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En esta página puedes leer la primera parte: "La Sombra de la Muerte" capítulos del I al VI de mi novela: "El Visitante Maligno"
(PARA MÓVIL)
Diseño
de portada: Fernando E. Sobenes Buitrón
Todos
los derechos reservados 19/11/2009 República Bolivariana de Venezuela
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CREATIVE 1104229042854 del 22 abr. 2011
PROHIBIDA
SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL POR
CUALQUIER
MEDIO SIN AUTORIZACIÓN EXPRESA DEL AUTOR.
DEDICATORIA
“A las dos personas más importantes en mi vida; mi amada
esposa Islet y mi hijo, mi adorado Fabricio que son mi inspiración y fortaleza”
“A mi querida y extrañada madre. Si existe algo más allá,
espero que encuentres la felicidad y comprensión que no tuviste en esta vida”
AGRADECIMIENTO
A mi amada esposa; por su amor, su invaluable apoyo y
comprensión para poder lograr realizar esta obra.
NOTA DEL AUTOR
¿Existe la vida después de la muerte? ¿Existen Dios y el Diablo? Nadie lo sabe.
Muchas personas desean creer que la vida es un paso hacia otro lugar, hacia
otra dimensión que depara una existencia mejor que la actual. Todo se
basa en una cuestión de fe, ya que no existe una prueba científica valedera al
respecto.
Las
religiones abordan el tema de la vida después de la muerte, la reencarnación,
el bien y el mal. Utilizan estos conceptos y los adaptan a su conveniencia. La
figura de un Dios vengativo está presente en la Biblia y la doctrina cristiana la
impone clamando un maniqueísmo radical: Dios o el Diablo, el cielo o el averno.
Adáptate a nuestras normas o arderás en el fuego del infierno. Amenazas y
chantajes, premios y castigos, donde si no abrazamos al primero, caemos
irremediablemente en las garras del segundo; condenándonos de manera implacable
a una existencia eterna y espantosa en el hoyo sin fin del purgatorio. Pagando
nuestras culpas y siendo objeto de un Dios inmisericorde que nos impone una
pena brutal y despiadada para toda la eternidad.
Si tomamos conciencia de las desgracias tan grandes que ocurren en nuestro
planeta desde tiempos inmemorables como: Epidemias, asesinatos,
dictaduras sangrientas, genocidios, accidentes, catástrofes, desastres
naturales, abuso y abandono de menores. Personas que nacen con discapacidades y
deformidades, enfermedades diversas y en fin; un abanico interminable de
plagas, nos preguntamos: ¿Por qué Dios permite todo esto? ¿En verdad quiere que
suframos? ¿Debemos estar condenados mientras existamos a pagar las culpas de
“nuestros primeros padres” aquellos que cometieron el “pecado original”?
Del mismo modo, si se le consulta a un sacerdote la causa de todas estas
desgracias, su respuesta es que las vías del Señor son misteriosas y que dio al
hombre libre albedrío. Es decir; quedamos igual, sin una explicación
adecuada y convincente sobre Dios que nos demuestre su existencia y
proceder.
Por otra parte de existir el Diablo, estaría ganando la batalla contra el bien.
El hombre sufre y comete aberraciones inenarrables contra sus
congéneres desde el inicio de los tiempos. La sangre de inocentes siempre
ha sido regada por todo el planeta en innumerables ocasiones sin razón
alguna; donde se producen accidentes absurdos en los que fallecen
personas de forma indiscriminada sin que muchos hayan tenido siquiera la
oportunidad de disfrutar la vida, u otros que caen en las garras de terribles adicciones.
Las víctimas de las guerras; la explotación infantil, el terrorismo y el narcotráfico.
El secuestro, el encarcelamiento y sufrimiento de inocentes. El fanatismo
religioso que hace tanto daño a la humanidad, las ejecuciones por odio o por
naturaleza sexual o racial, harían pensar —de acuerdo a los creyentes —que
hay una fuerza sobrenatural que está detrás de toda la maldad del ser humano.
Los valores morales de la sociedad están en estos tiempos más bajos que nunca.
Las maravillas del mundo moderno que han contribuido enormemente a la
superación de la humanidad, también se han convertido en su desgracia como en
el caso del uso inapropiado de la Internet. Donde los niños son las víctimas
principales de la maldad que es fácilmente transmitida por esta vía y que no
puede ser controlada para evitar enviar mensajes de odio, violencia y
oscuridad. En las que la iniquidad, depravación y negatividad, están a unos
clics de distancia. La globalización es para algunos una bendición mientras que
para otros la maldición; depende de cómo se emplee.
Por mi parte estoy convencido que
nosotros somos los únicos responsables por nuestras acciones. No hacer
daño y tratar a otros como queremos ser tratados; pienso que en eso radica el
bien y el mal. No debemos escudarnos en que los actos humanos son fraguados por
un invisible y todopoderoso ser superior. Ojalá que algún día el hombre
despierte y deje de ser manipulado por las religiones, y por fin tome
consciencia de que sus actos son ocasionados por él mismo.
El autor
“Preparen la masacre de los hijos
por los crímenes de sus padres que no se levanten para adueñarse de la tierra y
cubrir de ciudades del mundo” (Isaías
21, 14, Antiguo Testamento)
PRÓLOGO
Nunca podría apartar de su mente el día cuando sucedió aquello tan aterrador
que le congeló el corazón y cambió su vida para siempre. Era el mes de febrero
de 1991. Peter Donovan, teniente del ejército de los Estados Unidos, perteneciente
a la segunda división de infantería se encontraba en el Golfo Pérsico al mando
de un grupo de cuarenta soldados que debían llegar al campo petrolífero de Ar Rumaylah al norte de Kuwait; donde
las tropas iraquíes habían situado cargas explosivas en los pozos de petróleo
con la finalidad de hacerlos estallar en cuanto llegaran los efectivos de la
coalición, acatando las órdenes de Saddam Hussein “El Carnicero de Bagdad” convirtiéndolos en “tumbas de fuego”,
creando caos y destrucción. Su misión consistía en desactivar los explosivos y
asegurar el área antes de que las fuerzas del dictador iraquí lograran su
cometido.
El objetivo se encontraba a quince kilómetros de distancia y el desplazamiento
lo hacían a pie, puesto que aún existía algo de resistencia de la Guardia
Republicana iraquí y era necesario neutralizar las tropas enemigas que
encontraran en su camino. Para esto contaban con apoyo aéreo en caso de
necesidad.
La marcha por el medio del desierto se hacía pesada debido al equipo y al
armamento de dotación que portaban. El oscuro firmamento estaba plagado de
estrellas cual campo de luciérnagas y se podía escuchar el ronroneo de los
aviones volando a gran velocidad sobre el espacio aéreo iraquí. A pesar del inclemente
frío, se movían con rapidez.
Los visores nocturnos les permitían detectar algunos enemigos ocultos bajo el
manto de la noche. Disparos esporádicos; una silueta humana encerrada en el
lente de la mira, las ráfagas de los fusiles y ametralladoras automáticas
acompañadas por los haces de luces de los proyectiles trazadores y el objetivo
caía. La resistencia en efecto, era mínima.
El estruendo de las explosiones se escuchaba en la distancia haciendo temblar
la arena bajo sus botas. La cortina negra sobre sus cabezas se iluminaba
con los fogonazos de las bombas y misiles que dejaban caer los aviones. A lo
lejos; las lenguas de fuego de algunos pozos que se encontraban ardiendo
despedían nubes de humo negro logrando que la noche se hiciera aún más
tenebrosa, al tiempo que el olor del combustible quemado inundaba el aire y lo
hacía casi insoportable.
—
¡Sargento Wilkins! ; —dijo el teniente —mande a los hombres colocarse las máscaras,
todavía nos faltan seis kilómetros para
llegar al objetivo.
— ¡A la orden señor! —Respondió el
sargento — ¡Todo el personal a colocarse las máscaras!—indicó a los soldados.
Los militares proseguían con su avance en silencio soportando el frío y el
viento del desierto que azotaba la arena contra sus cuerpos, mientras se
acercaban cada vez más a su destino. La ansiedad era creciente. No sabían
con que se toparían y si podría haber alguna emboscada. De la nada se pudo oír
un corto silbido y luego una explosión se hizo presente en la retaguardia
matando a tres de los infantes en el acto e hiriendo a otros dos. Donovan
cayó sobre la arena impulsado por la onda expansiva del estallido del proyectil
de mortero. No podía escuchar nada, tan solo un pitido intenso que le
horadaba la cabeza y los oídos. Veía los destellos de las armas que asemejaban
luciérnagas en la penumbra y a lo lejos empezó a sentir el ruido de los
disparos y el tableteo de las ráfagas de las armas automáticas.
—
¡Morteros! , ¡Morteros, a cubierto!, ¡cúbranse! — gritó uno de los soldados.
Desde una trinchera a unos doscientos metros de distancia podían observar el
resplandor de los proyectiles trazadores de los fusiles AK cuarentaisiete
que les disparaban sin pausa, mientras las explosiones no cesaban en proferir
su salvaje y aterrador canto de horror y muerte.
—
¡Wilkins! — Ordenó Donovan— verifique el estado de los hombres; divídalos en
dos grupos para rodear a… ¡Wilkins!
Volteó hacia el sargento y lo vio tendido sobre el suelo a unos metros de distancia
retorciéndose de dolor. La pierna izquierda del militar había desaparecido
por completo y el brazo del mismo lado, solo se mantenía sujeto del cuerpo
mediante un jirón de músculos al tiempo que la vida se escapaba de sus venas,
tiñendo de escarlata la arena bajo éste.
—
¡Cabo Torres! — Comandó Donovan —solicite apoyo aéreo de inmediato.
—
¡Sí señor! —respondió el cabo, haciendo uso del equipo de comunicación: — ¡Fox
dos, Fox, dos! Aquí sabueso tres. Solicito apoyo aéreo de inmediato,
coordenadas: cero-cinco-siete. Estamos bajo fuego intenso de morteros, ¡tenemos
seis bajas!
—
¡Copiado Sabueso tres!; ¡el apoyo aéreo está en camino!—respondió la voz en la
radio.
Donovan y sus hombres se defendían repeliendo el ataque que los tenía
acorralados sin ser capaces de moverse de aquel lugar. Los disparos proseguían
sin descanso convirtiéndose en una horizontal lluvia de metal que les impedía
levantarse del suelo. Pese a que hasta hacía tan solo unos instantes la
resistencia había sido escasa, se toparon con una fuerza que los superaba con
creces y que amenazaba con aniquilarlos. Sin embargo, de un momento a otro se
escuchó el ruido esperanzador de un helicóptero Comanche lanzando sus misiles Hellfire hacia la posición
enemiga y eliminando los nidos de morteros desde donde los estaban atacando. Iluminando
la lobreguez del lugar con las bolas de fuego rojas y amarillas causadas por
las explosiones que desmembraban sin piedad a los soldados árabes en una
exhalación; convirtiéndolos en fragmentos de carne, huesos, y sangre,
esparciéndose sobre la arena del desierto cual espeluznante alfombra de restos humanos.
La incursión aérea no duró más de un par de minutos, hasta que el ruido de los
disparos cesó. Otro helicóptero de rescate médico apareció de la nada en la
penumbra comenzando a descender para auxiliar a los heridos y recoger a los
cadáveres, mientras la aeronave de
combate daba vueltas protegiendo al personal en tierra y verificando que no
existiera más peligro.
Donovan y sus hombres entraron en la trinchera para comprobar si quedaban sobrevivientes
de la parte enemiga. Al ingresar permanecieron en el sitio, impresionados al
contemplar lo que quedaba del enemigo. El
espectáculo que tenían ante sí era
dantesco.
Cadáveres carbonizados y desmembrados. Órganos y restos humanos diseminados por
doquier. Cabezas desprendidas de sus cuellos. Trozos de cuerpos incendiados y arrojados
contra las paredes de la trinchera. Algunos cadáveres describían posiciones
grotescas e inauditas producto de las ondas expansivas que les hacían parecer
marionetas destrozadas. El color púrpura teñía el lugar, como si una mano
gigante se hubiera sumergido en una piscina color carmesí sacudiéndola
en ese sitio. El olor a sangre, carne quemada y muerte reinaba en el ambiente
transmitiendo a los soldados todo su espantoso y pavoroso hedor.
Algunos de los soldados iraquíes se retorcían de dolor: hombres sin brazos, otros
sin piernas. Uno solamente conservaba un brazo, con el que trataba de arrastrarse
sobre su propia sangre sin lograrlo. Los gritos de dolor y los sollozos de los
heridos eran inaguantables.
—
¡Teniente! ¿Qué hacemos con los iraquíes heridos? — Preguntó el cabo Ferris —,
quien llegó en el helicóptero médico.
—
¿Hay especio en el helicóptero? —preguntó el teniente.
—
¡No señor!, ¡estamos copados con las bajas! La orden del…
—
¡Sí, sí! ¡Lo sé! No prisioneros. —Respondió Donovan.
—
¡Cabo Torres!—llamó el teniente.
—
¿Señor?
—
¡Disponga que los hombres verifiquen si hay algún tipo de información!,
¡registren todo el lugar! ¡Destruyan las armas que encuentren!
—
¡Si señor!
—
¡Torres! …
—
¿Señor?
—
¡No prisioneros!
—
¡A la orden señor!
Como una película en cámara lenta, los soldados se acercaban a los
enemigos heridos y les apuntaban con los fusiles en las cabezas haciéndolas
estallar al ser impactados por las balas
a quemarropa.
—
¡Toma hijo de perra!, ¡maldito!
—
¡Maldito Hussein!, ¡traga plomo!
Tronaban
los disparos en una sinfonía letal emergida del averno. Algunos de los
lesionados rogaban por su vida; imploraban que no los mataran, había otros que
lograban ponerse de rodillas pero de igual modo eran asesinados. Algunas
cabezas estallaban despidiendo una nube roja conformada por miles de partículas
del fluido púrpura que impregnaban la piel y el uniforme del verdugo con aquel
aterrador matiz, haciéndolos lucir igual que carniceros en plena faena de
matanza. La venganza estaba de fiesta. La rabia por el ataque sufrido hacía que
los soldados se ensañaran con los caídos. Algunos utilizaban las bayonetas para
cumplir con su infernal cometido, disfrutando el momento de degollarlos, otros
les golpeaban las cabezas con las culatas de sus rifles de asalto, causando que
estallaran como melones. El saturnal de horror parecía no tener fin.
Peter Donovan no fue capaz de detener la carnicería. Es más; había dado la
orden de aniquilar a los enemigos siguiendo instrucciones superiores. Si bien
era cierto que se sentía mal por las atrocidades que cometían los soldados,
también recordaba como los habían emboscado y la forma en que sus hombres
habían caído destrozados por el fuego enemigo.
—
¡«Que se jodan!» — Pensó —, « ¡se lo merecen esos hijos de puta!»
—
¡Señor!, — dijo Ferris —Catedral se ha comunicado por radio y ha ordenado
suspender la operación, dispuso que todos los hombres retornen a la base.
