su presencia en ese sitio tan especial, que los
envolvía en un aura de religiosidad y emoción, por encontrarse en el epicentro
de la cristiandad debido a lo que representaba para ellos. El venerado lugar estaba
rodeado de columnatas constituidas por casi trescientas columnas dóricas de
trece metros de altura. Sobre éstas circundando la plaza, se situaban las
estatuas de ciento cuarenta santos, realizadas en los siglos XVII y XVIII. En
la parte frontal con seis metros de alto se elevaban imponentes las níveas
efigies de: Cristo, Juan Bautista y los once apóstoles, silentes testigos de
excepción de toda la historia que guardaba ese lugar y de la devoción de sus peregrinos.
Durante generaciones miles de éstos acudían allí con el fin de profesar su
fervor a unos hombres ungidos por Dios como sus representantes en la tierra,
que imponían normas y designios según su iluminada percepción y su comunicación
con el Altísimo. Inmediatamente después, estaba la maravillosa basílica de San
Pedro con su famoso «Domo» creado por
el inmortal Miguel Ángel.
Exactamente al extremo opuesto
como un cajón abierto desde donde desembocaban los vehículos se hallaba la Vía della Conciliazione, con medio kilómetro de longitud. Única ruta de acceso
vehicular al magno y venerado lugar ubicado en El Vaticano: pequeño enclave
rodeado por un muro de más de tres kilómetros de longitud y ocho metros de
altura, que servía como frontera entre Italia y la Santa Sede…
Vista desde el aire, la
imponente obra del genial artista italiano Gian
Lorenzo Bernini: La Plaza de San
Pedro con trescientos veinte metros de longitud y doscientos cuarenta de
ancho, mostraba dos especies de ganchos a los lados en forma elíptica. Algunas
personas decían que la configuración de la basílica unida a la plaza evocaba a
un cuerpo humano: la cúpula era la cabeza, la basílica el cuerpo y los arcos de
la plaza: “los brazos abiertos de la Santa Madre Iglesia que recibía amorosa a
todos sus hijos”.
En el interior de una de las
edificaciones se encontraba un amplio aposento con el techo cubierto de frescos rememorando el Vía Crucis*. Las catorce estaciones desde que
Jesús fue condenado a muerte, luego en su trayecto hacia el cadalso y
finalizando en la sepultura. Aquellos históricos y trascendentales momentos
estaban plasmados en un gran mosaico de exquisita calidad, constituyendo una
regia obra de arte. El piso elegantemente diseñado era de mármol en forma de
rombos de color marrón y beige; y relucía como un espejo, reflejando todo lo
que se encontraba sobre éste. Las paredes de color marfil se hallaban
engalanadas con retratos de los rostros de diversos papas y entre todas ellas,
resaltaba un formidable e imponente crucifijo de ébano de tres metros de altura
en la parte central. En el espacioso recinto se podía percibir una atmósfera de
solemnidad y misterio. Parecía que los más de los dos mil años de historia de
la Iglesia Católica se encontraran emanando de aquellas pinturas, flotando
entre sus paredes y escurriéndose a través de las ventanas y resquicios de las
puertas tratando de alcanzar al resto de los mortales con esa sensación mística,
tan especial y poderosa.
En aquella cámara, ajenos a lo
que sucedía en el mundo exterior estaban dos personas: un sacerdote vestido de
sotana negra con botones y fajín morado. Tenía en su cuello el inconfundible cleriman blanco con una cadena dorada
que terminaba en cruz, quien permanecía en silencio sentado alrededor de una
gran mesa rectangular tallada en madera de color marrón oscuro. Contaba con
cincuenta y cinco años de edad; de mediana estatura, calvo, de tez blanca, nariz
aquilina y lentes dorados. Era el monseñor Giovanni Bono, secretario personal
del papa quien llevaba con éste más de quince años. Sobresalían en él sus ojos
castaños que poseían una mirada profunda. Algunos de los que lo conocían decían
que: daba la impresión de poder traspasar la mente de una persona. Había sido
nombrado asistente personal del actual papa desde que Su Santidad fue ordenado
cardenal. Doctor en derecho canónico, se comentaba que: era el poder detrás del
trono. Los cardenales lo veían con envidia a la vez que respeto ya que era una
influencia indiscutible en las decisiones del santo padre.
* El Vía Crucis o “Camino de la Cruz”: Hasta 1991
estaban consideradas catorce estaciones que vivió Jesús desde el instante en
que fue capturado hasta su muerte y sepultura. En ese año Juan Pablo II
promueve una reforma mediante la cual se le agrega otra etapa que contempla la
resurrección de Cristo aparte de algunas modificaciones en el desarrollo de los
acontecimientos que tradicionalmente se venían observando, quedando de esta
forma en quince estaciones…
A la izquierda del religioso estaba
un hombre de unos sesenta años: alto, delgado y de ojos verdes que sobresalían
en su rostro trigueño; cabello corto y canoso. Vestía un traje y corbata de
color azul oscuro, camisa celeste y una diminuta cruz dorada en la solapa
izquierda, quien observaba con atención las imágenes en su ordenador personal
tipo Tablet. Éste finalizó de revisar
su dispositivo electrónico y dirigió la vista hacia el religioso.
