miércoles, 11 de noviembre de 2015

Cuento: "INSOMNE" de FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN



Hola: hoy quiero compartir con ustedes un nuevo cuento.

Ojalá les agrade.

INSOMNE




No tengo idea de qué me ocurre. Quizás pueda encontrar a alguien que me ayude, o al menos tratar de explicar lo que me viene sucediendo desde hace un tiempo y no consigo descifrar. Creo que la mejor manera de narrarlo, sería empezar por el principio. Hace unos días tuve un sueño perturbador; a tal punto, que desperté gritando como un loco y bañado en sudor. Me hallaba trémulo de miedo, como un niño pequeño abandonado a su suerte en una calle vacía en una siniestra y álgida noche, perdido y desamparado. Mi corazón latía con tal velocidad y fuerza que parecía un reo condenado a muerte deseando huir a toda costa de su encierro saltando a través mi pecho. Sin embargo, apenas conservo difusos recuerdos de aquella nefasta experiencia. Tan solo algunas imágenes recortadas, similares a los chispazos de una lluvia de estrellas fugaces, en la forma de luces blancas y rostros disformes; como máscaras de cera que al aproximarse al fuego empiezan a desintegrase. Pero que me afectaron de forma tal, que hasta el momento no lo he podido superar.



Estaba agotado —supongo que debe haber sido a causa de la dantesca pesadilla—al extremo de no poder salir de casa. La astenia inmisericorde convertida en un malévolo y glotón vampiro clavó sus colmillos en mí ser absorbiendo mi fuerza y voluntad casi hasta la última gota. Apenas si tenía fuerza para dar unos pasos o mantenerme en pie. No obstante, pese a mi falta de energía, me levanté del lecho para descubrir que algo anormal sucedía.


Todavía era de noche, el tenue albor de la luna así como de los faroles de la calle penetraban la oscuridad que reinaba en el lugar abarcándola con su ejército de sombras, tratando de impedir celosamente que la claridad la desplazara forzándola a desvanecerse. Sin embargo, algunos rayos lograron abrirse paso en las tinieblas y al llegar a las paredes y techos de la recámara plasmaron siluetas misteriosas y aterradoras. Del mismo modo los muebles del lugar protegidos por lienzos adoptaron un fantasmal aspecto. Parecían espectrales fieras dormidas esperando el momento de ser despertadas para atacar a su presa.


Traté de encender el interruptor de luz, pero sin éxito. No había energía eléctrica así que me dispuse a salir de la recámara. Con lentitud —a causa de mi debilidad—comencé a recorrer la casa. Mi vista se adaptó rápidamente a la oscuridad y es más; podría decir que veía bastante bien pese a encontrarme en penumbras. Llegué a la sala y pude verificar que todos los objetos se hallaban igual que en la recámara. Las fieras inertes al acecho se multiplicaban por toda la vivienda. Las lámparas de techo, así como las esquinas de las paredes lucían plagadas de gruesas hebras color plata que resplandecían de forma hipnótica y sobrenatural al ser tocadas por los famélicos rayos lunares que tenían la osadía de penetrar en aquel caliginoso claustro. Los insectos trastocaron el inmueble en su morada y coto de caza. Las arácnidas telas se multiplicaban prácticamente en todos los rincones de lugar. En aquel instante me hallaba entre aquellos bultos ocultos por telas, cercado por las siluetas que cobraban vida por doquier.


