viernes, 30 de enero de 2015

El Visitante Maligno II: Fragmento.







"...De un momento a otro la iluminación de la habitación empezó a titilar menguando su intensidad ocasionando que la alcoba adquiriese un tinte extraño y mortecino. El ambiente a media luz lo sentía raro y pesado. Daba la impresión de que una fuerza invisible se hallaba en la recámara y le proporcionaba un sentimiento de angustia y temor; similar al momento en que una persona se encuentra en un funeral y al aproximarse al ataúd para ver a quien yace en su interior, no puede impedir sobresaltarse al saber que estará cara a cara con la muerte y que en cualquier momento llegará su turno de ocupar aquel lugar, sin lugar a duda. En un principio… intentó no darle importancia: —«es una baja de corriente—pensó—seguramente durará unos segundos.» — Sin embargo la luz no recobró su intensidad habitual. Con esa pobre y anormal iluminación las sombras de los muebles y demás enseres del dormitorio adoptaron formas diversas e insólitas, similares a criaturas al acecho mostrándose siniestras, sobrenaturales y fantásticas, empezando a causarle temor. Miraba hacia todos los rincones de la alcoba cerciorándose de que estaba sola: más, tenía el presentimiento de que no era así… 

Desde el techo la lámpara principal reflejaba una larga silueta empezando por su base alargada que reflejaba una delgada línea, la cual paulatinamente iba ensanchándose hasta llegar a la pared; al mismo tiempo que los negros reflejos de los bombillos se transformaban en horripilantes dedos, que al alcanzar la unión con el piso se estiraban hasta tocar con sus puntas el lecho; como si fueran las garras de un ave de rapiña envolviéndolas con su macabra lobreguez. Frente a… la pantalla apagada del televisor le devolvía su figura sobre la cama abrazada a la almohada, y la forma terrorífica de la garra desde la parte de arriba se prolongaba hasta su cabeza y continuaba descendiendo lentamente. Sorprendida miraba esa atemorizante silueta que inundaba todo el lugar, como una mortaja siniestra y letal que la colmó de pavor. De un salto se puso de pie, tratando de huir de esa horrible opacidad dirigiéndose hacia la puerta; quería escapar de allí como fuera posible. Giró la manilla pero no pudo salir; “alguien” o “algo” la encerraron, a la vez que la oscuridad iba en aumento. A prisa, se encaminó hacia la ventana para tratar de huir, pero al cruzar frente al espejo pudo captar con el rabillo del ojo algo que captó su atención, pero debido a la oscuridad le era difícil reconocer. Aproximándose al vidrio, se detuvo paralizada por aquel reflejo. Detallando la imagen que tenía al frente contempló que su rostro no era el mismo de siempre. La frente, mejillas y mentón estaban surcados por terribles y profundas arrugas. Los anteriormente bellos ojos verdes lucían apagados y sin vida cubiertos de una película opaca, como si tuvieran cataratas. Los labios rosados y sensuales se transformaron en dos especies de gusanos arrugados y marchitos de color grana, que entreabiertos, dejaban ver unos dientes amarillentos y marrones. Las pecas que adornaban su rostro se transformaron en pequeñas verrugas de color marrón oscuro y su cabello se tornó completamente blanco al igual que sus cejas. Su cara decrépita y macilenta representaba a una persona de más de un siglo de existencia.

Trató de gritar pero le fue imposible. Su garganta se hallaba seca, cual si hubiese tragado un puñado de aserrín y le impedía emitir sonido alguno. Quiso moverse pero su cuerpo no le respondía. Comenzó a observar sus brazos arrugados y flácidos; los colgajos de piel llenos de estrías se sostenían en sus huesos como si se trataran de alas de un murciélago. Bajó la mirada y la impresión fue peor. Sus turgentes y atractivos senos se convirtieron en dos ubres aplastadas que se aferraban a la piel sosteniéndose apenas y amenazando con desprenderse de su torso. Las hermosas piernas se transformaron en un par de palos horrendos envueltos en una piel informe, llena de arrugas y várices inflamadas verdes y moradas. Algunos vasos capilares se mostraban claramente bajo su mortecina humanidad desplegándose como pequeñas telas de araña de color violáceo. Los dedos de sus pies previamente diminutos, delicados y pulcramente cuidados; eran una especie de patas de gallina; estaban deformes, colmados de callos y juanetes cabalgados por venas varicosas y coronados por unas asquerosas uñas negras resquebrajadas y deformes. Del cuello hacia abajo estaba paralizada como si una fuerza invisible la obligase a ver el espectáculo terrible; aquel esqueleto viviente, una tremebunda y aborrecible caricatura de ser humano. La imagen de la decrepitud: repulsiva, roñosa, caduca y cubierta de pliegues en que se transformó.

Empezó a temblar dominada por el pavor. Haciendo un supremo esfuerzo puso las manos en sus mejillas para tocarse y cerciorarse de lo que le sucedía, pero fue peor. Dos escalofriantes manos huesudas, marchitas, ajadas y plagadas de efélides oscuras, culminaban en unas deformadas y atemorizantes uñas curvas marrones que sobresalían los bordes de su rostro…"

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