El prelado se retiró los
anteojos y sin darles importancia, empezó a limpiar los cristales con una
pequeña tela azul. Como si tratara de darse tiempo de pensar en lo que quería
decir. Luego volvió a colocarse las gafas y se dirigió a su interlocutor:
—Es necesario que podamos tener
la certeza de lo que aconteció en ese pueblo de los Estados Unidos a nuestro
querido hermano Piero Rivetti y a los otros sacerdotes, que lamentablemente
fallecieron y se encuentran en el regazo de nuestro amado Señor. Tengo la orden
de Su Santidad de autorizar que le sean proporcionados todos los recursos
necesarios para aclarar este asunto; y demostrar si estos luctuosos hechos
fueron producto de actos irracionales cometidos por el hombre, o de alguna
manera, estuvieron influenciados por la presencia nefasta del mal encarnado en
el infame y abyecto Satanás.
—Su Santidad— continúo hablando
el sacerdote— al igual que el resto de los cardenales, no tienen duda que en
este terrible caso está claramente de manifiesto la infausta y maligna
actuación de las fuerzas contrarias a la fe en Cristo. Estamos convencidos de
ello. Más es necesario tener una prueba fehaciente con la finalidad de disipar
dudas, y poseer un caso de referencia real y evidente de la presencia del
demonio entre los hombres. Pero aún es más importante; demostrar a quienes
dudan o carecen de fe que están equivocados, y hacerles entender sobre la
fundamental misión de nuestra Iglesia para salvaguardar las almas de los
fieles.
Su interlocutor era Roberto
Missarelli. Hombre católico, abogado, egresado de la Universidad de Roma,
especialista en derecho penal y experto en seguridad; además de poseer una
amplia experiencia en materia de investigación criminal. Natural de Milán,
Italia, hablaba además del italiano:
inglés, francés y latín. Culminó sus
estudios con honores en la Scuola di la
Polizia di Stato, tuvo la oportunidad de especializarse en Scotland Yard y en el FBI. Después de una carrera exitosa de
veinte años en la policía criminal italiana y diez años como director del
Servicio Vaticano de la Policía Italiana, se había retirado y ejercía la
práctica del derecho. Además se desempeñaba como asesor de la ciudad de la
cristiandad en asuntos policiales y todo lo relacionado con seguridad; lo cual
implicaba lo concerniente a investigación criminal, protección e inteligencia.
Gozaba de un gran prestigio y el respeto de Su Santidad y gran parte del cuerpo
cardenalicio —aunque no la simpatía de todos—. Fue designado por el anterior
papa en el caso de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos
ocurridos en Irlanda durante varias décadas, con la finalidad de investigar a
los religiosos que estuvieran implicados y hallar a los responsables; pero de
una manera en la que “no perjudicara a la Santa Madre Iglesia”. Sus empleadores
esperaban que el doctor Missarelli, producto de su fe en la Iglesia Católica,
actuara de una manera “adecuada” con la finalidad de evitar escándalos que
lesionaran de alguna manera la menguada imagen del clero. Pero craso error. El
entonces director era en verdad un fiel devoto y cristiano practicante pero
además, un experto y excelente policía quien cumplía su trabajo de manera
brillante y objetiva; siempre había obrado con honestidad y profesionalismo.
Luego de una investigación conjunta con la policía irlandesa, presentó un
informe tan demoledor que al santo padre no le quedó más remedio que solicitar
la renuncia de algunos obispos y otros sacerdotes, que obraron de una manera
“impropia e inconveniente, no acorde con la labor sacerdotal”. Pero la verdad
era que en la mayoría de los casos, se había cambiado de ubicación al clérigo
implicado, enviándolo a que continuase con su “misión pastoral” a otras
latitudes con la finalidad de aplacar “las molestias de las presuntas víctimas
de dichas conductas desafortunadas”. Únicamente en los casos donde la opinión
pública ejerció mayor presión, el
sucesor de san Pedro se vio forzado a retirar al infractor. El asesor y el
arzobispo se habían visto en varias ocasiones; en algunas ceremonias y otras
actividades, pero nunca tuvieron ocasión de conversar. El abogado observaba al
sacerdote en silencio. Miraba esos ojos castaños que lo escudriñaban con
suspicacia. Sin duda se hallaba ante una persona muy sagaz que además, contaba
con el máximo respaldo lo cual lo hacía peligroso para quienes osaran
contradecirlo. Conseguir una cita con el monseñor Bono era casi tan difícil
como obtenerla con el papa, y ahora se hallaba frente a él. Sabía que por la
gravedad de la situación, había sido elegido por el mismísimo vicario de Cristo
para lidiar con este asunto.
—Doctor Missarelli—continuó el
prelado—Como usted sabe esto se debe guardar en el más absoluto secreto y toda
la información así como los resultados que obtenga, me los deberá entregar
directamente. Nadie absolutamente, debe conocer el producto de su
investigación. Estoy completamente seguro que contamos con vuestra discreción.
—De eso no tenga duda
monseñor—contestó Roberto—Todo lo que averigüe lo guardaré en la más absoluta
reserva. Tiene mi palabra.
—Muchas gracias doctor
Missarelli, no esperaba menos de usted. Bueno, iba a mostrarme la información
que ha obtenido…
—Así es monseñor—respondió
Roberto—. Tengo la grabación que se tomó del lugar donde acaeció la muerte del
padre Rivetti. Pero permítame advertirle que las imágenes son bastante
elocuentes y desagradables.