Aquella extraña situación hizo que perdiera el temple y que mi sistema nervioso reaccionara de manera irracional, causando que sufriera una ilusión; terrible y vatídica. Me trasladé a un desolado lugar. Se trataba de un desierto sembrado por miles de dunas remontadas por infinitos surcos ondulantes. El viento creaba espirales de arena que se desplazaban girando vertiginosamente por unos instantes y luego desparecían para después resurgir desde el suelo y continuar con su despliegue mágico sobre las lomas de arena. Muy arriba en lo alto, el rúbeo sol enmarcado en un cielo celeste y carente de nubes, brillaba sin piedad abrasando la tierra a sus pies. Era fácil observar cómo las partículas de arena simulaban evaporarse bajo el continuo ataque de la bola de fuego que al igual que un gigantesco pirómano, incineraba todo lo que se encontrase bajo éste. El aire era tan caliente que de solo inspirarlo, quemaba los vellos de mis fosas nasales. Me hallaba desnudo, parado en un infierno desolado y candente, sin nada a mí alrededor salvo la arena infinita y aquellos dibujos grabados por la fuerza del viento que fustigaba mi piel de manera constante e irreverente. Podía sentir el calor inclemente en mi humanidad. Parecía encontrarme en una hoguera y era capaz de percibir con nitidez la manera en que las incandescentes brasas lamían mi piel en toda su extensión, con la intención de convertirme en un pedazo de carbón humano. Bajé la mirada a mis brazos y para mi horror, noté que estaba plagado de ampollas de diferentes tamaños inundadas de un líquido turbio. Algunas habían explotado exponiendo a la intemperie partes de mis chamuscados músculos. Llevé las manos a mi rostro y por desgracia, no pude tocar nada más que un colgajo de piel reseca y algunas ampollas donde se suponía que estaban mis mejillas. Todo mi cuerpo ardía por efecto de aquel fuego invisible que flotaba en el aire calcinando la tierra y el aire sobre ésta; sin embargo no sentía los pies. Con verdadero terror, incliné la mirada solo para comprobar lo que imaginaba. La piel de mis extremidades había desaparecido, al igual que los tejidos musculares y terminales nerviosas, siendo reemplazadas por unas costras negras que precariamente cubrían los huesos de mis empeines y dedos. No era difícil observar las falanges amarillentas, los metatarsianos expuestos impúdicamente al exterior. Miré de reojo la senda que venía recorriendo y observé con repugnancia y dolor, el rastro marrón oscuro de los fragmentos de mi piel y carne carbonizada tiradas sobre la arena. No tenía duda que era cuestión de tiempo para que dejara de existir. La deshidratación y las terribles quemaduras no permitirían que subsistiera por mucho tiempo. La ígnea estrella sobre mi cabeza actuaba cual brutal y meticulosa asesina. Me estaba cocinando en mis propios fluidos y nada en el mundo sería capaz de evitar mi final. Solo era cuestión de tiempo. ¿Horas? No lo creo. Mi cuerpo no resistiría tanto. ¿Minutos? Podía ser pero no estaba convencido de ello; me estaba sofocando y deshaciendo como un trozo de carne arrojado a las llamas y dejado al olvido. Respirar se transformó casi en una tarea sobrehumana, debido a que cada inhalación, cada bocanada de aire era como si introdujera en mis pulmones una porción de gas propano encendido. Estaba a punto de colapsar. Sin vacilar, podía decir que “todo estaba consumado”, mientras volteaba mi cabeza tratando de encontrar un refugio; un oasis donde protegerme en ese lugar que era como el cráter de un volcán a punto de hacer erupción.


Poco menos que exánime, fui capaz de llegar a la cúspide de una duna y justo a punto de sucumbir, la pude ver. Se trataba de una edificación a lo lejos. No estaba seguro si era una iglesia o un monasterio ya que mi visión se volvió borrosa. Se encontraba muy lejos; sin embargo, parecía ser una tenue esperanza ante el cruel destino que venía afrontando. Traté de acelerar el paso, pero mi pie derecho no soportó más el castigo. Escuché claramente un “craaack” al intentar avanzar y comprobé como mis amarillentos huesos se desintegraban al contacto del piso mezclándose con la arena hirviente. Sin control caí sobre el suelo y comencé a rodar cuesta abajo; no era capaz de detenerme. Daba vueltas sin poder evitarlo mientras los fragmentos quemados de mi cuerpo salían volando por todos lados al igual que cenizas de papel llevadas por el viento. Todo era confuso, todo era un caos. Sin sentido de orientación, mientras rodaba velozmente solo veía la arena; el cielo, el sol, huesos amarillos, piel chamuscada, remolinos de viento, dunas, surcos, vacío, piedras, oscuridad, rocas, lápidas, la luna, sepulturas…