—
¡Está bien! —respondió Donovan y se dirigió a uno de sus hombres diciendo:
—
¡Cabo Torres!: nos vamos, la misión ha sido cancelada. ¡Ordene a los hombres
replegarse, volvemos a la base!
—
¡Entendido, señor!
El helicóptero con los infantes heridos comenzó a alzar vuelo mientras sus
aspas levantaban la arena del desierto creando una nube de polvo en
el lugar. Los hombres empezaron a regresar sobre sus pasos mientras Donovan se detuvo
mirando el amasijo de cuerpos mutilados
en la trinchera. El recuerdo de los ruegos de los soldados iraquíes, sus voces
y lamentos todavía podía sentirlos perforando su cabeza.
—«
¡La vida es una porquería! »— recapacitó.
Volteó y empezó a caminar con la intención de abandonar aquel infierno más; de repente su bota izquierda tropezó con
algo que lo hizo trastabillar. Miró hacia abajo y le pareció ver un objeto que
brillaba entre la arena, pero sólo fue por un segundo por lo que se agachó procediendo a recogerlo. Era una pequeña figura plana de
unos diez centímetros de largo y unos cinco milímetros de espesor. Estaba hecha
de piedra negra. Tenía tallada una cabeza de felino, cuernos de cabra en la
frente; de rostro fiero y desafiante. Los ojos fijos al frente denotaban
crueldad y las fauces abiertas mostraban los colmillos con gesto salvaje. La
figura tenía un orificio en la boca de tamaño de una moneda grande que la
traspasaba y los colmillos asomaban por ella.
—«Debe
ser algún tipo de amuleto»— dijo para sí y lo guardó en el bolsillo de su
pantalón de campaña.
Sus hombres ya estaban a unos treinta metros de distancia cuando escuchó un
murmullo, algo que no se distinguía claramente. Giró para ver de qué se trataba,
pero no pudo observar nada. Supuso que se trataba tan solo del viento y se
preparó para emprender la marcha, cuando lo oyó claramente. ¡Era el llanto de
un niño!
Debido a la oscuridad tuvo que hacer uso del dispositivo para visión nocturna,
por lo que regresó al lugar de la masacre al tiempo que escuchaba con más fuerza el
llanto penetrante y desgarrador, clamando por ayuda. Provenía del fondo de la
trinchera que tenía unos tres metros de profundidad.
—
¿Quién está allí? — Gritó —levantando su fusil y apuntando hacia la dirección
de dónde provenía el lamento.
El llanto se hacía más fuerte mientras Peter avanzaba entre los cuerpos, más;
no podía distinguir muy bien debido a que el visor infrarrojo empezó a
parpadear por lo que se despojó de éste, apagándolo. Encendió su linterna y
allí fue capaz de verla. Al fondo casi fuera de la vista. Se trataba de la
entrada de una pequeña cueva. De aquel lugar provenía el llanto. Inclinándose,
alumbró el interior pero no se veía nada. Tuvo que arrojarse sobre el piso y
comenzar a arrastrarse a fin de entrar por
el angosto hoyo en la arena similar a la guarida de un animal. En ese momento,
un nauseabundo olor se introdujo a través de sus fosas nasales. Allí había
algo descompuesto; no cabía duda de que existía algo muerto en aquel
escalofriante lugar.
Sin
embargo; pese a todo, el oficial continuó avanzando impulsado por el deseo de
ayudar al menor que imploraba ayuda con desesperación.
—
¡VOY EN TU AYUDA!, ¡AGUARDA UN MOMENTO!—gritó Donovan.
El hedor se empeoraba a medida que avanzaba. Se colocó nuevamente máscara
antigases más; pese a ello, a duras
penas soportaba las arcadas. Logró abrirse paso a lo largo del diminuto túnel arrastrándose,
descendiendo y finalmente consiguió ponerse de pie. Había llegado a una especie
de cámara amplia. Con la linterna alumbró a su alrededor distinguiendo en las
paredes algunos dibujos y letras que no podía entender pero presumió que eran
caracteres antiguos. Poco a poco se percató de la presencia de fardos
cubiertos por mantos; eran mortajas y había algunos de ellos a medio enterrar. Se encontraba en un sepulcro. Los cráneos y huesos se podían divisar tanto
en las paredes como en el piso del
recinto; en tanto, el techo estaba a unos
cuatro metros de altura.
El llanto proseguía; era un lamento terrible y atormentado que provenía del
final de la sepultura. Alumbró en la dirección del sollozo y vio una figura
extraña que se hallaba de espaldas e inclinada
sobre una de las momias; cubierta con un manto negro y murmuraba algo raro, en un lenguaje
incomprensible. En ese momento la luz de la linterna se apagó y el
murmullo de “eso” finalizó. Donovan era incapaz de encenderla nuevamente, no
funcionaba…
—
¡Peter, Peter!— pudo oír su nombre en la penumbra.
Una
maraña de voces sobrenaturales de hombres y mujeres susurraron…
—Te
estábamos esperando…
La
sangre se transformó en hielo seco en
sus venas cuando escuchó esas palabras y el pánico empezó a invadirlo.
—
¡Únete a nosotros!… —se dejó sentir con estridencia en aquel macabro lugar.
—
¡Peter, Peter, únete a nosotros!
La oscuridad era absoluta, el frío le calaba los huesos pero el terror
que sentía le llegaba hasta el alma.
De
manera instintiva se colocó nuevamente el visor nocturno y lo que vio hizo que
todos los vellos del cuerpo se le pararan en punta. Las momias en el
sepulcro estaban en movimiento ¡habían cobrado vida! El “ser” que estuvo
agachado hacía unos instantes, se encontraba frente a Peter de pie.
Era muy alto y a través del dispositivo electrónico fue capaz de distinguir sus
fantasmales ojos, que lo envolvieron en un paroxismo de espanto.
—
¡Peter, se parte de nosotros!, ¡ven a nosotros!— dijo el “ser” de voz
atronadora.
El militar levantó su arma y comenzó a disparar a “eso” que tenía enfrente
hasta que vació el cargador, al tiempo que el “ser” reía a carcajadas.
Peter Donovan sabía que de no huir de allí iba a encontrar la muerte.
Nuevamente el visor infrarrojo comenzó a parpadear dejándolo en tinieblas.
Por
instinto se arrojó al piso y comenzó a arrastrase por donde entró lo más rápido
que pudo.
—
¡PETER, PEEEETEEEER! …
Los
gritos eran ensordecedores y se oían cada vez más cerca.
—
¡PETER, ÚNETE! ¡ÚNETE A NOSOTROS!
Prosiguió su desplazamiento velozmente, despavorido por lo que estaba detrás. Sin
ser capaz de ver, solo escuchaba voces y lamentos pavorosos. Apenas avanzó unos
metros cuando de manera repentina, sintió que lo agarraban de las botas y lo
jalaban para hacerlo regresar. En medio de risas y gritos, “algo” le impedía
avanzar y lo hacía retroceder devolviéndolo al sepulcro.
—
¡SOCORRO!, ¡AYÚDENME!, ¡AUXILIO!… ¡POR DIOS, QUE ALGUIEN ME AYUDE!— comenzó a
gritar.
Desde
atrás, oyó con claridad:
—
¡DIOS NO ESTA AQUÍ! ¡SE HA OLVIDADO DE
TÍ, PERO NOSOTROS NO! ¡VEN! ¡ÚNETE A NOSOTROS PETER!
Las fuerzas casi lo habían abandonado, lo que antes lo sujetaba de
las botas ahora lo hacía de las pantorrillas atravesando la tela del
pantalón y quemándole la piel. Esos “seres” lo arrastraban regresándolo a la
tumba, mientras Peter trataba de escapar sin poder conseguirlo.
De imprevisto, sintió unas manos que lo sujetaron con fuerza de los brazos tirándolo hacia
adelante, liberándolo de su dantesca prisión. Se trataba de sus hombres que
hicieron una cadena humana para sacarlo de allí. En ese instante, Donovan
perdió el sentido…
Cuando recobró el conocimiento estaba en el helicóptero de rescate, tenía las piernas
vendadas. Podía sentir el dolor y ardor de las quemaduras. Todavía estaba conmocionado por el horror de la experiencia
vivida en el sepulcro.
—
¿Teniente se encuentra bien? ¿Qué pasó allí abajo?— preguntó Ferris.
—No
lo sé. —Contestó Donovan— No lo sé. Mientras el helicóptero se alejaba dejando
atrás la espantosa orgia de sangre, terror y muerte.
LA SOMBRA DE LA MUERTE
CAPÍTULO I
Yo, el Señor, soy tu Dios, que te ha
sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros
dioses delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay
arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en
las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto
porque yo Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los
padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me
odian, (Ex 20, 2-5). Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a él
darás culto (Mt 4, 10).
El pueblo de Lago Feliz era un idílico lugar ubicado a noventa minutos de la
ciudad, donde algunas familias habían decidido mudarse para alejarse del ruido,
tráfico y estrés que producen las grandes urbes.
Se
comunicaba por una carretera que se conectaba con la vía interestatal a treinta
kilómetros de distancia. Rodeado de árboles, poseía un gran bosque y un
maravilloso lago que daba nombre al pueblo. Donde la gente disfrutaba en el
verano de navegarlo, bañarse, y en la época invernal se congelaba invitando a
la gente a patinar sobre éste. La pesca era abundante y también disfrutaban de
la caza de venados. El pueblo era famoso además por su diversión; tenía
algunas discotecas, restaurantes, un parque de diversiones con una montaña
rusa que atraía a quienes querían salir de la ciudad los fines de semana y
viajaban al pueblo para relajarse y distraerse.
Lago
Feliz había sido fundado veinte años atrás por algunos empresarios, quienes
tuvieron la idea de formar una comunidad exclusiva que contara con todas las
comodidades de la gran ciudad, así como la tranquilidad que otorga la
naturaleza en medio del campo. Por eso su desarrollo había sido acorde a sus
necesidades, entre sus principales edificaciones estaban una estación de
bomberos; parroquia, municipalidad, departamento de policía, tres centros
comerciales, varios moteles, biblioteca, hospital, colegios, un
cementerio y todo lo necesario para no tener que estar desplazándose a la
ciudad. Poseía una calle de cinco manzanas de restaurantes, discotecas,
cafés, cines y demás que permitían a lugareños y foráneos divertirse. Las casas
modernas, amplias y cómodas hacían de este lugar un sitio de ensueño para las
casi mil ochocientas almas que habitaban esta comunidad.
El amanecer llegó como de costumbre para Peter Donovan. Empezó con la flojera
de las mañanas y las ganas de seguir acostado en la cama sin tener que ir a
trabajar. Con una excitación automática que revelaba el deseo de hacer el amor,
lo que era ya habitual. El roce de la sábana entre sus piernas y luego
moverse un poco para juntarse a ella; sentir la tersura y el calor de su
piel. Empezar a acariciar el cuerpo de su esposa hasta esperar la respuesta
deseada. Jennifer se acercaba a su esposo a fin de percibir la rigidez de su
virilidad y luego venía lo de siempre; hacer el amor al principio con
somnolencia, hasta despertarse por completo; con el frenesí del acto sexual que
les otorgaba una placentera sensación de desahogo corporal luego de culminar el
añorado encuentro amoroso. Quedarse así unidos; abrazados, húmedos de
pasión y tratando de ganarle un poco más de tiempo al sueño. Poder proseguir
así evitando el tener que levantarse; asearse, atender a su hijo. Preparar el
desayuno y continuar con la rutina que tenían desde que se casaron hacía varios
años.
Él era el sheriff del pueblo de Lago Feliz desde hacía quince años. Luego
de regresar de la Guerra del Golfo había resuelto no seguir en el Ejército y
pidió de inmediato su pase al retiro. Decidió dejar en el pasado los
terribles momentos que vivió durante su estancia en la milicia. Fue contactado
por los constructores del incipiente pueblo y le ofrecieron el puesto de
Sheriff con un sueldo muy generoso; casa y demás comodidades, lo que aceptó en
el acto trasladándose a aquel lugar.
Allí conoció a Jennifer Petersen; hija del dueño de una de las cadenas de
restaurantes más importantes del país, quien resolvió instalarse en el pueblo
para crear su propio negocio. Se había
convertido en la propietaria del mejor restaurante del lugar: “The Golden Dinner” el cual era
frecuentado por mucha gente de la ciudad para disfrutar sus platos. Jenni
(como la llamaban) tenía el cabello castaño oscuro; ojos color café, labios
gruesos y cara ovalada. De contextura delgada, sus manos eran delicadas y
terminaban en finos dedos. Caderas
amplias y piernas hermosas sostenidas por
bellos y delicados pies. De mediana estatura y senos pequeños. Su figura la hacía sin duda
una mujer hermosa que atraía las miradas de los hombres. Peter a su vez era
alto; de un metro ochenta y cinco de estatura. Piel canela y ojos
castaños. Poseía un rostro fino; de contextura
atlética y voz amable. Se enamoraron de inmediato. Después de un año contrajeron matrimonio y tuvieron a su
hijo George luego de cinco años de matrimonio. La familia Donovan era muy
dichosa en el pueblo.
Eran
las siete de la mañana cuando Peter conducía
su vehículo a lo largo de la avenida principal del pueblo acompañado
por su hijo a fin de trasladarlo a su
colegio como acostumbraba hacerlo cada día.
A través de los cristales del coche, observaba a la gente salir de sus
viviendas empezando a realizar sus labores cotidianas. Padres de igual forma,
llevaban a sus hijos al colegio, otros que salían a limpiar sus jardines,
algunos a trotar y ejercitar sus cuerpos o paseas con sus mascotas. Inclusive
pudo ver Luke —un niño de doce años—que
iba en bicicleta por las calles repartiendo los periódicos, arrojándolos a las
viviendas mientras saludaba a los vecinos.
—
¡Buenos días señora Kerry!
—
¡Buenos días señor James!
—
¡Hola Luke! — le respondían con alegría.
Peter contemplaba la tranquilidad del lugar, y miraba a su hijo en el asiento
de atrás quien aún; perezoso, se acostaba en el asiento posterior para tratar
de dormir un poco.
—
« ¡Qué bueno estar aquí!» meditó. Mientras proseguía su marcha a fin de llegar
a su destino.
Luego de dejar a su hijo, se dirigió a su oficina en el centro del pueblo. El
antiguo puesto policial había ido creciendo a medida que el lugar lo
hacía. Al inicio cuando Peter tomó cargo su puesto, había cinco oficiales
de policía y contaban apenas con un coche de patrulla; luego de quince años
de estar a cargo lo convirtió en un departamento de policía con veinticinco
hombres bajo su mando y ocho vehículos; ganándose el respeto y cariño de
los habitantes del pueblo. Al principio el trabajo no era muy fuerte; problemas
de tránsito, exceso de velocidad cuando llegaban los “turistas” de la ciudad por
la carretera, o algunos que se pasaban de copas en las discotecas y causaban
algún disturbio. Luego, a medida que el pueblo se hizo más popular
y empezó a concurrir más gente, el trabajo se volvió más arduo.
—
¡Buenos días jefe!, — lo saludó su asistente Jeff Douglas al verlo entrar—
¡empieza el fin de semana!—agregó.