—Descuide doctor. Muéstreme todo
lo que ha recabado y así podré informar a Su Santidad en detalle.
El asesor accionó su Tablet y simultáneamente se encendió una
gran pantalla al fondo del salón empezando a reproducirse el video. Ambos
permanecieron en silencio mientras observaban las imágenes.
—Doce de noviembre de 2011. Lago
Feliz, Florida, Estados Unidos de América. Iglesia de Lago Feliz 07.00 horas —
dijo una voz invisible masculina en italiano proveniente de la grabación.
En la escena se apreciaba a un
vehículo Ford modelo Taurus, color verde oscuro del año 2010
registrado a nombre de: Josh Miller, párroco de dicha iglesia. Estaba
estacionado cerca de la entrada principal del templo, con la portezuela del
lado del conductor abierta. El video continuaba acercándose hacia una puerta
lateral blanca de madera que conducía a la oficina eclesiástica. En la entrada
se hallaban dos personas cubiertas de pies a cabeza con trajes protectores
plásticos de color amarillo, guantes quirúrgicos y máscaras de seguridad
transparentes que escudaban por completo sus rostros; en la parte inferior
remataban con un filtro de aire que los salvaguardaba de cualquier emanación
peligrosa. En el instante que franquearon la entrada, fueron recibidos por un
enjambre de moscas emitiendo un ruido infernal que por un instante oscureció el
lente de la cámara, como si se tratase de una nube negra, espectral y
aterradora. Era la bienvenida al horror, a la locura y la muerte. Uno de los
hombres sacudió sus manos tratando de espantar al ejército de insectos y luego
encendió el interruptor de la luz. El sacerdote quedó asombrado y estremecido
por el dantesco espectáculo de las pavorosas imágenes que cobraban vida ante
sus ojos…
La oficina estaba completamente
destrozada con los cuadros de las paredes sobre el piso de mármol, destruidos y
salpicados por una sustancia de color rojo que al parecer era sangre. El
escritorio se encontraba de cabeza y el monitor de la computadora se apreciaba
destruido sobre el suelo, al igual que la impresora multifuncional y las hojas
blancas esparcidas por todo el lugar, rociadas con ese siniestro líquido rúbeo.
En uno de los rincones de la estancia descubrieron un pedazo de tela de color
negro que uno de los investigadores tomó con unas pinzas. Lo realmente horrendo
era que estaba adherido a un resto humano con sangre seca, colmado de larvas y
otra fauna cadavérica. El sillón lacerado en el espaldar, presentaba varias
rasgaduras como si unas manos hubieran tratado de aferrarse a éste, desgarrando
el cuero y destrozándolo. Alguien que no supiera que se trataba de un ambiente
de la iglesia, hubiera imaginado que se hallaba en una carnicería, un
matadero. Una de las personas con el
traje plástico se acercó al sillón y con una herramienta comenzó a hurgar entre
las rasgaduras del mueble. La cámara tomó un acercamiento del hallazgo,
mientras la otra persona extraía el objeto del asiento y lo mostraba al lente.
El arzobispo Bono no pudo resistir el estremecimiento que sintió al comprobar
que era una uña humana la cual; producto de la fuerza con que quiso sostenerse,
se había desprendido del dedo que la soportaba. La toma hizo otra aproximación
aún mayor de las rasgaduras en el espaldar y con espanto se podía ver que
algunas de las uñas aún se hallaban incrustadas y conservaban pedazos de dedos;
de carne verde oscura infestada de parásitos debido al avanzado estado de
putrefacción.
El espejo de cuerpo entero del despacho estaba manchado de ese fluido
carmesí, cual si hubiera sido esparcido por un atomizador; las gotas y demás
salpicaduras de esa sustancia oscura se hallaban invadidas de enormes
cucarachas marrones y hormigas, en tanto que las moscas volaban a su alrededor.
Empezaban en el piso y continuaban subiendo por la pared en forma de chorro
llegando hasta el techo que se situaba a unos tres metros de altura. A sus pies,
restos de excremento seco mezclados con la sangre reposaban formando un charco
asqueroso y aterrador, en tanto que los insectos plagaban el lugar con ese
zumbido diabólico luchando por obtener algo del espeluznante y nauseabundo
alimento. Era una especie de nube oscura hambrienta de podredumbre que colmaba
a los espectadores aún más de repugnancia y consternación. Al mirar el piso con mayor detalle, se podía
observar un crucifijo chamuscado de madera, partido por la mitad. Cerca de éste, yacía la mancha de una masa
amarillenta y rojiza, lo cual hacía suponer que eran rastros de regurgitación y
por varios recodos se visualizaban retazos de esa tela de color negro adherida
a restos humanos.
Una gran huella roja de arrastramiento
desde la oficina hacia la nave principal de la iglesia, indicaba que un cuerpo
fue halado a dicho recinto. Roberto presionó el botón de pausa de la filmación.
— ¿Se siente bien monseñor?
¿Desea continuar?— Preguntó al sacerdote que se había tornado blanco como la
nieve. — ¿Quisiera un vaso con agua?—.
