OBSESIÓN
Fernando Edmundo Sobenes Buitrón
SOLO PARA ADULTOS
Sabes que te he amado desde la primera vez que te vi. En aquel instante supe que serías mía, solo mía ya que estabas hecha para mí. Siempre hemos sido el uno para el otro. Tú me conoces mejor que nadie y tienes un don que me hace estremecer; cada vez que tus ojos castaños me observan, me leen como un transparente libro de carne, hueso y sangre, sin poder ocultar nada ante la magia de tu mirada. No sé cómo lo haces, pero tienes el poder de exhumar los secretos que yacen enterrados en lo más profundo de mí ser. Mis alegrías, complejos, miedos, arrebatos, locuras y deseos, los descubres en solo un instante. Si no te adorara como lo hago, te odiaría ya que te has adueñado de mi alma y no puedo pensar nada más que en ti. Te convertiste en mi dueña, ama y señora. Te volviste el aire que respiro, el alimento que necesita mi ser y eres como una droga. Eso es lo que eres. Una mágica droga que me embriaga con el fuego de su pasión y me devora en el infierno de su lujuria.
Me tienes a tus pies, como un perro faldero que controlas con tan solo una mirada o tu voz de miel que me llena de cálida dulzura; que baña mi espíritu y lo inunda de ti, ¡solo de ti! No puedo alejarte de mi mente, aunque lo he tratado en varias ocasiones no logro hacerlo. Te amo. Lo repetiré hasta el cansancio; hasta que el sol deje de brillar y el mar se canse de acariciar la orilla de la playa. Este amor que siento va más allá de la razón, y por ello tiemblo de rabia y celos cada vez que otros hombres te miran al pasar por la calle. Como animales de presa a punto de abalanzarse para saciar el deseo que estoy seguro provocas en ellos como lo haces conmigo.
Pero tú; arrebatadora hechicera. Con tu figura de Afrodita y encanto diabólico, siempre has tenido sonrisas para todos y miradas que son capaces de encender fuego entre la nieve despertando el deseo en el más célibe de los hombres, sin tomar en cuenta mi pobre y afligido corazón. Cada vez que mirabas a otro, cada una de tus embrujadoras sonrisas eran dagas ardientes que se iban clavando en mí, un terrible veneno que iba llenándome de angustia y rabia. ¿No entiendes acaso cuánto te amo? ¿No sabes que solo eres mía y de nadie más?
Por eso no fui capaz de resistir. Te lo juro amor, no pude. Quise, luché, traté, puse todo mi esfuerzo pero fue inútil. Lograste hacer aflorar lo peor de mí y te responsabilizo de eso. Aunque duela decirlo tienes la culpa de lo que ocurrió. Despreciaste mi dolor, ignoraste mis súplicas, te dije una y mil veces que no debías mirar a nadie más porque somos el uno para el otro, pero no hiciste caso. Me observaste como quien mira una caricatura. Lo tomaste como un chiste. El hombre que te idolatra fue para ti solo una mala broma, un triste y ridículo dibujo. Te burlaste de mi dolor, e inclusive cuando sentiste mis manos rodeando tu nacarado cuello no dejaste de reír. Hasta que mis extremidades se transformaron en dos tenazas de acero y te estrujé con todas mis fuerzas; hasta sentir como tus venas latían con desesperación y abrías tu boca buscando el aire que no conseguías producto de la rabia que causaste en mi ser. Tus uñas se clavaban como estacas rompiendo la piel de mi rostro hasta conseguir que la sangre rodara sobre mis mejillas. Pero no pude ni quise detenerme hasta que por fin; Tuve una extraña sensación —lo confieso—una mezcla de superioridad y venganza, aunque ahora me duele reconocer. Por fin tenía el control sobre ti y pude ver con satisfacción como la chispa de tus ojos se iba apagando en una combinación de terror, rabia e incredulidad. ¡Parecía que aquellos seductores ojos querían escaparse de tu rostro!
Te convertiste en una muñeca de trapo, ya no respirabas. Tu mirada se volvió distante, era como si estuvieras ausente. Inclusive de tu boca entreabierta, comenzó a brotar una espuma blanca, que se escurrió sobre tu mentón. En ese momento te resbalaste de mis manos y caíste sobre el piso. Allí estabas; inmóvil pero hermosa, majestuosa… mi diosa de carne y hueso. No respirabas pero estabas igual, radiante como siempre. Toqué tu aún tibio rostro y pude tomar consciencia de que tu blusa estaba entreabierta permitiéndome observar una parte de tu esplendoroso y suave otero de carne, que tanto placer me había brindado. No puede resistirme —sabes el efecto que causas en mí—mis deseos de hombre se abrieron paso entre los celos, la rabia y la frustración emergiendo sin pudor y control alguno, tratando de escapar de mi entrepierna y te poseí. Te poseí con todas mis fuerzas. Disfruté de ti de una manera salvaje e irreverente. Bebí de ti y me embriagué de tu esencia. Una vez más nos convertimos en uno, una vez más nos fundimos en el deseo.…
Hubiera querido que fuera de otra manera, buscar algún lugar especial donde colocarte pero en aquel instante… Todo fue tan rápido y confuso que apenas tuve noción de lo que estaba haciendo. Te coloqué a mi lado en el coche y recorrimos ese largo camino, con tu cabeza apoyada en la ventanilla mientras sostenía tu mano hasta que por fin llegamos. La luna fue testigo de lo doloroso y triste que fue cavar aquel foso y dejarte allí entre la penumbra. Cada porción de tierra que caía sobre tu hermoso cuerpo, mientras desparecías entre la oscuridad, se llevaba contigo una parte de mí alma. ¡Mi corazón estaba hecho pedazos!
No creas que estos seis meses que hemos estado separados han sido fáciles. Te sueño cada noche. No puedo pensar nada más que en ti y te veo en todos lados. No encuentro paz ya que me haces falta y no quiero vivir si no estás a mi lado. No puedo, ni deseo estar así: solo; sin tus besos, sin tus caricias, sin ser capaz de sentir el aroma de tu cabello, la suavidad de tu piel, la humedad y el calor que guardabas en ti.
Ahora, rodeado por la noche. Acompañado por los árboles como testigos de mis sentimientos, estoy postrado de rodillas ante tu sepulcro y vengo a pedirte, a implorarte que me lleves contigo. No deseo estar un segundo más sin tu compañía. Quiero estar contigo por toda la eternidad y deseo demostrarte mi amor eterno. ¿Qué dices? ¿Estás de acuerdo? ¿Me llevarás ahora? ¡Oh mi vida! Me escuchas. ¿Puedes oírme? Siento como escarbas la tierra, vamos cielo mío, estoy aquí. Llévame contigo. Puedo ver tus dedos que comienzan a salir entre las piedras, ¡si supieras como salta mi corazón de regocijo! ¡Escuchaste mi llamado! Mi amor, mi todo. Ahora veo tus manos; si, déjame tomarlas. Te ayudare a... ¿Qué ocurre? Están frías como el hielo. Aprietas mis dedos con fuerza. ¡Con calma cariño! ¡Me estás haciendo daño! ¡No!, ¡Déjame! ¡Déjame! ¡No me lleves! ¡POR FAVOR, NO! ¡SUÉLTAME! ¡AUXILIO..!
27 de septiembre de 2015
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