—
¡Hola Jeff!; —respondió Peter —Sí, eso me temo. ¿Has dispuesto el personal en
las vías y en la zona de los restaurantes?
—Sí,
jefe.
—
¿Fueron a investigar lo de la rotura de la cerca de la señora Mitchell?
—recuerda que ha estado llamando varias veces.
—Sí,
jefe.
—
¿Les recordaste a los hombres sobre el nuevo plan? Hay que tener en
cuenta que en la zona del lago los turistas…
—Sí,
Peter; — lo interrumpió en tono comprensivo — ya lo he hecho varias veces. ¿Por
qué estás tan nervioso?
El
sheriff reflexionó por un momento y dijo:
—
Tengo una extraña sensación de que algo va a suceder.
—
¿Ocurrió algo Peter? ¿Algún problema?
—
¡No!, no es nada Jeff. ¡Gracias! —Vamos a ver que tenemos acá— dicho esto se
dedicaron a cumplir con las labores de rutina de la oficina.
Jeff Douglas trabajaba con Peter desde hacía doce años y se habían
vuelto muy amigos. Aparte del trabajo, compartían también con
sus familias. Ambos combatieron en la Guerra del Golfo. Jeff perteneció
al Cuerpo de Marines y estuvo en uno de los tanques M1 Abrams que participó en la liberación la ciudad de Kuwait
retirándose con el grado de sargento. Llevaba casado con Mary Rock tres años y
tenían un bebé de nombre Thomas de nueve meses de edad. El resto de los
hombres, fueron reclutados por Peter de diversas partes del país: algunos
fueron integrantes de otras policías, otros procedían de diferentes fuerzas de
seguridad y se sintieron atraídos por el buen sueldo; la estabilidad y la
tranquilidad del lugar, así que decidieron mudarse a Lago Feliz que les ofrecía
mejores perspectivas de vida.
Ese viernes a medida que el día avanzaba iban llegando los turistas de la
ciudad. También algunos de los habitantes del pueblo quienes tenían sus trabajos
o negocios fuera de Lago Feliz y recorrían diariamente los cincuenta minutos
que separaban ambos lugares; como era el caso de Will Perrys: abogado
y vecino de Peter con quien se turnaba los fines de semana para hacer reuniones
entre los amigos y disfrutar con las familias.
Pero ese día estaba algo flojo. Las nubes grises en el cielo anunciaban una
tormenta y esto disuadía a algunos de los asiduos visitantes de tomar la
carretera para ir al pueblo. Entrada la noche, el cielo se mostraba
amenazadoramente oscuro, cual si fuera la entrada de la madriguera de una fiera
e inclusive arriba a lo lejos, se podía ver los destellos de los relámpagos que
lentamente se iban aproximando al poblado.
Era evidente que la tormenta se
desataría en cualquier momento y por ello, las calles se encontraban vacías. A
causa del clima los negocios tendrían
baja afluencia y había que esperar a que al amanecer mejorase el tiempo y la
gente se animara a visitar el lugar.
Hoy; los amigos acordaron reunirse en la casa de la familia Perrys: Se
trataba de los esposos Will y Anna quienes a su vez tenían dos hijos; uno de
seis años llamado Francis y una niña de
nombre Luisa de tres años de edad. En el piso superior de la casa, contaban
con una habitación de juegos para éstos, que poseía todo lo necesario para que los niños
pudieran divertirse. Por su parte la
mamá de Anna; Susan quien vivía con ellos, adoraba jugar con sus nietos. Cuidarlos
y mimarlos…
El
encapotado cielo se hacía cada vez más oscuro sobre de Lago Feliz mientras
empezaban a llegar los amigos al hogar
de los Perrys: Charles Mercy y su esposa Dolores con sus hijos Dennis y Michael
de cinco y siete años respectivamente; Josh Miller sacerdote del pueblo. Jeff,
Mary y el bebé Thomas quien dormía en un cochecito y de su cuello colgaba un chupón
sujeto por un lazo azul. Después arribaron Jennifer y George.
Los
niños subieron la escalera a la carrera, seguidos por Susan quien iba tras
ellos preocupada de que fueran a tropezar.
—
¡Niños, niños! ¡No corran!, se pueden hacer daño…— dijo—, esforzándose por
alcanzarlos
—
¡Huele muy bien! , ¡Me muero de hambre!, ¿Está lista la carne?—preguntó
Charles.
—
¡Ya casi!— respondió Will— Jennifer ¿dónde está Peter?—agregó preguntando a la
mujer.
—Ya
viene en camino, Solo fue a traer unas cervezas de casa. — respondió Jennifer.
Peter contemplaba desde su hogar el tenebroso firmamento que cobraba cada vez
más fuerza sobre el pueblo. Era una enorme e intimidante sombra negra que cubría
a Lago feliz como si de un siniestro alud se tratara, con la intención de
sepultarla para siempre.
—«
Será una gran tormenta. Ojalá no se le ocurra a nadie venir con este clima.» —
se dijo, Peter.
Usando la radio portátil empezó a cerciorarse que el personal policial
que se hallaba de servicio estuviera en sus puestos y no hubiera novedad
alguna. Salió de la recámara, fue a la escalera y descendió hasta llegar a la
cocina.
—
¡EH! ¡PETER!, — era la voz de Will desde la ventana de la otra casa— ¡TE
ESTAMOS ESPERANDO!, ¡NOS MORIMOS DE HAMBRE!, ¡APÚRATE!
—
¡Está bien!, voy por las cervezas…— contestó Peter — y luego se dirigió al
sótano a buscar el licor. Trató de encender la luz, pero no funcionaba.
—
¡Joder! ¡El bombillo no sirve!— exclamó.
A tientas procedió a buscar el segundo interruptor del sótano tomando la
precaución de no tropezar con los objetos del lugar, cuando de repente notó algo
que brillaba en la oscuridad. No sabía qué era, por lo que se aproximó a
la repisa donde estaba aquello. Al llegar a éste, pudo constatar que era la
extraña piedra en forma de cabeza de animal que encontró en el desierto y que
había tratado de borrar de su mente. Sin poder evitarlo, un frío glacial
recorrió su espalda acelerando su respiración. Veía como los ojos de la fiera
lo observaban fijamente describiendo una perversa mirada y las fauces parecían abrirse
mucho más; como si quisieran emitir una carcajada. La visión de
aquella infernal cosa lo trasladó en un instante al desierto; más de quince
años atrás forzándolo a recordar la noche de muerte, barbarie y espanto en las que él y sus hombres
se transformaron en unas crueles bestias sedientas de sangre y venganza. Los
sonidos de los disparos y el grito aterrador
de los soldados masacrados se mezclaron formando una siniestra cacofonía que explotó
en su cabeza por unos segundos. Aún podía sentir el terrible olor y el
repugnante sabor salado de las gotas de sangre de sus enemigos que alcanzaban su
rostro al ser ejecutados; cuando de pronto, sonó el primer trueno
desatándose la lluvia.
De
modo imprevisto, la luz se encendió y vio a la pequeña piedra que permanecía
estática en su lugar; y por fin comprendiendo, que no sucedía nada malo. — «Es
mi imaginación, nada más…»— se dijo. Agarró la caja de cervezas, dos botellas
de whisky y subió por las escaleras. Cruzó el jardín y entró en la casa de su
vecino y amigo.
—
¡Por fin! —exclamaron algunos.
—
¡Peter! ¿Viste a algún fantasma? estás pálido — dijo Will.
—No,
no fue nada. Me sorprendió el trueno, eso es todo.
—Ja,
ja, ja… — todos rieron ante el comentario de Will.
Jennifer se acercó a su esposo dándole un beso en la
mejilla y le preguntó.
—
¿Está todo bien?
—Sí,
mi vida. Todo está bien…
La velada se desarrollaba alegremente. Disfrutaron del partido de béisbol que
estaban aguardando y la cena fue muy agradable. Los niños correteaban alrededor
de la mesa.
Peter seguía pensando en lo que sucedió aquella noche. A pesar que había tratado
de olvidar todos esos años lo ocurrido, los recuerdos aparecían en su mente
como fantasmas que traían consigo los momentos de las violentas muertes. El
sargento Wilkins despedazado por un proyectil de mortero; los hombres heridos,
las ejecuciones de los soldados iraquíes, el llanto del niño y la entrada en
ese sepulcro infernal. Donde fue presa de un terror inimaginable. Algo
jamás experimentado en su vida.
Seguía observando a sus amigos; conversando y bebiendo cerveza mientras los
niños continuaban arriba jugando, supervisados por la atenta mirada de Susan.
Peter los veía, pero no los escuchaba. En su mente se repetía un eco distante y
sobrenatural:
—« ¡PETER, ÚNETE A NOSOTROS, PETER!»
—
¡Peter, Peter!, ¡únete a nosotros!; ¿en qué planeta estás? has estado absorto
toda la noche —le dijo el padre Josh.
—Debe
haber sido el trueno – comentó Anna con una sonrisa.
—Estaba
pensando en el personal que está de servicio con este temporal. Espero que
estén bien—… respondió Peter.
—Si
no han llamado, debe ser porque no hay novedad.
Relájate — le respondió Jeff.
—Sí, tienes razón. —Asintió Peter.
La noche iba avanzando. Ya era de
madrugada cuando la lluvia se tornó en aguacero y la luz del pueblo empezó a
parpadear.
—La tormenta debe haber afectado los
transformadores —consideró Will.
—Sí;
— respondió Dolores—la lluvia se ha convertido en diluvio.
Los
truenos retumbaban por doquier con sonidos roncos y enloquecedores. Parecía que
el cielo no resistiría más y que de un
momento colapsaría fragmentándose en infinitas gotas cristalinas sumiendo al
pueblo entre las aguas, al tiempo que las luces de las descargas eléctricas azotaban
sin piedad el horizonte de Lago Feliz.
En ese instante, el agua circulaba convertida en riachuelos, circulaba por
las calles.
—Jeff,
comunícate con el personal, verifica que todo esté bien.
—Sí,
Peter.
Por medio de los radios transmisores, Jeff
comenzó a llamar:
—
Comando Dos: a todos los relámpagos reportarse. — silencio absoluto.
—
¿Está bien la radio, Jeff?—preguntó Peter.
—Sí.
— Respondió — La batería está al máximo de su carga, pero hay algo que hace
interferencia y no permite establecer comunicación. Déjame intentar de nuevo:
—Relámpagos,
relámpagos. Aquí Comando Dos, informen.
—Comunícate
con la central —ordenó Peter.
Luego
de intentar un par de veces de establecer el contacto con el departamento de
policía Jeff informó:
—Nada;
tampoco responden. Puede ser algo de estática por la tormenta.
—Bueno;
el deber nos llama — anunció Peter levantándose de su asiento al igual que Jeff
—vamos a ver cómo está todo. Regresamos en unas horas.
—Sí,
vamos —secundó Jeff.
—Cuídense
muchachos—dijo Jennifer.
—No
te preocupes, regresaremos lo más rápido que podamos— le respondió su esposo. Y
luego de esto se marcharon…
Una vez que los policías abandonaron la casa,
el padre Josh prosiguió narrando:
—Fue
terrible lo que le aconteció a esa joven, el video ha sido puesto en la
Internet.
—Sí
yo lo vi. La grabaron justo en el instante en que estaba agonizando —secundó Charles.
—
¿Qué sucedió?— preguntó Susan, bajando las escaleras y agregó susurrando—
los niños están dormidos.
—En
Irán; asesinaron a una joven que estaba protestando contra el gobierno. Captaron
el momento en que la están levantando
del piso y empieza a perder el sentido. Luego empieza a brotarle sangre de la
nariz y la boca, creo que la impactaron con una bala en el pecho— comentó
Charles.
—
¡Dios, qué horror!— comentó Anna — ¡que desgracia!, ¿A dónde irá a parar
el mundo?
—Sólo
Dios lo sabe— replicó Josh—, Sólo “Él” lo sabe.
—Bueno.
— Dijo Will— no hablemos de cosas tristes, estamos aquí para divertirnos. ¿Qué
les parece si jugamos a algo?
—
¿Un juego de naipes?—preguntó Anna.
—
¡NOOOOO! — corearon todos.
—Está
bien, está bien… — dijo Anna sonriendo— ¿a qué quieren jugar?
—
Compré en la ciudad algo especial que de seguro les encantará. Esperen un
segundo. — dijo Will mientras se levantó y fue hacia su oficina. Una vez ahí recogió
algo de una de las gavetas del escritorio.
Regresó trayendo consigo una bolsa de papel; la abrió y extrajo un objeto que
colocó sobre la mesa. Era una tablilla rectangular de madera de color amarillo
oscuro y aspecto antiguo. En la esquina superior izquierda tenía la imagen del
sol con un rostro sonriente y luego la palabra “SÍ”. En el lado opuesto,
la luna con una estrella en cuarto creciente con rostro de mujer que
miraba hacia el primero, antecediéndola la palabra “NO”. Debajo en forma
de arco las letras mayúsculas estaban dispuestas en dos filas: la primera de la
“A hasta la M” y la segunda de la “N a la Z”, debajo de éstas se hallaban los
números del uno al cero e inmediatamente al final la palabra “ADIÓS”. En las
esquinas inferiores sobresalían las figuras de dos hechiceras que observaban
hacia arriba; al sol y la luna respectivamente. Se trataba de una
tabla Ouija.
—
¡Qué bien! — Dijo Charles—vamos a cerrar la velada con fantasmas—. Y todos
empezaron a reír.
—No
jugaba con la “tabla” desde la época del colegio — comentó Mary— recuerdo que le
tenía algo de miedo.
—No
es bueno jugar con cosas más allá de nuestro entendimiento — dijo Susan— creo
que puede ser peligroso.
—Vamos
Susan— la animó su yerno— ¿Qué puede pasar? vamos a entretenernos mientras regresan Peter y Jeff.
—Anímate
Susan —secundó Jennifer— solamente es un juego.
—Vamos
mamá, ¿qué puede ocurrir? — Le dijo Ann.
—Sí,
hagamos algo diferente. — Intervino Dolores— en todo caso, preguntémosle al
experto. ¿Qué opinas Josh?
El padre Josh miraba al pedazo de madera con curiosidad. Sonreía de un modo nervioso imaginando qué pensarían sus
compañeros sacerdotes si lo veían jugando con la tabla Ouija; invocando
espíritus y seres del más allá. El primer mandamiento “amarás a Dios
sobre todas las cosas” le venía a la mente recordando el catecismo de la
Iglesia Católica. Sobre todo la parte referente a la adivinación y la magia*. Pero ya estaba un poco
embriagado y quería seguir con la diversión.
—Josh,
su eminencia: ¿lo dejó mudo algún “espíritu? — Will preguntó en tono de
broma—secundado por las risas de los presentes.
—No
creo que a nuestro Señor le ofenda algo de diversión— comentó sonriente — vamos
a jugar. —« ¡Qué importa!, si es solo un juego» — se dijo.
—
¡Muy bien!— dijo Will— así se hace Josh. Su eminencia habló y tenemos su
bendición.
—
Voy por lápiz y papel —dijo Dolores.
—
¿Qué usaremos como apuntador?— preguntó Anna — ¿Usamos una copa?