—No, no…—respondió el obispo
afectado por las imágenes que veía mientras extraía un pañuelo del bolsillo de
su pantalón y lo pasaba sobre su frente perlada de sudor—prosiga por favor…
El video continuó
reproduciéndose y mostraba la imagen siguiendo las huellas de esos surcos rojos
por el pequeño pasillo que conducía a la entrada de la nave central de la
Iglesia. El monseñor Giovanni Bono, no estaba preparado para ver aquello.
Sentía que un manto congelado se había posesionado sobre su nuca cubriendo su
espalda y hombros causándole un leve temblor, mientras el resto de su cuerpo
era invadido por el espanto y una sensación de vértigo sacudió su cabeza. Sobrecogido,
a duras penas lograba contener las
arcadas…
Las escalofriantes vistas
mostraban que alguien muy trastornado, una mente cruel y macabra había decorado
las bancas de la iglesia con diversos restos humanos. En primera fila sobre los
asientos, estaban diseminadas unas vísceras así como otras partes orgánicas. El
piso se hallaba manchado de aquel siniestro líquido por diferentes lugares
mostrando cómo dicha humanidad fue deslizada dejando a su paso restos de piel,
músculos y algunos huesos. La cámara giro ciento ochenta grados enfocando el altar.
Las efigies de Cristo en la cruz así como la Virgen y María Magdalena yacían
destrozadas en el suelo, cubiertas de sangre, sabandijas y otras partes
humanas. A unos metros de las estatuas destruidas, se podía reconocer una mano
arrancada con brutalidad del resto de la extremidad que la sostenía así como
algunos dedos, dos costillas unidas por parte del esternón, e inclusive un
muslo desgarrado. Al ascender un poco la cámara enfocó un extraño objeto que
ocupaba el lugar donde estuvo la cruz; se
hallaba teñido de colores vino tinto y marrón, aparentando ser sangre seca y en
principio no se diferenciaba bien de qué se trataba. Uno de los criminalistas
encendió una linterna dirigiéndola hacia el hallazgo mientras la filmadora
hacía un acercamiento. En ese instante se pudo apreciar con nitidez el objeto
en cuestión. En uno de los clavos que antes soportara la efigie del
crucificado, fue encajado cual alucinante trofeo, un resto humano. Era la
cabeza del padre Piero Rivetti, invadida por los bichos, que aún permanecía ligada
al cuello de donde sobresalía parte de la tráquea, arterias y jirones de
músculos. Una mano enguantada apareció en la imagen comenzando a espantarlas y
permitiendo observar en detalle el horror de aquella visión de pesadilla, que
daba un toque brutalmente feroz al tétrico espectáculo que tenían frente a sí.
La colonia de alimañas había
iniciado su trabajo dándose un festín con la cabeza del sacerdote carcomiéndola
en varias partes. Algunas áreas
presentaban un espeluznante color verde oscuro y púrpura que mostraba el
proceso natural del deterioro corporal que viene luego de la muerte. La boca entreabierta enseñaba los labios
inflamados y consumidos por la fauna cadavérica. De esa cavidad brotaban como
un vómito tétrico algunas cucarachas y hormigas que uno de los investigadores
se apresuró a retirarlas. Al sacerdote le habían arrancado la lengua así como
parte de la piel de los pómulos, la frente y el mentón. Una porción de los
bigotes y la barba se encontraban mezclados con los restos de la piel
chamuscada y derretida, como si fuera una bolsa de plástico. Parecía que le
hubiesen arrojado algún tipo de agente corrosivo convirtiendo su rostro en una
máscara abominable y de pesadilla. Le faltaba la nariz y en su lugar, estaba un
hueco triangular surcado verticalmente por el tabique. La oreja izquierda había
desaparecido y la derecha rasgada, presentaba una herida similar a una mordida.
No obstante, para sorpresa de los investigadores, los ojos del exorcista se encontraban
enteros. De forma inusitada no fueron vulnerados por su verdugo ni los
insectos. Daba la impresión que el ejecutor hubiese querido que su víctima
observase todas las atrocidades a las que estaba siendo sometido. Los ojos
apagados y exangües en el destruido rostro, sin párpados ni piel alrededor,
hacían que la cabeza luciera mucho más aterradora e intimidante. La cara de
Rivetti se hallaba orientada hacia adelante, con dirección a la entrada del
templo como si pudiera atravesarla con la mirada y llegar al horizonte.
Tratando de buscar algo o alguien que llegara en su ayuda; en una mueca de
pavor y angustia suplicando por el auxilio y la misericordia que no pudo
alcanzar…
Sin previo aviso se oyó un ruido
y al voltear Roberto se percató que el obispo había caído de su silla. Enseguida
detuvo la película y se levantó a socorrer al sacerdote quien yacía tendido
sobre el piso desmayado, debido a la impresión de esas imágenes infernales que tuvo
que presenciar.
—Monseñor, monseñor—dijo el
experto—agachándose al lado del prelado quien estaba pálido y sin reaccionar.
El asesor procedió a
desabotonarle el cuello de la sotana, aflojándole el cleriman para ayudarlo a
que respirase mejor. El eclesiástico se encontraba sudando y había abierto los
ojos. Respiraba por la boca mientras temblaba.