Me detuvo una gran roca con la que golpeé mi espalda. De un instante a otro el salvaje sol desapareció cediendo el paso a una luna sonriente con sus puntas hacia arriba; burlándose de mi suplicio. El sofocante calor quedó atrás vencido por el frío inclemente que tomó posesión de todo el lugar desplegando sus alas gélidas y paralizantes. Era difícil observar las condiciones de mi cuerpo debido a las tinieblas; no obstante, comprobé que aún conservaba el talón y parte del empeine de mi pie derecho. Los dedos habían desaparecido así como la mitad de la extremidad. Más, era como si esa parte de mi humanidad estuviera anestesiada; no percibía dolor. Tan solo el aire helado, una temperatura polar iba envolviendo lo que permanecía de mi cuerpo al tiempo que un olor singular, extraño y poderoso se abrió paso entre las vías calcinadas de mi sistema respiratorio. No obstante, era fácil advertir el aroma a muerte como penetraba con facilidad a través de mis poros y fosas nasales. Percibía como aquel singular olor y espeluznante sensación tomaba posesión de mi ser, arropándome entre sus fúnebres deseos. Sin saber cómo ni cuándo me hallaba en una necrópolis. Donde solo existía vacío abandono, tristeza y soledad. Donde solo quedaban flotando en el ambiente los ecos lejanos de promesas rotas, oraciones y sollozos desconsolados de los allegados que perdieron a sus seres queridos y se van acumulando a lo largo del tiempo, en una afligida letanía sin final. Un pedido inadmisible de reencuentro con el ser amado. Un ruego imposible de cumplir. El deseo irrealizable de resurrección. Algo que nunca será; jamás, jamás… Ahí estaba yo. Entre las tumbas solitarias y frías revestidas por mortajas y sitiadas por una multitud de siluetas de ojos negros, más oscuros que la misma muerte; de rostros sin facciones y carentes de sentimientos. De un momento a otro las sombras abrieron sus bocas transmitiéndome un mensaje triste, a la vez que aterrador. Podía escuchar sus gritos de dolor que rebotaban sin piedad en mi cabeza. Eran alaridos de rabia, espanto, amargura, soledad y desesperación. Pese a que no proferían palabra alguna, era capaz de entenderlos. ¡Deseaban estar vivos!


Sacudí mi cabeza de un lado a otro, tratando de volver a la realidad. De este modo, pude escapar de esa apocalíptica visión y regresé a la sala, entre las fieras dormidas. El agotamiento me forzó a retornar a la habitación, así que; casi arrastrándome retorné sobre mis pasos y con pesado andar subí la escalera mientras podía sentir a mis espaldas que las siluetas en las paredes seguían observándome. No me perdían de vista en tanto proseguía con mi laborioso peregrinar hacia la cama.


Una vez que llegué a la habitación me desplomé sobre el lecho y cerré los ojos. No soy capaz de decir, por cuánto tiempo permanecí en ese estado. Intenté dormir. ¡Lo juro! Conté ovejas, recorrí la casa mentalmente, recordé y nombré la ubicación de cada una de las telarañas que vi en mi camino así como los muebles y demás enseres. Repetí todo esto una y otra, y otra vez pero no pude conciliar el sueño.