—No. Tengo algo mucho mejor que es justo para la
ocasión—. Dijo Jennifer— Y salió rumbo a su casa, con el fin de buscar ese raro
objeto que estaba en el sótano. El recuerdo que Peter trajo consigo de la época
cuando estaba en la Guerra del Golfo.
—Esta
va a ser una noche bien larga—, pensó Josh.
—Por
algún lugar debe haber unas velas, para hacerlo más emocionante. Voy por
ellas— dijo Susan.
—«
¿En qué lío me he metido?» — Se preguntó Josh— frunciendo el ceño.
—Vamos,
anímate. — Le dijo Ann notando su inquietud. — Esto no hace daño, es únicamente
un simple juego. Nadie saldrá lastimado…
—Eso
espero… —comentó Josh.
——————ooo——————
Peter y Jeff llegaron a la jefatura de policía, mientras la lluvia empezaba a
amainar. Las calles estaban desiertas. Los turistas del fin de semana (los
pocos que se atrevieron a ir al pueblo a causa de la tormenta) estaban en las
discotecas y en los restaurantes, todavía nadie se animaba a salir.
*Adivinación
y magia (Catecismo de la Iglesia Católica)
2116 Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o
a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que
equivocadamente se supone ‘desvelan’ el porvenir (cf Dt 18, 10; Jr 29, 8). La
consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de
presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a ‘médiums’
encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los
hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos.
Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso,
que debemos solamente a Dios.
2117 Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende
domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder
sobrenatural sobre el prójimo - aunque sea para procurar la salud -, son
gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más
condenables aun cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro,
recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también
reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o
mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El
recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legítima ni la invocación de
las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo.
Jeff se dirigió al
oficial de servicio preguntando:
—Jack,
¿Alguna novedad?
—No
señor, todo está en calma.
—
¿La radio está funcionando? — preguntó Peter.
—Sí
jefe; — respondió Jack — hace unos momentos se interrumpió la señal, pero ahora
funciona.
—Comunícate
con todos los puestos de guardia. Que indiquen su estado de inmediato.
—
¡Sí, señor! Relámpagos; aquí central, informen situación.
A través de la radio los oficiales de servicio se comenzaron a reportar
indicando que; a pesar de la lluvia, todo se encontraba en calma. Salvo por el
puesto de control número dos, que no se había comunicado desde que empezó la
tormenta.
—
¡Jefe!; Relámpago Dos no responde.
—
¿Cuándo fue la última vez que tuvo noticias de ellos?
—Hace
tres horas.
—Está
bien, Jeff vamos a ver cómo están nuestros hombres. Jack; infórmanos si logras
hablar con ellos.
—Sí
señor…
Peter y Jeff, partieron nuevamente en el vehículo oficial. Una camioneta
del tipo rústica de doble tracción con
llantas altas y anchas; especiales para desplazase sobre cualquier tipo de
terreno; con este tipo de transporte no tenían problema en atravesar los
riachuelos que se habían formado por esa tormenta tan particular que no había
durado mucho tiempo.
El puesto de control de Relámpago dos estaba ubicado a veinticinco minutos del
pueblo; en el extremo sur del lago. Lugar elegido por los jóvenes para bailar;
beber, y divertirse al aire libre. Casi siempre instalaban una tarima en ese lugar
para hacer espectáculos los fines de semana donde se presentaban grupos musicales.
También era el lugar favorito de los jóvenes para escaparse con sus parejas a
hacer el amor. Inclusive los más osados se aventuraban a bañarse en
el lago en la oscuridad cuando el clima era favorable. De allí que
siempre había personal policial rondando la zona, para evitar que personas
ebrias protagonizaran escándalos o hubiera algún tipo de pelea. Por lo demás;
en una noche como esa, la situación debía de ser de calma. Era difícil que a
algún loco se le ocurriera ir hasta allá con lo lejos que quedaba, y el peligro
de que se le dañara el vehículo en la carretera hasta esperar que algún otro lo
auxiliara, o los ubicara el carro policial que hacía rondas en la zona.
—
¿Quiénes están de servicio en Relámpago Dos?—preguntó Peter a Jeff.
—Franklin
Anderson y Michael Hudson — respondió Jeff —es extraño que no hayan
llamado.
—Eso
es lo que me preocupa – dijo Peter— Ni la radio de la patrulla, ni las
portátiles o los teléfonos celulares de ambos funcionan. Ojalá que todo
esté bien.
—Insisto
que es la tormenta, Peter. Es lo que está interfiriendo con la comunicación.
—Puede
ser, pero vamos a ver cómo están.
Siguieron conduciendo a través de la
carretera paralela al lago, luego continuaron internándose por la vía cubierta
de pinos en la penumbra. La tormenta amainó y empezaba a dirigirse con destino a la ciudad. La vía se
encontraba todavía mojada, pero el cielo empezaba a clarear; dejando a la luna se hiciera visible en el centro de un cielo plagado de luceros.
——————ooo——————
—Bueno,
— dijo Will— ya tenemos todo dispuesto para dar inicio al juego: el papel,
lápiz y las velas. Vamos a acomodar todo.
Dolores y Ann se encargaron de la distribución de las velas mientras Josh y
Charles acomodaban las sillas. Susan y Mary subieron al cuarto de juegos para
comprobar que los niños estuvieran durmiendo. Mary contempló con una sonrisa a Thomas quien
dormía profundamente sosteniendo el chupón entre sus labios. Una vez que
verificaron todo y sin hacer ruido para despertarlos, volvieron a la sala.
Jennifer bajó al sótano a buscar el amuleto y constatando con cierto
grado de asombro que la cara de la fiera lucía más terrible que antes. No puedo evitar sentir un ligero temor al
momento de sostenerlo en su mano; pero luego sonrió pensando que era una
tontería y que ese objeto era perfecto para el juego que iban a iniciar.
Jamás pensó en cómo esa acción iba a cambiar su vida y la de sus amigos para
siempre.
Entró otra vez a la casa de su vecino y con asombro, pudo ver las luces se
hallaban apagadas al tiempo que velas encendidas se hallaban dispuestas
alrededor de la mesa, e iluminaban los
rostros de sus amigos que bebían café y conversaban; esperando que ella se
uniera para empezar el juego; creando una atmósfera mágica, fantasmal y
misteriosa.
—Ah…
Por fin, aquí estás Jenni, ¿Qué nos trajiste?—peguntó Will.
—Traje
algo que servirá de apuntador. — respondió la mujer depositando el
amuleto sobre la mesa.
—
¡Qué interesante!— comentó Charles levantando el objeto y procediendo a observarlo en detalle. —Parece el
grabado de un animal; como si fuera un felino con cuernos o algo similar.
—
¿Será que tiene poderes mágicos? —terció Mary— a lo que algunos rieron.
—
¡Eh! ¡Su eminencia! ¿Qué opinas de eso?— preguntó Will a Josh.
—
¡Jamás había visto algo igual! — Respondió el sacerdote —es un extraño tallado.
¿De dónde lo sacaste?— preguntó a Jennifer.
—Es
un recuerdo que trajo Peter de Irak —respondió ésta.
—Bueno
basta. Comencemos. — replicó Susan.
Will
agarró el improvisado apuntador y lo colocó sobre la tabla, luego dijo:
—Todos
coloquen su dedo índice sobre el apuntador—E hizo lo propio.
Luego
procedieron Jennifer; Anna, Susan, Charles, Dolores, Mary y por último Josh.
—Pongan
su mente en blanco. Traten de no pensar en nada— continuó Will— respiremos
profundamente. Vamos a olvidarnos de lo que está a nuestro alrededor y no
piensen en nada. Cierren los ojos y déjense llevar por mi voz.
Guardaron
silencio tratando de concentrarse. El resplandor iluminaba el recinto y creaba lóbregos seres etéreos cual siluetas
misteriosas que cobraban vida, cuando el viento acariciaba de manera
imperceptible las llamas en la cresta de los cirios; ocasionando que éstas
cambiaran de forma y posición rodeando a quienes, con los brazos estirados hacia el centro,
señalaban una puerta de entrada para que cualquier espíritu fuera del mundo de
los vivos fuera capaz de introducirse.
De pronto se escucharon dos golpes en el piso. Todos
abrieron los ojos. Anna miró a Jennifer, mientras Charles y Dolores levantaron
la mano del apuntador de manera instintiva. Josh los observaba sin decir nada
cuando de nuevo se sintieron los golpes. Entonces Susan empezó a reírse
y por fin tomaron conciencia de que había sido ella, quien con los pies
estaba dándole al piso para asustarlos. Las risas no se hicieron esperar
celebrando la ocurrencia.
—
¡Ay mamá!, tú no cambias. — le dijo Ann a Susan.
—Lo
siento, — respondió su madre — No lo pude evitar, si le hubieras visto la
cara a Josh.
El
sacerdote no pudo evitar enrojecer de
vergüenza.
—Bueno,
bueno. Basta de risas; ahora sí, empecemos de verdad. — Dijo Will— recuerden
que no deben levantar sus dedos hasta que el juego termine, ¿de acuerdo?
es muy importante.
——————oooooo——————
CAPÍTULO II
—
¿Has visto como está aclarando el cielo? La tormenta se fue muy rápido, ¿no te parece
Peter? ¡Qué extraño! —comentó Jeff.
—Sí,
la luna está muy brillante. Deberíamos estar llegando ya al puesto de control
de Relámpago Dos. – respondió Peter.
Siguieron avanzando por la carretera y el lago ya no se divisaba. Los árboles
lo cubrían haciendo la vía un poco más angosta. Sin previo aviso y de entre los matorrales, emergió
un venado corriendo atravesándose por la carretera. El reflejo de las luces de
la patrulla hizo que sus ojos se vieran rojos como el fuego y brillantes, por
un instante. A duras penas el vehículo consiguió detenerse. El animal siguió su
carrera a toda velocidad y se detuvo al
estrellar de cabeza contra un árbol.
—
¡Joder! ¿Viste eso Jeff?—Exclamó Peter—Parecía que quería embestirnos. ¿Pero
qué diantres le pasó a ese venado?
Descendieron
del vehículo y fueron al lugar donde
estaba el animal.
A
pesar de la claridad de la luna, no era posible distinguir muy bien las
condiciones del venado. Caminaron hacia éste que se encontraba a unos quince
metros y Jeff encendió la linterna.
—
¡Dios mío!— exclamó Peter.
Una de las astas del animal se había partido producto del choque contra el
árbol, la otra se introdujo en la corteza en tanto sus patas temblaban en un violento y agónico espasmo. Del lado de la
cabeza en que faltaba parte de la cornamenta manaba abundante sangre brillando
con el reflejo de la luz de luna mostrando parte del cerebro. Del hocico escurría
un flujo de espuma blanca mezclada con el líquido púrpura y descendía por el
pecho de la bestia aterrizando sobre la hierba bajo éste. Las sacudidas
incontrolables dominaban su cuerpo haciendo que emitiera un escalofriante
y angustioso bramido de dolor. Su sufrimiento era terrible.
—No
podemos ayudarlo. — dijo Peter.
—Tienes
razón, no hay nada que hacer. ¿Quieres que yo…?— dijo Jeff, señalando hacia su
pistola.
—No,
gracias. Yo lo hago.
Peter desenfundó su pistola de reglamento
aproximándose al malherido animal. La masa encefálica había emergido casi por
completo por la herida y colgaba por un
lado de la cabeza dándole un pavoroso aspecto. Al sentir la proximidad del
hombre, abrió sus ojos de forma
desmesurada mientras el bramido se hacía mayor rompiendo el silencio en la
espesura. En aquel instante, no era la misma sensación de sufrimiento —
podían sentirlo — se percibía con claridad su furia. El animal trataba con frenesí de liberarse del árbol.
El Sheriff colocó la pistola en la cabeza del cérvido
haciendo contacto con su pelaje.
—Lo
siento amiguito. Tengo que hacer esto, para que no detener tu sufrimiento.
Los ruidosos y espeluznantes bramidos se
mezclaron con el disparo que retumbó en la noche. El proyectil atravesó la
cabeza del venado lateralmente destrozando lo que permanecía de cerebro pero el
animal no cayó. Seguía luchando por zafarse, Abría más los ojos inyectados
de sangre. Su mirada despedía un odio tan desmedido que; de haber sido rayos, hubiera calcinado a los policías en un
instante.
Ambos no creían lo que veían:
—
« ¿Cómo es posible que no haya caído?— pensó Peter— ¿habré fallado?»
Alumbró hacia el lugar donde había disparado. El círculo negro del tatuaje
producido por la combustión de la pólvora, así como el orificio ensangrentado
de entrada y salida le dio la respuesta.
Volvió a apuntar a la cabeza al animal para darle el tiro de gracia, cuando de
pronto, una sombra enorme los sobrevoló cubriendo todo de oscuridad; más solo fue
por un instante.
—
¿Qué fue eso Peter? ¿Viste algo?— preguntó Jeff.
—No
pude ver nada. ¿Qué pudo haber sido?
El venado seguía con desesperación tratando de zafarse. En ese momento y apuntando
la base de la cabeza, Peter disparó.
El animal permaneció quieto por unos instantes luego de recibir el segundo
tiro. Después, comenzó una vez más a
sacudirse tratando de huir. Peter y Jeff retrocedieron unos pasos sin
comprender lo que sucedía. En un instante el venado logró zafarse dejando
clavada su asta en el árbol y volteó hacia los hombres; con la mirada en blanco y bañado en sangre,
avanzó un metro hasta desplomarse
fulminado.
Los policías sin salir de su asombro permanecieron observando el cadáver
tendido sobre la hierba, mientras un charco bajo éste daba cuenta de cómo iba
escapando el rúbeo líquido a través de
lo que permanecía de su destrozada cabeza.
—
¿Puedes oír algo? — preguntó, Peter.
—No,
no escucho nada —contestó Jeff.
—A
eso me refiero. No hay ruido alguno, todo está en silencio.
En efecto. No tan solo había calma. Lo en verdad singular era que no existía
sonido alguno: ni el chirrido de los
grillos, ni el roce de las hojas de los árboles al ser agitadas por el viento.
No se percibir onda acústica de cualquier tipo. Era como si todo se hubiera
paralizado. Todo es hallaba inerte como en una fotografía y no se escuchaba ni
un alma.
Los
policías todavía desconcertados, fueron
sorprendidos cuando sonaron sus receptores de radio sobresaltándolos.
—Jefe
Donovan, jefe Donovan, aquí Central.
—Adelante
Central. Utilice los códigos — contestó Peter.
—Disculpe
Tornado, — era la voz de Jack—continuamos sin contacto con Relámpago Dos. Los
otros relámpagos no reportan novedades.
—Está
bien Central— respondió Peter—siga tratando de comunicarse con ellos, nosotros
estamos llegando a la zona.
—Comprendido
Tornado. Cambio y fuera.
Los hombres retornaron al vehículo, meditando sobre el momento que acababan de
vivir. La luna había descendido a la mitad del cielo y lucía amenazadora
y misteriosa, con una tonalidad roja.
—
¿Crees que les haya sucedido algo? — Preguntó Jeff— Es raro todavía no se hayan
reportado.
—Ya
veremos. Sólo faltan unos kilómetros para llegar a su ubicación.