—
¡Monseñor Bono! —Empezó a sacudirlo del brazo tratando de hacerlo reaccionar—
¿Cómo se siente? ¿Quiere que llame al médico para que lo revise?—preguntó el
asesor preocupado por el estado del religioso. — ¿Desea un poco de agua?— le
dijo mientras lo ayudaba a reincorporarse.
—No. No
llame a nadie, por favor…—respondió el clérigo—le agradecería que me diera un
poco de agua. Me encuentro mareado.
Roberto
sirvió un vaso con agua de la jarra de vidrio que se hallaba sobre la mesa,
acercándoselo al obispo quien lo bebió de un solo trago.
— ¿Se
encuentra mejor monseñor? ¿Desea que continuemos luego?
—Estoy
bien doctor Roberto. —Respondió el prelado reponiéndose— Estoy bien. Muchas
gracias por ayudarme. Es necesario que continuemos con la reunión ya que debo
informar a Su Santidad. Esas son sus instrucciones, pero por favor…, se lo
ruego. Ya no deseo ver más esa grabación.
Solo quisiera que concluya con la información que tiene hasta el momento.
—Pues
bien monseñor, me alegro que se encuentre mejor. Si usted insiste, voy a
proseguir. Luego del hallazgo del cadáver del padre Piero Rivetti, se procedió
a su levantamiento y traslado al departamento de patología forense efectuándose
la necropsia de rigor para determinar la
causa de muerte. Se estableció que la razón del deceso fue por desprendimiento
de la cabeza desde la base del cuello, es decir: decapitación. El cuerpo
presentó además…
—Pero—lo
interrumpió el sacerdote— ¿Dice usted que falleció decapitado? ¿Y qué pasó con
el estado del cuerpo? ¿Con las imágenes que vimos de sus partes diseminadas por
todo el lugar? ¿Le cortaron la cabeza luego de torturarlo? ¿No falleció durante
todo ese suplicio? No entiendo a qué se refiere cuando dice que la causa de la
muerte fue la decapitación, eso es imposible. Usted vio la condición en que fue
hallado el cadáver de Rivetti. La cantidad de sangre que había en la oficina…
¿Cómo pudo ser que después de soportar toda esa… ordalía sádica y diabólica
haya continuado con vida? ¿Es eso posible?
—Lamentablemente
monseñor—respondió el abogado—el padre Rivetti recibió todas esas heridas,
mutilaciones y demás vejámenes estando con vida, según el estudio forense. De
hecho se comprobó que presentó desgarre anal lo que indica la existencia de
violación: le introdujeron un objeto que destrozó su esfínter perforando el
recto, intestino delgado y colón, llegando hasta el estómago y al final de todo
el tormento, su cabeza fue arrancada de raíz. Es como si una fuerza muy
poderosa lo hubiera sujetado desde el cráneo y halado; logrando el
desprendimiento de la nuca y la columna vertebral…además, entre los dientes y
garganta se hallaron residuos de sus órganos sexuales…
—
¿Qué…qué… está diciendo doctor?—balbuceó conmocionado el prelado— ¿residuos de
sus órganos sexuales…? ¿A qué se refiere…? ¿Acaso le cortaron sus órganos y los
introdujeron en su boca…? ¿En la garganta?; ¡Pero, qué locura es esta!…
—El
resultado médico legal arrojó que al padre Rivetti, le arrancaron el pene y los
testículos forzándolo a comerlos. De hecho, se encontraron partes de esos
órganos dentro de su estómago y en los restos hallados sobre el piso de la
escena del crimen. En verdad lo lamento sobremanera.
— ¡Dios
santísimo! ¿Quién pudo haber hecho algo tan aterrador? ¿Cómo alguien o algo se
regocijarían al ejecutar tamaña monstruosidad? Tanta locura, tal sadismo. No
puede ser…eso es imposible… —repetía el religioso— ¿Quién pudo ser capaz de
tanta crueldad? ¿Por qué hacer sufrir de esa forma a un ser humano?...
—Esto
tiene que ser obra del mal, de un ser de pesadilla; enemigo de la cristiandad,
enemigo del hombre; de la raza humana quien
cebó su pernicioso instinto con el pobre padre Rivetti. No hay otra
explicación posible. —Continuó hablando Bono—Esta muerte, este tipo de
asesinato… ¿Quién puede haber odiado tanto a Piero? Él viajó por el mundo
llevando la palabra del Señor y su mensaje de esperanza y salvación. Rescató a
muchas almas y expulsó al demonio en diversos lugares. No es posible que haya
muerto de esa manera tan…escandalosa.
Ambos callaron,
meditando por unos segundos hasta que el sacerdote tomó de nuevo la palabra.
—Doctor
Roberto: Por favor dígame con sinceridad qué opina. ¿Alguna vez había visto
algo similar?
