“…había terminado de bañarse y se visitó únicamente con una bata de color rojo.
Estaba ansioso esperando el arribo de John, su monaguillo. El muchacho debía
llegar temprano por las mañanas llevando el pan y la leche para desayunar con
el sacerdote como lo hacían todos los días. El clérigo se sentía impaciente por
ver a “su conejito Johnny” y muy ansioso por la llegada de los policías el día
anterior. No sabía que información manejaba ese tal Missarelli en concreto,
pero no le preocupaba demasiado. En todos estos años tuvo varios inconvenientes
sobre asuntos con sus “conejitos” como llamaba a sus presas, pero nunca sucedió
nada. En el caso más serio tuvo que ser cambiado de destino pero continuó con
sus andadas. La iglesia miraba hacia otro lado cuando se trataba de estas cosas
y además el cura estaba apoyado por un cardenal que se encontraba en El
Vaticano; eran primos hermanos y hasta fueron compañeros en el seminario. Se
comunicaban con regularidad y mantenían viva su relación a través de los años. Por
el poder del purpurado y la gran influencia que poseía en los más elevados
grados de la iglesia, O´Donell era prácticamente intocable. El problema se
presentó por la gran cantidad de denuncias que hubo en su contra y llegaron al
oído del santo padre a quien no le quedó más remedio que prestar atención. Todo
hubiera transcurrido como agua bajo el puente, pero no tomaron en cuenta la
intervención de Roberto Missarelli.
El cura acariciaba su arrugado
pene, esperando la llegada del muchacho y caminaba por la habitación pensando:
— « ¿por qué estará tardando tanto? Antes de desayunar iremos al confesionario
y le voy a dar su penitencia…» Je, je, je…— comenzó a reír mientras su pequeño
miembro se endurecía excitado pensando en el monaguillo. Desató su bata abriéndola
y bajó la cabeza intentando mirar su erección; pero una gran barriga blanca,
fofa y amorfa, poblada de vellos canosos le impidió observar sus genitales. Se
detuvo frente al espejo despojándose de la prenda de vestir y levantó los
brazos como si fuesen asas, tensando sus músculos tratando de meter la barriga
sin conseguirlo; logrando obtener la imagen deplorable de un viejo pervertido y
repulsivo. El rostro marcado por años terminaba en una papada que le cubría
parte del ancho cuello. De su pecho fofo colgaban las tetillas como si fuesen
los senos de una mujer obesa surcados por los vellos que como un camino,
descendían hasta su abdomen, pasando por su ombligo y llegando hasta su sexo.
Los brazos lucían tristemente grotescos cual si se tratara de una caricatura,
donde debajo de los brazos colgaban unas impresionantes bolsas que daban la
impresión de que los bíceps hubiesen descendido por efecto de la gravedad,
situándose en la parte anterior de las extremidades. Sus piernas medianas y
rechonchas, estaban plagadas de pelos y en la piel de las rodillas era posible
observar gran cantidad de líneas irregulares, como si se tratase de papel
arrugado.
En ese momento sintió un ruido
que provenía desde la parte de abajo de la iglesia.
—John, Johnny. ¿Eres tú?—
preguntó el cura...”
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