Siguieron conduciendo por unos minutos por la carretera escoltados por los árboles y entraron a una
vía recta donde se podía ver nuevamente el lago.
—
¡Qué olor tan horrible!, — exclamó Peter frunciendo el ceño.
—Sí,
es como el de un zorrillo o algo así – secundó Jeff.
—
¡Pero qué demonios!— exclamó Peter deteniendo el coche.
Desde
aquel lugar se podían divisar en el camino unos extraños bultos a los lados de
la carretera. Emprendieron la marcha con
lentitud acercándose a esos objetos y por descubrieron de lo que se trataba;
eran venados tirados en el asfalto. Todos se hallaban muertos. Con los hocicos
y ojos abiertos en estremecedor gesto de pavor. No menos de treinta estaban
dispuestos a lo largo del camino de esa forma.
Pausaron
la marcha encendiendo las luces más fuertes iluminando el camino sembrado de
cadáveres y descendieron del vehículo con las escopetas en una mano y la otra,
cubriéndose la nariz y la boca. Llegaron al cuerpo del primer animal al tiempo
que la fetidez de la osamenta descompuesta les hacía casi imposible poder
respirar con normalidad; en tanto que miles de moscas revoloteaban el despojo produciendo
un diabólico zumbido. Su vientre estaba abierto y su interior estaba esparcido
en el piso como si hubiera estallado. Todos
los cadáveres se encontraban de ese modo; con las entrañas expuestas e
infestados por larvas, gusanos y otros repulsivos insectos.
No había signos de lucha, ni rastros de algún otro animal. Tampoco hallaron
huellas de vehículos o algo que indicara que los cérvidos hubieran sido muertos
en algún otro lugar y trasladados allí; y de acuerdo al estado de la
descomposición por lo menos debían de tener unas veinticuatro horas de
fallecidos.
Jeff,
sobreponiéndose a la repugnancia de aquel macabro espectáculo, tocó a uno de
los animales y dijo.
—
¡Todavía está caliente!
—
¿Qué?— preguntó Peter.
—El
cuerpo del venado aún está caliente—repitió Jeff sorprendido.
—No
puede ser— dijo Peter haciendo lo propio. — Tienes razón. ¡Es increíble!, vamos
a ver a los otros.
Fueron acercándose a los demás y constataron que todos conservaban el calor
corporal como si estuvieran vivos.
—
¡Esto es imposible!—exclamó Peter—. Por su estado ya deberían de llevar por lo
menos un día de muertos; además la tormenta, la lluvia debería de haberlos
enfriado y por la fuerza de ésta, los órganos deberían de estar esparcidos. La
sangre….
—Podría
haberles caído un rayo. — Intervino Jeff.
Peter
reflexionó y dijo:
—No
lo creo. No hay ningún rastro de quemaduras en los cuerpos, ni en a la
vegetación, tampoco en el asfalto. Vamos a buscar a los hombres.
Les era imposible seguir en el vehículo, los cuerpos de los cérvidos obstruían
el paso así que tuvieron que continuar a pie. La luz de los faros de la
camioneta los alumbraba desde atrás mientras avanzaban por la carretera a
través de los cadáveres de los animales. Las sombras de ambos se proyectaban
sobre los árboles y hacían que se vieran como dos gigantes que a medida que se
acercaban hacia el otro lado, se hacían más cortas.
En aquel instante escucharon un disparo; luego otro, y otro más. Sintieron el
sonido inconfundible de las balas volando sobre sus cabezas.
—
¡Al suelo, nos están disparando! — gritó Peter.
Se arrojaron al piso, mientras los disparos continuaban. Pero ya no eran hacia
la dirección donde se encontraban.
—
¿Ves algo?—preguntó Peter.
—No,
no veo nada—. Respondió Jeff.
Nuevamente
los disparos y gritos de desesperación.
—
¡NO!, ¡MALDICIÓN!, ¡NO! ¡SOCORRO, AYÚDENME!
—
¡Es la voz de Franklin!, —dijo Jeff.
—Vamos
a ayudarlo, — intervino Peter.
Las detonaciones proseguían y en ese instante vieron a Franklin que salió
corriendo de espaldas de entre los arbustos, disparando hacia los árboles.
—
¡Franklin, Franklin!, ¿qué sucede? ¿A quién disparas?— le pregunto Peter.
El policía estaba pálido; el terror lo hacía temblar. Tenía los ojos abiertos como pelotas de golf y
la pistola en sus manos se encontraba con el conjunto móvil hacia atrás sin
proyectiles. Pero él trataba de seguir disparando, en vano.
Peter
y Jeff levantaron sus escopetas apuntando hacia los árboles y se acercaron a
Franklin.
—
¿Qué hay allí? ¿Qué te estaba atacando? ¿Dónde está Michael?— pregunto Jeff.
—
¡Allí vienen, allí vienen!, —respondió Franklin pálido como la cera, empapado
de sudor y temblando— ¡Allí están!
Primero escucharon chillidos similares a los que producen
los cerdos, luego se multiplicaron transformándose en gritos de personas y
lamentos. Después se convirtieron en voces claras de hombres y mujeres,
suplicando por ayuda y profiriendo insultos. Los gritos se hicieron
desgarradores, escalofriantes y venían de allí, del lugar donde hacía unos
instantes, el policía había estado disparando.
Los arbustos empezaron a moverse y entonces, aparecieron de la nada, una manada
de seres escalofriantes y sobrenaturales.
Enormes y cubiertos de oscuro pelaje Con cuerpo de jabalí, prominentes colmillos y rostros humanos con ojos de fuego
que los sorprendieron lanzándose sobre los policías, gruñendo y riendo.
Peter y Jeff dispararon sus escopetas sin éxito. Las bestias los
arrojaron al piso mientras los hombres trataban de protegerse cubriendo sus
cabezas con los brazos. Empezaron a morderlos por todas partes. Los gritos de
dolor de los policías se oían retumbar en el bosque mientras las bestias reían
y bufaban. Así estuvieron por unos minutos, siendo masacrados por los
monstruos, hasta que se fueron corriendo hacia el lago y desaparecieron en el
agua.
Jeff y Peter continuaron en el piso
cubriendo sus cabezas con las manos hasta que notaron que las bestias habían
desaparecido, luego se levantaron mirando alrededor. Se hallaban mareados y experimentaban una
aguda jaqueca. Franklin por su parte estaba de rodillas sobre el barro, al tiempo que
vomitaba sin control. Poco a poco fueron reponiéndose hasta que emprendieron la
huida, corriendo tambaleantes en
dirección al vehículo que los esperaba más allá con las luces encendidas.
Cruzaron
el pasadizo de los venados muertos hasta alcanzar el coche. Los tres se
encontraban sin respiración, con el terror reflejado en sus rostros y sus
pulmones a punto de estallar debido a la carrera en la que sus vidas estaban en
riesgo.
—
¿Qué fue eso? ¿Qué demonios fue eso?— preguntó Jeff, casi sin aliento.
—
¡Nos estaban persiguiendo!, ¡querían matarnos!— dijo Franklin.
Recobrando la respiración, e incorporándose, Peter miró a
sus hombres y se comenzó a palpar el cuerpo, comprobando que no tenía ningún
tipo de herida. Tan solo su ropa estaba sucia; inmunda, por haberse revolcado
en la vegetación. Se hallaba cubierto de barro, las huellas de pezuñas de
animal estaban por toda su vestimenta al igual que las de Jeff y Franklin, pero
no estaban heridos.
—Vamos
a calmarnos—dijo Peter.
—
¿Qué pasó?—preguntó Jeff—. ¿Qué coño fue eso?
Franklin;
aún en estado de shock, no profería palabra.
—Franklin,
¿qué sucedió?—le preguntó Peter.
El
policía no contestaba y continuaba mirando con espanto hacia atrás.
Peter
lo sujetó de los hombros con fuerza empezando a sacudirlo para que reaccionara.
—Franklin
¿Qué pasó allí atrás? Contéstame.
Franklin
miró a Peter, luego a Jeff y empezó a balbucear.
—No…so…
Nosotros, Michael yo estábamos yendo hacia el lago, revisando por si había
alguna persona bañándose y advertirlos de la tormenta.
En
ese momento Peter reparó en que habían
olvidado al otro oficial.
—
¿Dónde está Michael? ¿Dónde lo dejaste? — preguntó Jeff.
—No
lo sé. — Respondió Franklin— estábamos corriendo juntos y nos separamos al llegar
al camino.
—Tenemos
que ir a buscarlo. — Dijo Peter—Hay que encontrarlo.
—
¡NO!, — gritó Franklin— ¡NO QUIERO VOLVER ALLÁ!
—Tiene
razón jefe. No podemos hacer nada, al menos solos. Volver a ese lugar sería un
suicidio. —dijo Jeff.
El
sheriff miró a sus hombres y asintió diciendo:
—Tienes
razón Jeff; es mejor que solicites
refuerzos. Da la orden de que despierten a todo el personal. Que dejen tan solo
dos puestos de control: En la entrada y el centro del pueblo. El resto que venga de inmediato.
—Sí,
jefe. — contestó Jeff procediendo a
establecer la comunicación con la central. En tanto el hedor iba en aumento al igual que los insectos que revoloteando
los cadáveres, llenando todo el
lugar con su aterrador y desesperante zumbido.
——————oooooo——————
—Vamos
a colocar los dedos índices sobre el apuntador. Deben concentrarse en mi voz—
dijo Will.
Todos
situaron sus índices de acuerdo a las instrucciones entrando en contacto con el
amuleto que hacía de apuntador. Al tocarlo, sintieron una especie de escalofrío
que se transmitió de manera instantánea desde la punta de sus dedos hasta los
talones. Parecía que una corriente de viento helado recorriera sus cuerpos. Esta
percepción tomó a todos por sorpresa y les invadió cierto grado de aprensión,
lo que ayudó a que prestarán completa atención a la voz de Will.
—Estamos
reunidos para invocar a quienes han abandonado el mundo de los vivos y se
encuentran en otro lugar y espacio de tiempo. En una dimensión más allá de
nuestras percepciones. Pedimos a las almas de los que en algún momento ocuparon
cuerpos de carne y hueso como nosotros a que hagan acto de presencia.
Nadie
sonreía. Todos miraban con nerviosismo y hasta cierto grado de temor a a Will,
quien cerró los ojos diciendo:
—
¿Hay alguien allí? Queremos conocerte y que nos cuentes tus experiencias al
otro extremo de lo que nosotros llamamos vida. Ven, manifiéstate. No queremos
hacerte daño. Ven a nosotros…
De
forma súbita, el apuntador empezó a moverse lentamente hasta hacer círculos
sobre la superficie de madera, con los dedos de los presentes encima. No se
dirigía hacia ningún lado, tan solo giraba sin pausa.
Josh pensó que alguien estaba moviendo el apuntador, así
que decidió seguir el juego.
—
¡Queremos conversar con quien esté allí! – Dijo Will — ¡MANIFIÉSTATE!—agregó.
En
ese instante el objeto, empezó a moverse un poco más rápido.
Dolores
empezó a anotar y leer: H… O…. L….A
—Qué
bien. Tenemos un invitado —comentó Will.
—
¿Cómo te llamas? —preguntó.
El
apuntador empezó a moverse con mayor rapidez.
Dolores
escribió y luego leyó: ROSE
—
¿Dónde naciste, Rose?—preguntó Will.
—Essex.
—
¿Dónde estás?—preguntó Ann.
—En
otro lado.
—
¿Cómo es ese lugar? ¿Puedes describirlo?
Pero
no hubo respuesta. Ante lo cual Ann casi en un susurro dijo a Will:
—No
quiere responder eso, pregúntale otra cosa.
—
¿Cuándo falleciste?—continuó Will.
—
1945
—
¿Qué te ocurrió?
—Enfermedad…
corazón.
—Bueno,
bueno, para bromas ya es suficiente. — Dijo Charles— ¿quién está moviendo el
apuntador?
—
¿Por qué no le haces una pregunta que solo tú conozcas la respuesta? —le
inquirió Jennifer.
—Está
bien, vamos a ver —Dijo Charles.
—
¿De qué color es el mi ropa interior?
—Ninguno.
No la llevas puesta. —fue la respuesta.
—Ja,
ja, ja, ja. —las risas no se hicieron esperar mientras Charles
miraba perplejo a su esposa. Dolores lo negó con la cabeza, indicando que ella
no había sido.
Josh
estaba convencido que la respuesta había sido de Dolores, mientras ella seguía
negando y gesticulando con la boca: — yo no fui—.
Todos
se miraban entre escépticos y nerviosos; así que Ann tomó la
palabra, dirigiéndose al “espíritu”:
—
¿Estás contenta donde te encuentras?
—Estoy
tranquila.
—
¿Con quién estás?— Preguntó Will.
—Con
mis padres.
—
¿Tuviste algún amor?
—Sí.
—
¿Está contigo?
—Sí.
Él está aquí a mi lado…
—
¿Tienes miedo?
—No.
—
¿Volverás a la tierra?
—No
lo sé.
—
¿Cómo es la muerte?
—Diferente.
—
¿Diferente? ¿Cómo?
—Es
diferente.
—
¿Podrías ser más específica?
—A
su tiempo.
—
¿A qué te refieres? ¿Nos lo dirás luego?
—No.
Todos van a experimentarla. A todos les llega, es inevitable…
—
¿Has visto a Dios?
El
marcador se quedó inmóvil.
—
¿Existe el infierno?
Continuó
inmóvil hasta que empezó nuevamente a
girar.
—Mensaje…
—
¿Quieres darnos algún mensaje?
—Peligro.
—
¿Quiénes están en peligro?
—Ustedes.
—
¿A qué te refieres?
—Están
en peligro.
—Sí.
¿Pero qué quieres decir con eso? —Preguntó Josh —desconcertado.
—Sus
almas.
—
¿Dices que nuestras almas están en peligro?
—Han
abierto una puerta. Adiós.
Los dedos permanecieron inmóviles sobre el apuntador mientras todos lo observaban con recelo. Pensaban en lo que
“Rose” les había dicho, cuando nuevamente empezaron a girar llevados por
una fuerza extraña. Las dudas de Josh todavía no se disipaban, pensando que era
una broma de Will para que creyeran en el juego, optó por continuar con la
“charada”.
—
¿Hay alguien aquí?—preguntó nuevamente Will.
No
hubo respuesta, los dedos seguían haciendo movimientos erráticos.
—
¿Hay alguien que quiera manifestarse ante nosotros?
En ese instante, el apuntador comenzó a desplazarse sobre
las letras. Dolores volvió a tomar nota.
—Sí.
—
¿Cómo te llamas?
—Michael.
—
¿Dónde naciste Michael?
—
USA.
—
¿Cómo moriste?
El
marcador empezó a desplazarse con mayor velocidad.
—Asesinado.
—
¿Quién te mató?
—Me
obligaron.
—
¿Quién te obligó?
—Ellos.
—
¿Quiénes son ellos?
—Tienen
mi alma.
Josh tomó la palabra, sobresaltado.
—
¿Quiénes tomaron tu alma?
—Mal…
—
¿Qué quieres decir con “mal”?
—Maligno.