—Monseñor:
—respondió el experto— no puedo adelantar juicio de ningún tipo ya que el
resumen de la investigación lo recibí ayer por la mañana, y no he tenido el
tiempo suficiente para leer por toda la información debido a la premura de mi
convocatoria. Sin embargo le puedo decir que nunca vi algo tan terrible. La
saña con que fue asesinado el padre Rivetti hace pensar sobre un odio muy
profundo ya sea hacia su persona o hacia la figura que él representaba. En el
informe post mortem se contabilizaron más de cien partes del cadáver y algunas
no han podido ser halladas, lo que no permitió reconstruir totalmente el
cuerpo. De igual manera se encontraron desgarres y marcas de diverso tipo que
hacen suponer que se utilizaron diferentes armas que le provocaron heridas
punzantes, cortantes, penetrantes además de múltiples contusiones. Hay muchas cosas
en este homicidio que me parecen muy extrañas. Hasta donde he podido apreciar,
es sumamente difícil que una sola persona —miró en los documentos que tenía en
su poder y continuó hablando— Will Perrys, haya tenido la fortaleza para
realizar un acto de esta naturaleza. Es muy poco probable aunque nada se puede
descartar. Se debe tener en cuenta el
carácter por demás sádico del perpetrador de este brutal homicidio quien
arrancó los párpados a su víctima para impedir que cerrara los ojos. Quería que
fuera testigo de toda la tortura a la que estaba siendo sometido. De igual
manera, hasta el momento no he visto en el informe policial si se halló algún
resto de ADN o evidencia física que ayudara a identificar al criminal. Este
caso es muy extraño… — Se detuvo por un momento y luego prosiguió— Eso me lleva
a la pregunta. ¿Por qué la Iglesia ha esperado tres años para llevar a cabo una
investigación sobre estos casos?
El sacerdote comenzó a arreglarse
el cuello y una vez más, pasó el pañuelo por el rostro secando el sudor.
Pensaba en lo que iba a decir al asesor.
—Doctor Missarelli: Como usted
debe saber hay mucho interés en desacreditar la sagrada misión de nuestra
Iglesia. Hay grupos, sectas, amén de otros individuos que desean nuestro
desprestigio con la finalidad de hacer que reine la oscuridad y la zozobra
entre los hombres por medio de nuevas religiones y otras creencias. Aparte está
el ateísmo que mantiene un obstinado y constante empeño en desconocer nuestra
capacidad de alcanzar a la humanidad y hacerles llegar el mensaje de Cristo. Desgraciadamente
estas fuerzas al parecer se han unido a la cruzada del mal encarnada por el
anticristo para desprestigiarnos y presentarnos de una forma negativa en la
sociedad. “El maligno” desea hacernos desaparecer para tener el campo libre de
acción y corromper a los hombres, en claro desafío a nuestro padre celestial.
Nuestra misión es la de conducir a las personas hacia la luz de nuestro Señor
para lograr la salvación de sus almas.
—Es verdad monseñor—intervino
Roberto— Todo lo que me está diciendo es cierto, en parte. Recuerde que no
siempre algunos miembros de la iglesia se han comportado como es esperado, y
han dado pie a que se produzcan todas estas circunstancias adversas que usted
menciona. Penosamente este tipo de situaciones ocurre con más frecuencia de lo
que debería ser. Es decir: no deberían existir conductas de esta clase que
atenten contra la buena fe de las personas. El trabajo del sacerdocio es un
apostolado y por lo visto, algunos de sus integrantes se han olvidado de ello.
Por ese motivo monseñor, no sería extraño que algún afectado por el trastornado
comportamiento de un sacerdote, haya querido buscar venganza en el padre
Rivetti. Es lo de siempre: “justos pagan por pecadores”… por desgracia.
El prelado tuvo que hacer un
gran esfuerzo para mantener la compostura y sentía que le hervía la sangre al
escuchar las palabras del asesor: « ¿Trastornado comportamiento? ¿Qué se habrá
creído este sujeto? —Pensó— que atrevimiento en venir a hablarme en esos términos
sobre nuestra misión, acerca de los miembros de mi Iglesia. Si no fuera por la
orden de Su Santidad, no estaríamos teniendo esta charla. En verdad que este
señor no es como cualquier otra persona, ni se amilana ante nada…» Respiró profundo y respondió:
—Es cierto doctor Roberto, es
innegable la conducta equivocada y no acorde a nuestra fe que ha sido llevada a
cabo por muy pocos miembros de nuestra iglesia. Sé que usted tiene de primera
mano la información concerniente a dicho comportamiento—el sacerdote lo miró
con dureza—. Pero nuestra misión va mucho más allá de unos cuantos tropiezos,
que de ninguna manera mancillan nuestra labor. El verdadero cristiano sabe que
puede confiar en su Iglesia y que siempre estará con él para confortarlo y
darle el apoyo que requiere ante cualquier tribulación. La fe mi querido
doctor, la fe en Cristo y en su Iglesia es lo que las personas deben tener
siempre presente. Esos “pequeños incidentes” no reflejan en realidad el
espíritu sacerdotal.
Roberto sintió que algo se trababa en su garganta y un
sabor amargo en la boca al percatarse del cinismo expresado en las palabras del
religioso que le cayeron como un golpe directo en el plexo solar: « ¿conducta
equivocada?, —pensó— ¿no acorde con la función sacerdotal?» Parecía que el
arzobispo estuviera hablando de unos muchachos malcriados que cometieron una
chiquillada; rompieron un vidrio jugando al fútbol o no hicieron la tarea antes
de ir al colegio. En lugar de llamar a las cosas por su nombre. En su mente se
agolparon los recuerdos de la gran cantidad de aberraciones de índole sexual
cometidas por esos depravados. Aquellos pervertidos que se escudaban en el
nombre Cristo para poder realizar a sus anchas abominables actos en perjuicio
de los niños que, al igual que sus familias, inocentemente confiaron en ellos
basándose en el amor a Dios. Las investigaciones que llevó a cabo en Irlanda
lo marcaron de un modo imborrable
haciendo que se percatara de la realidad de la religión que abrazaba, la cual
estaba regida de una manera con la cual no comulgaba pero respetaba. Tenía la
esperanza en que algún día cambiaría todo ello y que la Iglesia tomaría el
verdadero rumbo que el Señor había trazado; pero ese no era el momento, ni el
lugar para discutir sobre lo que ocurría en la congregación. Fue llamado para
una investigación, por eso se encontraba ahí e iba a dedicarse de lleno a
resolver este caso. En ese momento era lo único importante.