Ahora reconozco que lo que más me afecta es el repentino insomnio que me mantiene en vilo durante horas y horas; tanto que he perdido la noción del tiempo. Estoy realmente desesperado ya que han transcurrido no sé si una noche o más sin poder dormir. Sin lograr obtener la anhelada recompensa que es cerrar los ojos y olvidarme del mundo. Alejarme por unas horas de la realidad y huir. Entrar en el mundo de los sueños y poder dejar que mi mente vague libremente en los caminos infinitos del universo onírico que habitaba mi cabeza y ahora parece haber ocupado un vacío sin fin. Estoy consciente de que mi estado mental viene declinando, se está debilitando ya que no consigo que mi cerebro descanse. Pienso en todo el tiempo en lo que me ocurre sin obtener respuesta. A veces me digo que debo estar todavía inmerso en la pesadilla, pero es muy larga, demasiado.


No sé cuánto tiempo llevo así, ni cuánto más durará esto pero creo que si no logro descansar me volveré loco. Solo de pensar que en el algún momento a causa de este insomnio pudiera perder la razón, me hace estremecer. No tengo la menor idea de cómo salir de este maldito sueño, pesadilla o si me he vuelto loco…


Un momento. ¿Pero qué sucede? Escucho ruidos. ¿De qué se trata? ¿Son voces acaso? Estoy abriendo los ojos y puedo ver que la luz de la habitación está encendida. ¡Oh, por todos los cielos! ¡Felizmente! ¡Todo era solo una pesadilla!


Estoy incorporándome en la cama. Ahora puedo ver todo. El techo, la ventana cubierta por la cortina. El televisor está encendido frente a mí  casi sin volumen. El mueble de la peinadora está a un lado. Mejor me levanto. ¿Quién está ahí?—susurro con temor de que alguien me pueda oír. Pero algo está a mi lado, aquí en la cama. No es algo, es alguien quien duerme profundamente. Siento su respiración pausada y en calma. ¿Qué es esto? Sorprendido, procurando no molestar a esa persona me levanto muy despacio. No quiero que se despierte. Tiene la cabeza cubierta por la cobija y no puedo descubrir de quién se trata. Me acerco de puntillas a su lado de la cama y veo que se trata de una mujer. No la conozco, jamás la he visto en mi vida. Estoy desconcertado, que hago aquí, ¿Quién es ella? De pronto abre los ojos y de manera automática salgo de la habitación para evitar asustarla. Creo que no me ha visto. Se levanta y se dirige al cuarto de baño, Aprovecho para escabullirme de la recámara y bajo las escaleras hasta llegar a la sala una vez más. Ya no hay telarañas, las fieras han desaparecido, los muebles lucen descubiertos aunque la luz de una lámpara permanece encendida cerca de la cocina.


Camino sin hacer ruido y llego al bar, necesito tomar algo. Necesito… Trato de abrir la gaveta de los licores pero no puedo. Mi mano  atraviesa la madera sin moverla siquiera un milímetro. ¿Qué…, qué demonios es esto? Intento una vez más pero igual, mis dedos  no consiguen tocar la superficie. Trato de coger una de las copas de la repisa, pero es imposible. No soy capaz de hacerlo. Parece que todos los objetos estuvieran hechos de aire. En ese instante el terror me comienza a dominar. ¿Qué me ocurre? ¿Sigo en la pesadilla? ¿Aún no despierto? Fuera de mí comienzo a tratar de agarrar todo lo que está a mi alcance: sillas, mesas, adornos, cuadros, floreros y demás, pero todo sigue igual. No puedo tocar las cosas, es como si no existieran. Corro de un lado a otro en mi desesperación y atravieso los muebles y enseres sin lograr nada, hasta que; en uno de mis arrebatos tropiezo con algo que no logro ver con claridad. Se trata de un retrato o algo similar, que cuando cae al piso ocasiona un ruido infernal. ¿No es un sueño acaso?


Pasan unos instantes mientras permanezco de pie al lado de aquel objeto que está en el piso. Cuando las luces de la escalera se encienden. De manera instintiva, corro a ocultarme detrás del comedor, estoy agachado y a la espera. En ese momento puedo escuchar con claridad:


—Shhhh… No hagan ruido—es una voz femenina. — Esperen aquí—agrega.