—
¿Qué o quién es maligno?
—Me
tienen.
—
¿Quiénes te tienen?
—Las
fuerzas del maligno.
La
sorpresa dio paso al nerviosismo y luego al miedo. Ann y Susan trababan de
levantar sus dedos de la tabla pero era imposible. Pesaban como una tonelada de
rocas. Los dedos se movían a una gran velocidad haciendo difícil a
Dolores poder seguir la escribiendo.
—León,
cabra, me devora…
—
¿Qué estás diciendo? ¿Te comió un león?
Cabeza
de león y cuernos de cabra.
Ya no se trataba de miedo, esa sensación iba creciendo
con rapidez. Sentían pánico a causa de
lo que estaba diciendo “Michael”
—
¿Cuándo falleciste?
—Hoy.
—
¿Cómo moriste?— preguntó Charles.
—Me
obligaron, me obligaron – repitió — Ustedes son los próximos.
A
Will le comenzó a temblar la voz, era evidente que se encontraba muy nervioso.
—
¿A qué te refieres con los próximos? ¿De qué peligro estás hablando?
—Tienen
mi alma, ayúdenme.
—
¿Quiénes tienen tu alma? ¿Cómo te podemos ayudar? – preguntó Will.
¿Dónde
moriste?— intervino Josh.
—
¡LAGO FELIZ! – fue la terrible e inesperada respuesta.
Todos permanecieron en silencio. Las luces de las velas comenzaron a bajar de
intensidad hasta casi apagarse en tanto que una corriente algente ingresó al
lugar. Un miedo cerval se apoderó de
ellos de forma inusitada. Los dedos
empezaron a desplazarse por la tabla con frenesí y sin ningún orden lógico. No
podían retirarlos de la mesa y sus muñecas acusaban el dolor que les causaba el
violento movimiento.
Susan perdió el sentido dejándose caer sobre la mesa, golpeando
su frente y abriéndose una pequeña herida de la cual comenzó a manar un hilo de
sangre. Ann y Jennifer trataron de socorrerla, pero no podían levantarse ni
separar sus dedos del apuntador. El líquido rojo de la mujer empezó a
escurrirse en la mesa y se dejó escuchar
un susurro que poco a poco se convirtió en una risa aguda, y sarcástica; proveniente
de la mujer herida.
—
¡Michael está con nosotros!, ¡nos pertenece! — Dijo la mujer.
Invadidos
de horror, eran testigos de cómo Susan iba levantando la cara con lentitud a medida
que el ambiente se volvía más frío y la penumbra se adueñaba del recinto. La
frente y parte de su cara estaban bañadas en el fluido escarlata. De su rostro
brotaban nudos bajo la piel que parecía estar ardiendo por dentro, formando
burbujas que no lograban emerger a la superficie. Los ojos normalmente verdes, tomaron
una coloración penumbrosa, casi negra
y se movían sin control. Su piel dejaba traslucir completamente las venas
y hasta se podía apreciar como la sangre
circulaba a través de ellas. A pesar de la parcial oscuridad, era fácil observar
con nitidez la forma en que su corazón
latía a través de su esternón, músculos, piel y vestido. Como si estuvieran
sostenidas por seres invisibles varias manos — similares a garras de aves—, se dieron a la tarea de romper la vestimenta y
cuerpo de la mujer, hasta llegar al vital músculo. Con rapidez y ferocidad,
iban destrozando las arterias y venas próximas al centro de su pecho,
convirtiéndolo en jirones de carne.
Susan abrió la boca y dejó salir un repulsivo vapor amarillo, que permitió ver los
labios descoloridos y colmillos similares a una víbora portando dientes amarillos y marrones en avanzado
estado de fermentación.
—
¡ÉL NOS PERTENECE!—dijeron las voces provenientes de la poseída— ¡AHORA ESTA VIEJA
PUTA TAMBIÉN!
Rio
con vigor. Las carcajadas inundaban toda la casa con un sonido fúnebre y
espeluznante; mientras los presentes luchaban por soltarse de la tabla Ouija sin lograrlo.
Dolores no pudo contenerse orinándose de
espanto, mientras Jennifer y Ann lloraban desesperadas a causa de un ataque de nervios. En ese
instante, el apuntador se detuvo y por fin pudieron tomar el control de sus
manos separándolas del endemoniado objeto, dándoles el alivio que tanto
ansiaban. La tabla voló por aire y la piedra salió disparada por la ventana entreabierta.
Todos cayeron al piso y la luz de las velas se apagó finalmente dejando el
ambiente en tinieblas Tan solo se escuchaban los sollozos de Ann y
Jennifer.
—
¡CÁLLENSE!— Gritó Will—… ¡SILENCIO!
Entre
las sombras comenzó a oírse un siseo. El ruido de algo que se desplazaba similar
al sonido de una serpiente arrastrándose por diferentes lados de la estancia y a
la vez de quejidos de una voz extraña. Esa cosa se desplazaba con rapidez,
siseando y acercándose a los
presentes riendo de un modo histérico.
—¡Prendan
las luces por favor!. Quien pueda, que prenda las luces ahora. — dijo Ann
sollozando.
Charles, quien estaba más cerca del interruptor, consiguió encender la
luz y entonces la vieron.
Susan se arrastraba por el techo con los brazos pegados al tronco y las piernas
unidas, desplazándose como si fuera una víbora. Sus apagados ojos se
encontraban inyectados de líquido rojo con los vasos capilares a punto de estallar. Tenía el
cuerpo tinto en sangre y de la boca una
lengua bífida y oscura, entraba y salía sin parar. En tanto se desplazaba por
el techo escupía una flema amarilla y verde a sus azorados testigos. Bajaba por
las paredes y volvía a ascender moviéndose de forma irreal y espantosa.
Paralizados
de miedo miraban indefensos a la mujer
transformada en monstruo que seguía en el techo riendo a carcajadas. En ese
instante, Susan gritó:
—
¿QUÉ HARÁS MALDITO CURA?
—
¡LA VIEJA PERRA ES MIA!, ¡EL POLICIA MARICÓN TAMBIÉN! AHORA, ME VOY A ENCARGAR
DE SUS BASTARDOS.
Dicho esto se desplomó sobre la mesa dejando su sombra en el techo por un momento,
la cual abrió las fauces; mirándolos con ojos brillantes, aterradores y desquiciados,
evaporándose en un instante.
Ann
y Jennifer corrieron a auxiliarla mientras Josh no salía de su asombro,
estaba petrificado. Charles y Dolores se acercaron con cautela y observaron a
Susan que yacía boca arriba, maltrecha sobre la mesa. De pronto, se escucharon
los gritos que venían de cuarto de los niños.
—MAMÁ,
PAPÁ ¡AUXILIO!— se dejó oír y seguido por atroz rugido.
—
¡LOS NIÑOS!, — gritó Will— ¡ESTÁ ARRIBA CON LOS NIÑOS!
Corrieron escaleras arriba a socorrer a los menores, mientras Josh permaneció
abajo contemplando a la mujer moribunda sobre la mesa, malherida y
cubierta de escarlata. Se aproximó a ella y sobreponiéndose, la agarró de
la mano.
—Susan,
Susan ¿Me oyes?
La pobre mujer tenía los ojos entreabiertos y la mirada pérdida, hasta que fijo la vista en
el sacerdote y trató de decir algo. Dos hilillos de líquido rojo brotaron de las comisuras de
su boca cuando intentó hablar.
—Espera
Susan voy a pedir ayuda— dijo Josh.
La mujer, empleando sus últimas fuerzas levantó la mano y lo sujetó del brazo,
comenzando a temblar.
Josh
acercó su oído a la boca de ella quien le dijo:
—He
visto el mal— susurró —Abraza a Dios, abraza al verdadero Dios—dijo esto
mientras una lágrima escapó de su ojo derecho…
Estiró un poco el brazo, agarrando débilmente el crucifijo que colgaba del
cuello del cura—Esto no es lo Él quiere. Esto no lo representa—…
Josh comenzó a llorar, mientras la sangre se escurría por la boca y nariz de
Susan y exclamó:
—
¡Perdóname Señor!— exhalando su último aliento con la mirada en el religioso. ¡Había
muerto!
——————oooooo——————
CAPÍTULO IV
—
Me vas a decir exactamente lo que sucedió, ¿Qué pasó con Michael? Concéntrate—
Peter habló con dureza a Franklin mientras éste continuaba pálido y poco a poco
iba reponiéndose de la carrera que los tres realizaron para escaparse de esas
“bestias”
—Michael
y yo estábamos en la patrulla y circulábamos por el lago, en la parte del muelle. Todo
estaba en calma, no habíamos visto nada anormal cuando empezó la tormenta—dijo
Franklin— La lluvia era tan fuerte que decidimos quedarnos estacionados e
ingresar en la cabaña. Una vez ahí empezamos a jugar naipes mientras
pasaba la tormenta.
—
¿Intentaron comunicarse con la central?— preguntó Jeff.
—Estuvimos
todo el tiempo tratando de hablar con la central, pero era inútil. Los
transmisores no funcionaban– respondió
el policía.
—Continúa
– dijo Peter.
—Empezaron
a sonar los truenos y se veían los relámpagos en el lago. Luego observamos a
través de la ventana como se formaban unas especies de nubes pequeñas de color
blanco, que brillaban y se acercaban a la cabaña. Una de ellas entró con un
silbido infernal, nosotros estábamos muy asustados, de pronto explotó con un
pequeño ruido.
—Sí,
— dijo Peter— he visto eso antes. Se les conoce como Rayos globulares o centellas *** 2
—La
tormenta duró unos minutos. Nos pareció extraño que hubiera finalizado tan
pronto pero todavía nos encontrábamos asustados por lo que habíamos visto. Esos
objetos eran muy extraños, se quedaban flotando y luego explotaban.
— ¿De qué diablos estás hablando,
Franklin?— preguntó Jeff.
—Eso es cierto, — respondió Peter—. Esos
rayos son fenómenos naturales, que se presentan a veces en tormentas como
la que tuvimos hoy.
*** 2 El rayo globular, también conocido como centella, rayo en bola o esfera
luminosa, es un fenómeno natural relacionado con las tormentas eléctricas. Toma
la forma de un brillante objeto flotante que, a diferencia de la breve descarga
del rayo común, es persistente. Puede moverse lenta o rápidamente, o permanecer
casi estacionario. Puede hacer sonidos sibilantes, crepitantes o no hacer ruido
en absoluto. Las descargas de rayos globulares son extremadamente raras y los
detalles de los testigos pueden variar ampliamente. Muchas de las propiedades
observadas en los informes de rayos globulares son incompatibles entre sí, y es
muy posible que varios fenómenos diferentes se estén agrupando incorrectamente
bajo un mismo nombre.
Las
descargas tienden a flotar o deslizarse en el aire y adoptan una apariencia
esferoidal. La forma puede ser esférica, ovoide, con forma de lágrima o de
bastón, sin ninguna dimensión mucho mayor que las otras. La dimensión mayor
suele medir entre 0,1 y 0,4 metros. Muchos presentan un color entre rojo y
amarillo. En algunas ocasiones la descarga parece ser atraída por un objeto,
mientras que en otras se mueve en forma aleatoria. Luego de varios segundos la
descarga se va, se dispersa, es absorbida por algo, o en contadas ocasiones, se
desvanece con una explosión. (Información tomada de
Wikipedia)
—
¿Estás diciendo que todo esto que está pasando, los venados, los…, las
“cosas” esas que nos atacaron, son producto de la tormenta? No lo creo Peter,
acá hay algo raro; muy extraño, casi nos matan, ¿qué diablos tuvo que ver la
tormenta? Viste esas cosas con rostros humanos; cuerpos de animal, esos gritos.
Aquí sucede algo más.
—No;
no he dicho que la causa es la tormenta. En realidad no lo sé. — Respondió
Peter—. Lo que sé, es que debes calmarte. Esto tiene que tener una
explicación lógica. De lo que estoy seguro es que esos rayos que vieron Michael
y Franklin no son fantasmas ni nada sobrenatural. Solo se trata de un fenómeno
de la naturaleza, eso es todo.
En aquel momento Jeff sacó una cajetilla de cigarros, le ofreció uno a Peter,
quien declinó el ofrecimiento y luego a Franklin, quien lo encendió y tragó una
bocanada profunda de humo, tratando de llenarse de valor.
—Prosigue
Franklin. — dijo Peter.
—La
tormenta terminó y las nubes comenzaron a desplazarse hacia la ciudad. Michael
y yo, salimos de la cabaña y decidimos
regresar a la encrucijada del camino con el lago a continuar con nuestra ronda.
Subimos a la patrulla y emprendimos la marcha, avanzamos unos metros por la
orilla y luego sucedió…
—
¿Qué sucedió?—preguntó Jeff.
—Escuchamos
esas risas, estridentes carcajadas de unas mujeres.
—
¿Alguien se estaba bañando en el lago luego de la tormenta?— Preguntó incrédulo
Jeff.
—Bueno,
a mi realmente no me extrañaría que algunas parejas se hubieran escapado al
lago y hubieran esperado hasta que se fuera la tormenta. Recuerden que hoy es
viernes y viene mucha gente a divertirse. Sobre todo las parejas—dijo Peter.
—Es
cierto—reconoció Jeff.
—
Nosotros también pensamos eso jefe, por eso detuvimos el auto y nos acercamos a
comprobar qué ocurría.
—
¿Entonces?— preguntó Jeff.
—A
lo lejos escuchamos una vez más esas risas. Parecía que estuvieran jugando; se escuchaba el chapoteo del agua,
pero no se distinguía muy bien de qué se trataba. Alumbré con mi linterna el
lugar de donde provenían las risas y vimos a dos mujeres muy blancas, pálidas
que estaban bañándose desnudas; riendo y saltando. Observamos que tenían un objeto entre ellas. Lo
sujetaban entre sus manos. Lo arrojaban
hacia el aire y luego lo hundían en el agua. Lo deslizaban entre sus piernas y,
senos como si estuvieran masturbándose y reían…, reían. Nos acercamos más
y pudimos ver que con lo que estaban hundiendo, frotándolo contra sus cuerpos y
luego mordían. No lo podíamos creer era
¡UN BEBÉ! ¿Pueden creerlo? Era un bebé…—agregó sin poder contener las lágrimas.
Peter y Jeff escuchaban
con atención aquel relato sobrenatural plagado de sadismo que más
parecía un cuento de horror, o la narración de una extraña y pavorosa
pesadilla. Sin embargo, estaban conscientes de que se trataba de algo muy real
y terrible. No les cabía duda alguna, luego de la salvaje y misteriosa
experiencia que tuvieron la desgracia de sufrir hacía tan solo unos
minutos. A lo lejos, las luces
giratorias de emergencia rojas, blancas y azules daban cuenta de que la ayuda
llegaría de un momento a otro.