—Disculpe monseñor. No deseo ser
descortés, pero no ha contestado mi pregunta. ¿Por qué han esperado tanto
tiempo para llevar a cabo esta investigación?
El sacerdote no estaba habituado
a ser interrumpido ni interpelado de forma alguna. Tanto tiempo en el poder lo
acostumbró a ser temido y respetado. Nadie se atrevía a enfrentarlo debido a su
gran cercanía con el Papa y a la influencia que ejercía en él. Sin embargo,
estaba al tanto que la persona que tenía frente a él no cedía ante presiones de
ningún tipo. Sabía que Roberto Missarelli inclusive había renunciado al no
querer “llevar a cabo las recomendaciones papales” sobre el derrotero que
debían llevar ciertas investigaciones que implicaran a tal o cual obispo. Pero
en vista a su capacidad profesional a regañadientes le solicitaron que
reconsiderase su renuncia y retomase sus funciones. Sin embargo el experto, no
aceptó volver a estar bajo las órdenes de la Curia Romana y solo accedió a
desempeñarse como consultor externo. Lo cual le daba la independencia que
requería para llevar a cabo su trabajo con imparcialidad y sin ningún tipo de presiones.
—Era necesario—respondió el
arzobispo un tanto molesto— Que se permitiera transcurrir algo de tiempo para
hacer que el asunto se diluyera en la mente de las personas del lugar donde
ocurrieron esos trágicos eventos. Ese pueblo: Lago Feliz, es una próspera
comunidad en la cual era y es necesario preservar la tranquilidad de sus
habitantes. Es bueno tener en consideración que el tiempo es el mejor bálsamo
del espíritu y sana todos los males.
Ahora usted tiene en sus manos las investigaciones que se realizaron en
ese momento. Comprenderá doctor Roberto, que fueron circunstancias muy
dolorosas, tristes y violentas para las personas de ese poblado. Es necesario
tener en cuenta que el padre Rivetti era nuestro más renombrado exorcista,
poseedor de una carrera intachable. Las circunstancias tan especiales de su
muerte, habrían levantado muchas interrogantes lo cual no hubiera sido bueno
para nadie. De igual manera Su Santidad,
en honor al inconmensurable trabajo del padre Rivetti a lo largo de todo el tiempo
que dedicó a rescatar almas de las garras del mal, ha decidido empezar con su
proceso de beatificación. Para esto es imperioso realizar una labor
investigativa que reafirme la extraordinaria devoción, honestidad, entrega,
constancia y sacrificio con la que el padre Piero Rivetti realizó nuestra
batalla contra el demonio, durante tantos años de devoción a nuestra Madre
Iglesia.
—A propósito—continúo el
sacerdote—Creo que le va a ser de mucha ayuda el contacto que tenemos en
Estados Unidos y estuvo a cargo de las investigaciones sobre las muertes en
Lago Feliz. Es posible que usted lo conozca doctor Missarelli. Se trata del
señor Burt Nielsen, es el comisionado de policía. Quizás sería bueno que
hablara con él.
—Sí, lo conozco. —respondió
Roberto—Gracias por su recomendación.
El sacerdote abrió un pequeño
estuche de cuero marrón que se hallaba sobre la mesa y extrajo un dispositivo
electrónico de color blanco tipo pen
drive con una cruz dorada y se lo entregó al asesor diciéndole:
—Doctor Roberto, aquí tiene
algunos detalles adicionales sobre este asunto que podrían serle de utilidad.
Puede contactarme a cualquier hora del día o de la noche. Allí encontrará mi
número de teléfono móvil privado y el de mi despacho. Si necesita cualquier
cosa, no dude en hacérmelo saber. Espero tener noticias suyas lo más pronto
posible.
Luego de esto el secretario
papal se puso de pie, ante lo cual el experto hizo lo propio y estrecharon las
manos mientras el clérigo dijo:
—Que Dios lo ayude doctor
Missarelli, lo proteja, acompañe y permita aclarar todo este triste asunto. Su
Santidad, y mi persona oraremos para que pueda cumplir con éxito esta misión.
—Muchas gracias
monseñor—respondió el asesor—lo mantendré al tanto de todo lo que acontezca.
El religioso se retiró mientras
el experto volvió a tomar asiento permaneciendo por unos instantes en el salón.
Empezó a observar en su ordenador portátil la imagen congelada del video que
mostraba el rostro masacrado del exorcista. En esos ojos inertes y opacos
trataba de encontrar algún indicio, alguna señal que le ayudará a comprender lo
que había transcurrido en ese lugar.
