"...Embargada
por las memorias suspiraba con nostalgia por todas aquellas cosas que pasaron
juntos. Las lágrimas comenzaron a
resbalar sobre sus mejillas con ese sentimiento que brotaba desde lo más íntimo
de su ser. Era una mezcla de diferentes emociones que en ese instante la
hicieron flaquear un poco. Pero al recordar el rostro colmado de pavor de… y su
llanto ocasionado por el maltrato de su padre, causó que la sensación de rabia
cercenara de un golpe aquellas evocaciones que alguna vez fueron felices. De un
momento a otro, envuelta en sus cavilaciones y sin saber cómo, se encontraba
frente a la casa. Tomó el sobre y lo introdujo en la cartera, luego salió del
auto con el bolso colgado de su hombro. Un sol desganado y deslucido se
mostraba a través de unas capas de nubes sombrías dispersas que se iban
acumulando poco a poco en una opaca mañana. Las mariposas amarillas, verdes y
anaranjadas —tan comunes revoloteando por los jardines de las casas—estaban
ausentes, al igual que las aves marrones que volaban en grupos; aquel día
parecían haber elegido quedarse en los árboles y nidos aletargados por ese gris
y arisco día.
Se
detuvo frente a la entrada y de su bolso extrajo una llave que introdujo en la
cerradura y abrió la puerta. Un desagradable hálito a suciedad, moho y orines
la inundó haciendo que se cubriese la nariz tratando de evitar oler esa
terrible pestilencia. La sala se hallaba en parte a oscuras, con las ventanas
cubiertas por las cortinas dejando a duras penas penetrar algo de la tenue
iluminación que llegaba del exterior.
Avanzó unos pasos dirigiéndose hacia uno de los ventanales, pero tropezó
con algo que la hizo trastabillar, hasta casi rodar sobre el piso. Debido a que
no podía ver con claridad, se adelantó hasta la pared donde se encontraba el
interruptor y encendió la luz.
El
interior de la vivienda —su casa que tanto esfuerzo les costó levantar— se
había convertido en un ambiente irreconocible. Los muebles estaban destrozados,
partidos en pedazos. Parecía que los hubieran acuchillado brutalmente y
mostraban sus entrañas de goma espuma blanca esparcida por el piso. Las mesas
de vidrio y madera yacían rotas por diferentes lugares. La alfombra verde oscura
lucía huecos por diferentes lados y manchas secas de líquidos derramados. En el
lugar donde estuvo colgado el televisor de pared tan solo quedaban los soportes
metálicos, mientras éste se apreciaba sobre el piso despedazado. Igual suerte
corrieron los diferentes cuadros, lámparas y muebles que de forma patética,
adornaban la sala de estar como si se tratara de un campo de batalla.
… miraba a su alrededor aún incrédula de lo
que tenía ante sí. Pero lo más impresionante era la “nueva decoración” de la
casa. Palabras, miles y miles de ellas dibujadas con diferentes colores: rojo, blanco
y negro a largo y ancho de las paredes y el techo, que fueron utilizadas como
un amplio lienzo y las letras las cubrían a plenitud. El estilo cursivo y
enérgico indicaba que su autor era su esposo.
—«Oh,
cielos…—pensó— ¿Qué es esto?, ¿Qué sucedió aquí?»
Aproximándose
a la pared pudo por fin leer las palabras que la hicieron temblar de espanto:
—
¡Puta, maldita puta! ¡Te voy a matar! No nos podrás separar. Perra. Bastardo
hijo de puta. Te mataré al igual que a la perra de tu madre…
—
¡Por todos los santos, se volvió loco!—murmuró impresionada…
Continuó
avanzando con dirección hacia la cocina, siguiendo el sendero de destrucción y
suciedad que habían convertido su hogar en un muladar siniestro y pavoroso. La
misma situación de caos y abandono se repetía en ese recinto, los platos
destrozados en el piso al igual que los vasos hacían que su avance fuera
difícil, teniendo que observar con cuidado los lugares donde posaba sus pies
debido a los filosos fragmentos que se hallaban sobre el suelo. La
refrigeradora desconectada y con la puerta abierta, despedía ese olor fétido a
comida descompuesta que abarcaba la vivienda con aquella pestilencia enfermiza…
Sin desear estar allí un segundo más decidió retirarse y llamar a la policía.
Empezó a desandar su camino con dirección hacia la puerta de salida y podía
observar su vehículo aparcado en la calle. Sentía miedo, mucho miedo; su
instinto femenino le gritaba por un altavoz que se fuera, que se largara de ese
lugar cuanto antes. Estaba convencida de que su vida corría peligro. De manera
intempestiva, la puerta se cerró de golpe al tiempo que se extinguía la luz,
dejándola sumida en aquel horror…"
Fragmento de la novela: “El Visitante Maligno II” de
Fernando Edmundo Sobenes Buitrón
"El Visitante Maligno I" y "El Visitante Maligno II"
Disponibles en Amazon (Kindle). No te las pierdas...
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