—Luego—prosiguió
Franklin— llegamos a la orilla y comenzamos a meternos en el agua para detener
aquella monstruosidad. Justo en ese instante pudimos observar que el niño se
hallaba desnudo y le faltaba parte del pecho; se podía apreciar un orificio a
la altura de su corazón por donde manaba abundante sangre. Las dos mujeres
dejaron de jugar y se concentraron en nosotros; ambas tenían los ojos amarillos
y nos clavaron la mirada, en ese momento
soltaron al bebé quien desapareció tragado por el agua. Después
comenzaron a acercarse a donde nos encontrábamos por lo que desenfundamos las armas;
pero no nos dieron tiempo de pronunciar palabra, de inmediato se elevaron
abalanzándose sobre nosotros; les disparamos pero no pudimos detenerlas.
Parecía que no sentían el impacto de los proyectiles. Una de ellas derribó a
Michael en tanto la otra trato de agarrarme. Empecé a correr y escuché nuevamente
esas risas espantosas. Me detuve y giré logrando ver a Michael quien había
conseguido ponerse de pie y corrió hacia la cabaña; de pronto esas “cosas” se
transformaron en… en los animales que vimos y empezaron a perseguirnos.
Seguí disparando y corriendo hasta que ustedes me encontraron.
Las
luces indicaban que las patrullas ya estaban muy cerca. Por lo que Jeff
dijo a Peter.
—Jefe,
es mejor que no contemos nada de esto. No nos creerían, pensarían que estamos
locos, ebrios o algo parecido.
Peter
miró a su interlocutor por un instante y dijo:
—Tienes
razón. No vamos a decir nada de lo que nos sucedió, ¿estamos de acuerdo?
Franklin, ¿quiero saber si me has comprendido?
—Sí,
jefe —dijo —secándose las lágrimas y sobreponiéndose.
Ahora
se dirigió a Jeff.
—Vamos
a organizar una búsqueda con los hombres para encontrar a Michael: reúne a los
hombres y vamos primero a la cabaña.
—Sí,
jefe.
—Jefe
Donovan, ¿Se encuentran bien?— preguntó David Fuller—uno de los policías
recién llegados descendiendo del vehículo.
—Sí,
David.
Fuller al ver a los venados muertos y sentir el hedor de los cadáveres, empezó
a sentir arcadas y no pudo evitar vomitar. Llegaron tres vehículos más en total
con seis hombres, ahora eran nueve y Jeff comenzó a disponer de ellos.
—Escuchen,
tenemos una delicada situación. —Dijo Jeff—el oficial Michael Hudson se
encuentra perdido, así que efectuaremos una búsqueda por las inmediaciones del
lago. Saquen sus escopetas y linternas. Vamos a ir juntos, no quiero que se
separen ni por un instante. ¿Está claro?
—Disculpa,
Jeff— replicó Dean Beacon, otro de los recién llegados, — deberíamos separarnos
en parejas para cubrir más terreno y así encontrar más rápido a Hudson; el
tiempo cuenta, sobre todo si está herido.
—
¡No!, —dijo Peter —iremos en grupo y preparados para cualquier eventualidad.
¿Está claro?
—
¡Si jefe!, — respondieron los policías.
—Jefe
Donovan; ¿Qué pasó con estos venados? ¿Qué los mató? ¿Es por eso lo de
mantenernos juntos?— preguntó Fuller.
—Eso
lo veremos después— respondió Peter— ahora lo que importa es encontrar a nuestro
compañero. No se aparten y manténganse en alerta.
Con las luces encendidas de los vehículos detrás de los hombres se internaron
en el bosque. Avanzaban alumbrando con sus linternas hasta que avistaron la
patrulla de Michael y Franklin la cual aún se encontraba con los faros y
las luces de emergencia encendidas. Se
dirigieron al muelle alumbrando hacia el lago, pero no hallaron nada. No
había rastros de Michael. Solo el reflejo de la luna sobre el agua que se mecía
con suavidad al compás de la brisa.
—Revisemos
la cabaña— dijo Peter.
Percatándose que no había electricidad en el muelle a causa de la tormenta. Peter y David se
acercaron hacia la puerta. Peter trató de abrirla pero le fue imposible.
—Vean
si pueden observar algo por las ventanas —dijo Peter.
Mark Kowalski, otro de los policías trató de asomarse y alumbrando con su
linterna vio las piernas de una persona. El uniforme de la policía era
inconfundible.
—Allí
está jefe, sentado en el piso.
—Derriben
la puerta. —ordenó Peter.
Tres hombres comenzaron a empujar con fuerza la puerta, hasta que cedió. Jeff
encendió la lámpara de kerosene que se encontraba colgada a la entrada de la
cabaña e ingresó. Allí estaba Michael Hudson sentado en el suelo, de espaldas
contra la pared. Todavía sostenía su pistola con la mano derecha y la otra
yacía inerte colgando de su cuerpo. Tenía cabeza apoyada contra la pared y los ojos abiertos mirando hacia arriba. El
proyectil penetró bajo el mentón y egresó a través del cráneo. El orificio de
salida era inmenso; partes del cuero cabelludo, dientes y masa encefálica se habían
quedado pegadas al techo mientras el cuerpo descansaba en un enorme charco de
sangre.
—
¡Dios!, ¿Qué pasó aquí? —exclamó David.
—No
muevan nada — ordenó Peter—
aseguren el área. Jeff comunícate con la policía de la ciudad y notifica lo que
ha sucedido. Ellos se encargaran.
—
¡Ya oyeron al jefe! acordonen el área. No toquen nada.
Peter
y Jeff se detuvieron a observar el
cuerpo de Michael.
—
¿Qué crees que esté ocurriendo Peter? Jamás había visto algo así; esta noche ha
sido terrible, hay algo muy malo. Algo sobrenatural está entre nosotros. Tiene
que haber sido espantoso para que Michael se suicidara. Él era veterano
de la Guerra del Golfo como nosotros y sabemos que no era un cobarde. —comentó
Jeff.
—No
sé, Jeff. No tengo idea cómo combatir algo que carece de toda lógica, ni
a quién consultar. Esas cosas que vimos y que nos atacaron. No lo entiendo—respondió
Peter.
—Peter;
yo no creía en brujerías ni espíritus, ni nada de esos cuentos de fantasmas. Pero
ahora estoy cambiando de opinión y para serte honesto, tengo miedo de lo que
pueda sucedernos.
Peter escuchaba las palabras de Jeff, meditando en lo de los cuentos de
fantasmas y brujerías. A nadie le había contado sobre lo que vivió esa noche en
el sepulcro del desierto de Irak; ni siquiera a su amada Jennifer. Incluso él
se hizo a la idea de que fue una pesadilla producto de la onda expansiva que lo
arrojó al piso y lo dejó atontado. Desde hacía tiempo le venían esos sueños
pero se decía: «Eso no fue real, fue solo una pesadilla». Las cicatrices en las
piernas de las quemaduras de esa noche, las atribuía a la explosión del
proyectil de mortero negándose a reconocer que eso realmente sucedió; que
enfrentó en ese lugar una situación extraña, desconocida y de ultratumba. Donde
sintió un terror jamás experimentado hasta hoy que volvió a revivir el espanto;
la terrible experiencia de la cercanía de la muerte, el miedo a lo sobrenatural
y que no tenía forma de defenderse ni sabía cómo hacerlo. Miró a Michael y le
entró un escalofrío de verlo allí, sentado en el piso. ¿Qué habrá sido tan
espantoso para hacer que se suicidara? ¿Fue tan terrible que en lugar de
escapar decidiera quitarse la vida?
—Yo
también tengo miedo, Jeff. —Contestó Peter—Debe haber una explicación de esto.
Tiene que existir algo lógico y entre nosotros vamos a encontrar la solución.
No demuestres al resto de los hombres tu temor. Es necesario que demos el
ejemplo. Vamos a ver si encontramos algo antes de que lleguen los de homicidios
de la ciudad. Revisa en la cabaña yo voy a registrar sus bolsillos.
—Está
bien jefe, tienes razón. —asintió Jeff.
Josh permanecía contemplando a Susan mientras los demás subieron
corriendo las escaleras mientras los gritos de pánico de los niños clamando por
ayuda, se dejaban sentir por toda la casa. Cuando llegaron al corredor, las
paredes y el techo estaban cubiertos de fuego. Entre las llamas se podían
apreciar caras humanas en actitud adolorida y de pánico. Rostros de
hombres, mujeres y niños que intentaban hablar pero les era imposible emitir
palabra alguna de sus flamígeras bocas.
La
puerta abierta del salón de juegos permitía observar lo que sucedía en su
interior mostrando como las luces se
prendían y apagaban. Los juguetes, los muñecos, los adornos y todos los objetos
de la habitación, volaban en círculos a una velocidad vertiginosa en tanto que
los niños permanecían acurrucados en la pared opuesta de la puerta sin poderse
levantar, debido a que podían ser golpearlos por el peligroso remolino que se
había apoderado del lugar. La computadora, el trencito, el caballito de
plástico, los muebles en general giraban pasando por las cabezas de los
menores que seguían gritando aterrorizados clamando ser rescatados.
La sombra que hacía instantes había salido del cuerpo de Susan, ahora se
encontraba en el techo del salón de juegos, riendo a carcajadas.
—JA,
JA, JA, ¡AHORA EL PEQUEÑO BASTARDO ES NUESTRO!, ¡ES NUESTRO!...
El fuego del pasadizo les impedía llegar a esa habitación, los rostros en las
flamas antes atormentados reían ahora de un modo espeluznante. Atravesar ese
corredor de fuego era imposible.
En
ese instante, Jennifer escuchó la voz de George.
—Mami,
mami por favor, ayúdame. ¡AYÚDAME!
—Ya
voy mi amor, ya voy. – Gritó Jennifer – ¡DÉJALO, MALDITO HIJO DE PUTA! ¡DEJA EN
PAZ A MI HIJO!...
Corrió a través del pasadizo envuelto en llamas sin dudar por un segundo.
Solo tenía en mente rescatar a su hijo de las garras de aquella monstruosidad.
A medida que se dirigía hacia la habitación el pasadizo comenzó a alargarse,
estirándose de manera que era casi imposible llegar a la puerta. Mientras
avanzaba entre las flamas, podía sentir cómo los ígneos seres la mordían y
lamían mientras emergían brazos candentes que la iban sujetando,
quemándola en el camino. Jennifer sentía el dolor y el ardor espantoso de su
piel siendo devorada por el fuego aunado al olor a carne chamuscada: ¡SU CARNE!
que se esparcía por toda la vivienda despidiendo un espeso humo negro. Se
hallaba envuelta en llamas, retorciéndose de dolor, pero aun así seguía
corriendo hacia la entrada.
No
aguantando más el dolor e inundada de lágrimas; imploró.
—
¡Dios de los cielos, ayúdame a salvar a mi hijo…!
Saltó para llegar al salón de juegos al tiempo de que manera inmediata
desaparecieron las llamas. La puerta de
la habitación se azotó con fuerza
bloqueando el paso, quedando todo en silencio.
Jennifer quedó tirada en el piso pegada a la puerta, temblando y
llorando. Revisando su cuerpo fue capaz
de comprobar que no tenía quemadura alguna, ni estaba herida.
Los demás se hallaban paralizados de espanto y pensaban que Jennifer había
muerto quemada. Pero al comprobar que no fue así al verla en el piso arrodillada
junto a la entrada, se acercaron para
ayudarla. Ann y Dolores lloraban desconsoladamente.
—No
se oye nada —dijo Will.
—Vamos
a entrar— dijo Charles.
—Pero
si aún está “eso” allí —comentó Will— podríamos….
Jennifer se levantó pasando entre ambos y abrió la puerta de golpe. Toda la
habitación estaba revuelta; parecía que un huracán hubiera pasado por allí: los
juguetes, adornos, muebles y demás
enseres se hallaban fuera de su lugar. Todo estaba de cabeza.
—
¿Los niños? — Preguntó Ann— ¿Dónde están los niños?
Los
pequeños no aparecían por ningún lado.
—
¡BUSQUEN POR TODOS LADOS!, ¡DEBAJO DE LOS MUEBLES! ¡MUEVAN TODO, TIENEN QUE
ESTAR AQUÍ!, — gritó Will.
—
¡Dios santo! ¡Se los llevó! ¡Se llevó a los niños!— Dijo Dolores llorando.
—No
puede ser, tienen que estar en algún lado, —dijo Charles—y continuó buscando
con frenesí. ¡DENNIS, MICHAEL, CONTESTEN!... ¿DÓNDE ESTÁN?
Josh subió corriendo la escalera y encontró a sus amigos buscando por todo el lugar a los
infantes; llamándolos, llorando, gritando de dolor y desesperación.
—Josh;
nuestros hijos han desaparecido. No están Josh, no están, ayúdanos por
favor. —imploraba Ann…
—
¿Qué ha pasado con ellos? ¿Dónde están?—exclamó Will, llorando sin consuelo.
El religioso estaba muy impresionado y conmovido por el dolor de sus amigos. La
muerte de Susan y ahora la desaparición de los niños. ¿Qué había
sucedido? Amaba a Dios con todo su corazón; cuando salió del seminario y
se ordenó sacerdote, su fe ciega le impedía ver más allá de todo lo que había
aprendido. La Biblia era para él “santa palabra” sin lugar a dudas y algo que
no podía ponerse en entredicho. Con el paso del tiempo se convirtió en
una persona más crítica. Seguía amando a Dios pero también notaba las manipulaciones que utilizaba el
catolicismo para mantener a sus fieles, con una doctrina de chantaje y amenazas
que no compartía. Empezó a comprender que la Iglesia a la que pertenecía estaba
controlada por seres humanos con ambiciones; envidias, errores, defectos y
ansias de poder ilimitados. Había visto con mucha tristeza cómo con el paso de
los años, su congregación iba perdiendo adeptos debido a cosas tan absurdas
como la prohibición del uso del condón lo que le parecía un inmenso y absurdo
error. La política de esconder los pecados de los sacerdotes pederastas o que
cometían otro tipo de delitos y ventilarlos únicamente cuando ya era inevitable
y se había desatado el escándalo, le era inaceptable. Para él, el mal; el
demonio o quien sea que personificara la maldad estaba en la tierra. En las
malas obras, en hacer el daño en los demás, en no ayudar al prójimo.
El diablo solo era una fábula; relatos que “enriquecían” al catolicismo, una
manera de mercadearse y ganar adeptos. Los casos de posesión demoniaca no
eran más que problemas de índole mental. Dios estaba en todas partes; en el
amor que sentían los padres por sus hijos, en la unión del matrimonio, en
ayudar al prójimo, en proteger a los desvalidos, en salvar la vida de una
persona así fuera un extraño, en una obra de arte, en sacrificar la vida
por otros. Josh podía ver la obra de Dios todos los días; pero esa noche su fe,
sus creencias, se desplomaron percatándose que había estado ante la
manifestación del mal, que una fuerza oscura y perversa, era autora de todo ese
horror y no veía a Dios por ningún lado.
Mientras Will, Ann y Jennifer seguían en la desesperada búsqueda de los
niños, Charles atendía a Dolores quien yacía desmayada en el piso. El sacerdote
instintivamente bajó a la sala y se dirigió a la calle; llegó su auto,
entró por el lado del copiloto, abrió la guantera y sacó un estuche de
cuero negro reflexionando por un momento hasta que regresó a la casa. Pasó
al lado de la difunta y se dijo; — «Los muertos pueden esperar.»