— ¿Qué fue lo que en verdad le
sucedió padre Rivetti?— preguntó— ¿Quién le hizo tanto daño?
Apagó el dispositivo electrónico
guardándolo en su maletín junto con el pen
drive blanco y se levantó del asiento disponiéndose a retirarse del salón
de reuniones. Aproximándose a la solemne cruz flexionó la pierna derecha
arrodillándose y persignándose ante la estatua del moribundo, cerrando los ojos
y musitando una plegaria: «Dios mío; ayúdame en esta tarea que me han
encomendado. Cúbreme con tu amor y protégeme de toda la maldad que nos rodea.
Te lo suplico Señor, amén». «Padre nuestro, que estás en…»
Así continuó postrado, tratando
de hallar algo de serenidad por medio de la oración. Una vez que concluyó su
rezo, respiró en profundidad irguiéndose, e instintivamente alzó la vista para
observar el techo. Las imágenes de Cristo en medio de la muchedumbre siendo
flagelado y luego llevado hacia el calvario lo conmovieron en grado extremo colmándolo
de tristeza. Era sorprendente el realismo con el que pintaron esas figuras. El
dolor y la angustia del torturado así como la crueldad y sadismo de su verdugo
eran impresionantes. El artista que hizo
las pinturas había logrado transmitir todo ese cuadro de sufrimiento de una
manera tan real que parecía sobrenatural. Era tal el grado de perfección de las
imágenes que el experto no pudo evitar sentir un escalofrío al contemplarlas.
Se sentía estremecido al ver el rostro de Jesús camino al Gólgota llevando
desfalleciente el madero sobre sus hombros; con la cabeza coronada por espinas,
semidesnudo y el cuerpo tinto en sangre, cubierto de heridas y mugre. Su rostro
ojeroso, exhausto, dolorido y cadavérico lo miraba desde arriba proyectando una
lastimera súplica por ayuda, mientras el soldado romano sosteniendo el látigo
flagelaba su cuerpo con un gesto de enfermiza satisfacción. El fresco
transmitía por completo el cuadro desolador del horrible suplicio y agonía del
nazareno. Desconocía de qué artista se trataba—no se había establecido si se
trataba de Miguel Ángel o Rafael Sanzio— o en qué época fueron realizadas las
pinturas; pero sin duda eran magníficas y parecía que de un momento a otro
cobrarían vida siendo capaces de descender al piso, trayendo consigo todo el
horror de ese episodio tan vergonzoso y triste de la historia de la humanidad.
Cerró los ojos una vez más y trató de
escuchar en medio de la soledad de ese lugar lo que el mural de dolor y lamento
intentaba comunicar. Imaginaba cómo debió haber sido ese momento tan
ignominioso y macabro que vivió Cristo. La traición, la tortura, la
humillación, el desprecio y el esfuerzo sobrehumano de llevar su cruz a cuestas
hasta la cumbre de su cadalso. « Nadie
pudo haber tenido esa entereza y valor para soportar lo que Él sufrió» —pensó—.
Prosiguió con los ojos cerrados tratando de oír, intentando percibir a través
del tiempo los gritos de la multitud: los insultos y las burlas de los que
rodeaban a Jesús en el camino hacia su tenebroso final. Luego de ello abrió los
ojos y dirigió su mirada hacia el techo por segunda ocasión. Pero la otrora
obra de arte se transformó en una pesadilla dantesca y diabólica en la forma de
imágenes escapadas de un escalofriante sueño. Se le hacía difícil mantener la
mirada en esa escena de desolación, violencia y crueldad. Bajó la vista dirigiéndola a las paredes
detallando los retratos de los papas que las adornaban. Sin percatarse, empezó
a sentir un estremecimiento y un leve vértigo, causando que el recinto
oscureciera. Todas las efigies empezaron con lentitud a moverse y el
crucificado que hacía unos segundos se hallaba con la cabeza recostada hacia
abajo la enderezó lentamente, mirándolo de una forma escalofriante y mostrando
una sonrisa macabra, mientras que el resto de los retratos lo observaban
abriendo sus bocas deformes creando unas espeluznantes muecas de agonía. Sentía
como la sangre se congelaba en sus venas mientras el salón comenzaba a girar al
tiempo que el piso se movía a sus pies intentado hacerlo caer. Pero eso solo
duro un momento; una vez más cerró los ojos y sacudió la cabeza tratando de
reaccionar. Luego de esto todo volvió a la normalidad. Con cierto temor volvió
la vista hacia el techo percatándose que las pinturas continuaban inmóviles así
como todo lo que se hallaba a su alrededor.
Sin dudarlo, Roberto se encontraba afectado por el video y la
información sobre la muerte del sacerdote.
La forma en que fue brutalmente
martirizado y ultimado no la había podido aún asimilar del todo. La noche sin
dormir y haber tenido que leer ese informe tan terrible y lóbrego lo cansaron física y anímicamente. Un poco
sobrecogido se dirigió hacia la puerta de salida sin mirar atrás. Quería irse
de ese lugar en el que podía percibir que algo estaba tras él acechándolo.
Sentía que tenía los ojos de miles de demonios y fantasmas observándolo desde
atrás, amenazando y aguardando a punto de abalanzarse sobre éste. Era la
intuición de que algo terrible e inexorable iba a suceder. Y no se equivocaba…
——————oooooo——————
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