—No mami, por favor. Tenemos miedo. No queremos que nos dejes sola. —se trata de la voz de una niña.


—Es solo un segundo. Quédense ahí. —replica la mujer.


Veo que la mujer de cabello negro; joven y de rostro claro, vestida con una bata de dormir, baja despacio por las escaleras mientras sostiene un bate. Luce nerviosa, mientras la improvisada arma tiembla entre sus manos. Avanza despacio mirando a todos lados, hasta llegar al pie de la escalinata y acciona el interruptor. Las lámparas del techo se encienden, en tanto ella mira nerviosa por doquier.


— ¿Quién está ahí?—pregunta con tono enérgico tratando se sobreponerse a su miedo— He llamado a la policía—agrega.


De inmediato dos niñas bajan a la carrera la escalera, seguidas por un perro castaño que llega al centro de la sala y comienza a ladrar y aullar hacia el lugar donde me encuentro. Las niñas abrazan de las piernas a la mujer quien continúa con el bate en la mano;. hasta que se convence que no hay nadie más en el lugar y sitúa el madero sobre la mesa.


—Mami—dice una de ellas—tengo miedo.

—No es nada. —Abraza a las niñas—Solo fue el viento.


Dicho esto, recogió del piso el retrato caído, le dio un beso y lo estrechó entre sus brazos por unos segundos. Tuvo que hacer un esfuerzo para evitar que sus hijas vieran que unas lágrimas escapaban de sus ojos. Luego lo colocó en su lugar.


La mascota había dejado de ladrar y permanecía en silencio sentada sobre sus cuartos traseros, observando el lugar donde me hallaba.


—Vamos hijas, a dormir.

— ¿Podemos acostarnos contigo mami? —preguntó la más pequeña.

—Por supuesto mi amor. Claro que sí.

—Ven Milo—dijo la otra niña. Acto seguido, el perro se levantó y procedió a seguir a sus dueñas.


Una vez que la calma y la oscuridad volvieron a tomar control del lugar, salí de mi ubicación y me dirigí hacia el retrato que la mujer había cogido. En ese preciso momento un rayo de luz me permitió ver con claridad la fotografía contenida en un marco dorado. En ese instante sentí que las lágrimas comenzaban a escurrirse sobre mi rostro. Una terrible sensación de tristeza y desesperación se apoderó de mí ser. Por fin pude reconocer que se trataba de mi familia. Ahí estábamos los cuatro, en nuestras últimas vacaciones en la playa. Todos sonreíamos, éramos felices. Los adoraba, ellos eran mi razón de ser. ¿Qué sucedió? ¿Qué es todo esto?


De un momento a otro, sentí que me halaban desde atrás, con fuerza sobrehumana conduciéndome a través de los recuerdos; miles y miles de imágenes pasaban por mi cabeza, tantas que no podía identificarlas. Personas, eventos, lugares, emociones. Hasta que por fin llegué. Una vez más estaba entre las sombras y éstas abrían sus escalofriantes bocas gritando de manera silenciosa su terrible y angustioso cántico…


Arriba la luna proseguía con su pavorosa y enigmática sonrisa observando el mar de sepulcros bajo ésta, hasta que poco a poco fue desapareciendo. Ahora tan solo hay piedras abandonadas, sepulcros olvidados, pétreas cruces y estatuas derruidas rodeadas de tinieblas eternas, sin ningún lugar a donde escapar. Sin nadie a quien acudir. Las voces suenan con más ímpetu en mi cabeza y la mía se ha unido a esta triste letanía, y grito con todas mis fuerzas sin que nadie pueda escuchar mi clamor: ¡QUIERO VIVIR!


Maracaibo, 31 de octubre de 2015.



"El Visitante Maligno" y "El Visitante Maligno II"


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