Subió por la escalera y encontró a Will hablando por su teléfono celular con la
policía, mientras el resto se encontraba sentado en el piso del salón de
juegos. La desesperación y el desconsuelo se apoderaron de ese lugar.
El padre Josh Miller abrió el estuche de cuero negro de donde obtuvo una diminuta
botella de vidrio de color marrón engalanada con una cruz dorada que contenía
un líquido transparente y un hisopo de metal con la base de madera que puso sobre
una mesita al lado de la puerta. Luego extrajo una estola clerical de color
verde, la besó y colocó sobre su cuello, de manera que los extremos
descendieran a ambos lados del pecho como si fuera a oficiar una misa. Luego
cogió un libro pequeño de color negro donde se podía leer en letras doradas
“Santa Biblia”
Parándose en el medio del salón mientras los demás seguían abatidos en la desesperanza
empezó a hacer la señal de la cruz. Luego con voz clara y firme dijo:
—
¡EN EL NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPIRITU SANTO, AMÉN!
—Señor;
tú que todo lo ves y tienes misericordia de tu pueblo, te imploro por los hijos
de estas familias, por los niños inocentes que están pagando por un pecado que
no han cometido. ¡Oh, Señor! te lo suplico, ilumina este lugar para dar con el
paradero de Francis, Luisa, George, Dennis, Michael y Thomas. Por favor
no permitas que estas criaturas inocentes sufran querido Señor. — Se colocó de
rodillas, haciendo una súplica desde el fondo de su corazón y levantó los
brazos: ¡SEÑOR TE RUEGO QUE POR FAVOR SALVES A ESTOS NIÑOS! ¡SI ALGUIEN TIENE
QUE PAGAR POR ALGUNA OFENSA PERMITE QUE SEA YO! ¡PERO NO ELLOS!
Jennifer volteó a ver a Josh e instintivamente se arrodilló seguida por los
demás a excepción de Ann, quien roja de ira comenzó a gritar al sacerdote.
—
¿DÓNDE ESTÁ DIOS QUE HA PERMITIDO QUE SE LLEVEN A MI MADRE Y A MIS HIJOS?
¿DÓNDE ESTÁ ESE HIJO DE PUTA AL QUE LE REZO TODOS LOS DÍAS Y VOY A MISA LOS
DOMINGOS, QUE HA TOLERADO QUE “ESO” ME DESGRACIE LA VIDA? ¿DÓNDE? ¿DÓNDE?
Josh sin hacer casos de los gritos de Ann, agarró el hisopo y comenzó a
agitarlo contra los rincones del cuarto rociando agua por todos
lados.
—
¡Oh, señor! ¡Padre nuestro que estás en
el cielo!… Otorga tu indulgencia y salva a estos niños. Bendice este hogar y
líbranos de todo mal.
Así continuó por un rato sin que nada sucediera, mientras los demás lloraban
hincados de rodillas con los brazos hacia arriba. Josh se encontraba desesperado
sin saber qué hacer. A su alrededor reinaba la tristeza y dolor. De un
momento a otro arrojó la botella a la pared la cual se rompió en múltiples
pedazos; luego lanzó el hisopo fragmentándose en varias partes y por último
estrelló la biblia de la que se desprendieron algunas páginas al contacto con
la dura superficie y luego quedó en el piso mientras Josh gritaba con el
rostro pálido de furia:
—
¡DONDE ESTAS DIOS! ¡DEMUESTRA TU PODER Y MISERICORDIA! ¡NO DEJES QUE EL MAL
TRIUNFE! ¡AYÚDA A ESTAS FAMILIAS!... ¡ESCUCHA A TU PUEBLO! ¡ESCUCHA A TUS
HIJOS!
De forma inesperada la casa empezó a temblar. Jenni y los demás se miraron
confundidos y atemorizados mientras Josh proseguía gritando completamente fuera
de sí…
—
¡HAZ ALGO! ¡NO NOS ABANDONES! ¡NO PERMITAS QUE EL MAL TRIUNFE! ¡NO PERMANEZCAS
IMPASIBLE MIENTRAS ESTAS CRIATURAS SUFREN! ¡HAZ ALGO!...
Toda la casa se movía. Los muebles de la sala, los utensilios de cocina, las
lámparas de los techos se estremecían sin control. Era como si se estuviera
produciendo un terremoto.
Josh
se dirigió ahora a la infernal manifestación que hizo desaparecer a los niños.
—
¡TU, MALDITA ABOMINACIÓN! ¡LIBERA A LOS NIÑOS! ¡ENGENDRO MALIGNO, DESPOJO DEL
UNIVERSO! ¡LIBÉRALOS! ¡MONSTRUO MISERABLE, VUELVE AL LUGAR DE DONDE
PROVIENES!...
Las paredes comenzaron a agrietarse mientras pedazos de pintura del techo empezaron
a desprenderse, haciendo temer el desplome del inmueble. Sin previo aviso, una
de las ventanas explotó y cual una aspiradora gigante absorbió todo lo
que estaba cerca de ésta. Parecía que algo muy grande, un enorme cuerpo
invisible hubiera salido por allí. El temblor cesó y todos guardaron silencio sin poder escapar de su
asombro.
—
¿Están todos bien?—preguntó Charles.
—Silencio—
dijo Josh— escuchen.
Todos
obedecieron al sacerdote tratando de oír. Pasaron unos segundos.
—No
se oye nada, —dijo Will— ¿Qué escucharon?
En
ese instante se comenzó a oír el llanto de los niños que llamaban a sus padres.
—Mamá,
papá aquí estamos, aquí estamos.
Los
padres se levantaron de inmediato, sin saber de dónde venían las voces.
—Vuelvan
a buscar—dijo Josh.
Will se dirigió al armario de la habitación y allí encontró a Francis y a
Luisa, que estaban sentados llorando.
—Papá, aquí estamos papá...
Will los abrazó y llamó a su esposa. Los cuatro se unieron en un fuerte abrazo, llenando a los niños de besos y
llorando de alegría.
—Mami,
mami— dijo George quien salió debajo de
un sillón que estaba volteado sobre la cama — Hola mami.
Jennifer
fue corriendo y abrazó a su hijo diciendo: gracias Señor, gracias Señor.
—Papá,
mamá, —Eran Dennis y Michael quienes estaban en la tiendita de campaña de
juguete, Charles y Dolores no podían controlar su emoción y fueron a abrazar a
sus hijos.
Thomas,
Thomas ¿Dónde estás mi amor? Thomas, repetía Mary, Thomas…
Josh
empezó a buscar por la habitación nuevamente.
—Will,
Charles, busquen por toda la casa, hay que encontrar a Thomas. — dijo Josh.
—Sí,
—contestó Will— vamos Charles.
—Escúchame
bien Mary; tenemos que buscar por todos lados a Thomas. Vamos a encontrarlo,
¿Está bien?— dijo Josh.
—Sí…—dijo
Mary entre lágrimas.
Estaban
a punto de salir de la habitación cuando Jennifer dijo:
—
¡Ahí, debajo de esa cobija! ¡Hay algo ahí!
Mary y Josh fueron corriendo donde estaba la cobija azul de cuadros que cubría
el corral para bebés. Había sido revisado varias veces antes que
aparecieran los niños. Josh lo destapó de un golpe. Allí se encontraba Thomas.
Con los ojos abiertos; de pantaloncito azul, camiseta roja y con sus
medias de muñequitos, estaba semisentado con los brazos a los costados. Tenía
la cara y la lengua afuera amoratadas. El cuello sujeto por la cinta del
chupón se había quedado enredado
en la esquina del corralito asfixiándolo hasta causarle la muerte.
—
¡NOOOO!—gritó Mary—agarrando a Thomas y quitándole el lazo del cuello. No,
Thomas. Despierta; Thomas mi amor, ya estás con mami. Vamos, despierta mi vida,
despierta.
Sujetaba
y besaba con ternura el cuerpo mientras
sus lágrimas caían en la cara de Thomas.
—Thomas.
Mi bebé; despierta corazón. Despierta por favor.
Jennifer
se acercó a Mary, y la tomó de la mano
diciendo:
—Ya
se fue Mary, ya se fue.
—No
—dijo Mary con el cuerpecito de Thomas en sus brazos, — ¿No te das cuenta que
está dormido? En cualquier momento va a despertar no es verdad Josh. ¿Padre
Josh?— rogaba al clérigo como si él tuviera el poder de resucitar al bebé; —
dime que Thomas va a despertar, por favor haz que despierte, Josh…
El sacerdote se acercó a la mujer con el corazón hecho jirones. Tenía un
sentimiento de tristeza inmenso. Estaba abatido por ver el sufrimiento de Mary.
Se acercó, la abrazó y con un nudo en la garganta dijo:
—Se
fue Thomas; querida Mary. Se fue…
Mary prosiguió sosteniendo entre sus
brazos a Thomas; llorando en silencio, meciéndolo y arrullándolo como si
estuviera dormido…
——————oooooo——————
CAPÍTULO VI
—Jefe
Donovan; lo llaman de la central, es urgente. — dijo Dean.
—
¿Por qué no me llaman al móvil?—preguntó Peter.
—Parece
que en esta zona no hay cobertura o que usted lo tiene apagado.
Peter
constató que su teléfono celular
efectivamente no tenía señal por lo que se dirigió a Jeff diciendo: —Quédate a
cargo voy a responder la llamada desde la patrulla—.
Caminó
hasta el vehículo policial y por fin
pudo hablar con la central de policía:
—Adelante
central, aquí Tornado.
—Tornado;
es necesario que regrese cuanto antes a su casa.
—
¿Qué sucede central?
—Tenemos
una situación de emergencia.
Donovan
sintió que las piernas empezaron a temblarle sin control.
—
¿Cuál es la emergencia?
—Al
parecer sucedió un accidente en la casa de su vecino Will Perrys, se cree
que hay heridos. Ya envié una ambulancia
y los bomberos van en camino.
Peter
sintió que le faltaba la respiración.
—
¡Jefe, jefe! ¿Todavía está allí?
—Sí,
Central. Vamos para allá. Manténganme informado.
—Sí,
señor. Cambio y fuera…
—
¡JEFF, JEFF! – Gritó Peter— ¡vámonos, apresúrate vamos…!
—
¿Qué pasa jefe?— preguntó Jeff.
—Algo
ocurrió en la casa de Will. Parece que fue un accidente pero no tengo la
información completa. Deja al mando a Fuller.
Peter y Jeff regresaron corriendo por la carretera pasando entre los venados
muertos y llevándose a Franklin. Subieron a la camioneta y el Sheriff tomó el
volante. Encendiendo las luces de emergencia, emprendió el retorno a toda
velocidad.
—
¿Qué ha dicho la central?—preguntó Jeff.
—Dijo
que alguien estaba herido. Pero lo averiguaremos al llegar.
Los tres iban en silencio a través de la carretera meditando en todo lo que
había sucedido hasta el momento en aquella terrible e inexplicable noche. Peter
temía que hubiese pasado lo peor; que Jennifer o su hijo George estuvieran
heridos y al igual que Jeff, quería llegar cuanto antes. Franklin
continuaba temblando sin poder apartar de su cabeza los momentos de
pánico que había vivido a orillas del lago.
Los policías que se quedaron en la cabaña, empezaron a acordonarla colocando
cintas plásticas amarillas con la leyenda: “NO PASE, POLICÍA DE LAGO FELIZ”
Beacon y Fuller terminaron de colocar la cinta, mientras Kowalski revisaba la
orilla del lago. El policía descubrió algo que llamó su atención por lo que
llamo a sus compañeros:
— ¡EH, MUCHACHOS! ¡VENGAN A VER ESTO!
David
y Dean se acercaron ante el llamado de su colega y cuando llegaron, Mark les
señaló:
—Vean
abajo.
Numerosos casquillos de proyectiles se encontraban esparcidos por el suelo,
parecía que hubiera sucedido algún tipo de enfrentamiento.
— ¿Qué pasó aquí? —Preguntó Dean— alguien
estuvo disparando hacia el lago.
Dean
se agachó y recogió uno de los casquillos.
Luego de observarlo, procedió a olerlo.
—Es
de nueve milímetros. Debe ser de Michael y se nota que fue disparado hace poco.
El olor a pólvora quemada todavía está fresco.
—Sí,
en este puesto estaban Hudson y Anderson es muy raro— dijo David.
—Los
casquillos vienen desde la orilla y llegan hasta la entrada del bosque, también
los hay en dirección a la cabaña. — Indicó Mark.
En un instante todo se oscureció, cual si se tratara de un eclipse
acompañado por un viento helado los cubrió por completo haciéndolos estremecer.
El miedo los invadió pero la sensación duró unos segundos. Luego todo volvió a
la normalidad.
—
¡Joder!; ¿sintieron eso?—preguntó Mark.
—Sí,
— dijo Dean—pude sentir una especie de mano helada que me tocó por la nuca.
—Yo
sentí lo mismo. No podía respirar—dijo David.
— ¿Hasta qué hora vamos a tener que quedarnos aquí? Tengo
un extraño presentimiento. Hay algo raro, se percibe en el ambiente. — dijo
Dean.
—Vamos,
vamos. ¿Crees que va a venir un fantasma?— dijo Mark a modo de burla y comenzó
a reír.
Dean y David sonrieron de manera forzada; tratando de darse valor, pero en
realidad los tres tenían miedo. Mucho miedo y era evidente…
Cuando Peter y Jeff llegaron a la casa de los Perrys el vehículo del forense;
la ambulancia y un auto patrulla se encontraban fuera de la vivienda con
las luces de emergencia encendidas. En ese momento estaban subiendo una bolsa
negra en una camilla mientras otra más pequeña era trasladada en los
brazos de uno de los bomberos. Mary lloraba sin control mientras Josh la tenía
sujeta del brazo evitando que desfalleciera. Will y Ann abrazaban a sus hijos, en
tanto que Charles y Dolores hacían lo propio.
Jeff
bajó de un salto del vehículo todavía en marcha y fue corriendo hacia su
esposa.
—Mary:
¿Dónde está Thomas? ¿Dónde está Thomas?
—
¡Oh, Jeff! Thomas se fue…—respondió Mary mientras ambos lloraban.
—Mary.
Por Dios ¿Dónde está Thomas? ¿Dónde está mi hijo?
Los esposos Douglas se encontraban destrozados. Peter descendió del vehículo
hasta llegar a donde se hallaba su familia, abrazándola; luego volteó a ver a
su amigo sintiendo que se le partía el alma de dolor. Ann por su lado era
sostenida del brazo por Will y miraba con angustia como se llevaban el cuerpo de su
madre.
——————oooooo——————
2 comentarios:
Aun no termino de leer todo pero me parece una novela que te engancha y no paras de leerla!!! esta muy interesante y sus visos de terror y horror son bastante ilustraivos y muy descriptivos acorde a la realidad. Felicitaciones a Fernando Sobenes...Entrañable amigo y compañero de estudios y de nuestro hobby mutuo la música!!! Cordialmente.Luis Alfredo Bejarano Zamalloa Lima Perú
Muchas gracias por tu visita y comentarios querido amigo y promoción, me alegra mucho que te haya gustado esta parte de mi trabajo. Un gran abrazo....
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