“…Dicen que; cuando una persona se encuentra en una situación de peligro, en la que está en juego su existencia y justo antes de fallecer, atraviesan por su cabeza en forma de una película los eventos más importantes que ha experimentado durante la vida: amores, alegrías, desengaños…entre otros recuerdos. Esto quizás mitigue en algo el pavoroso momento de enfrentar a la muerte. Principalmente cuando uno se encuentra consciente y puede percibir que el final de sus días llegará en instantes, de una manera ineludible. Pero por desgracia ese no fue el caso de.... No fue rápido, ni perdió el sentido y tampoco sufrió un paro cardíaco. Al momento de impulsarse y lanzarse al vacío, sus extremidades inferiores producto del pánico al verse forzadas a realizar algo que no deseaban y que iba contra el instinto de conservación de cada ser humano, permanecieron rígidas y tercamente, en lugar de impulsarlo alejándolo del rascacielos, continuaron inmóviles; tiesas como postes de acero, ocasionando que se precipitara hacia adelante pero sin separarse del edificio; lo cual causó que cayera de cabeza con los brazos extendidos con dirección al piso aunado a una ráfaga de viento que lo mantuvo adherido a la estructura, causando la fricción de su rostro desde el piso ochenta al sesenta. Frotando su piel contra la pared de cemento como si fuera un rallador de queso, desintegrando la parte izquierda de la cara: desapareciendo la oreja, piel, músculos, nervios, encías y llegando hasta el hueso. Produciendo una lacerante e insoportable sensación de ardimiento. Quería gritar pero su boca era una masa similar a un puré sangriento de donde solo escapaba un gruñido sordo y le era imposible abrir. Agitaba los brazos en forma perpendicular con desesperación como si tratase de volar, intentando en vano sostenerse de algo para detener la caída mientras su corazón exaltado quería escapar a través de su prisión de carne y huesos. Al llegar al piso sesenta, su hombro y brazo derecho colisionaron de lleno con uno de los salientes de la fachada de concreto, causando fracturas múltiples; lo que hizo que se alejara unos centímetros del edificio permitiendo continuar su cita con el asfalto sin interrupciones. El inmisericorde ardor del rostro, se mezcló con las enloquecedoras punzadas de dolor que sentía en lo que permanecía del hombro y su pulverizado brazo, amén de la alucinante sensación de vacío y vértigo que salía desde la base de su estómago; pasaba por su garganta y llegaba hasta su cerebro al ver que las personas, vehículos y edificaciones crecían velozmente. Aterrizó dentro de un automóvil descapotable BMW con el techo cerrado que se encontraba vacío. Atravesó la cubierta de fibra de vidrio y destrozó el vehículo al tiempo que su cuerpo se desmembró como si fuera un marioneta de trapo esparciendo músculos, órganos, huesos, sangre y diversos fluidos en el interior del convertible. Para… ese trayecto de casi once segundos estuvo colmado de dolor, agonía y espanto; y fueron largos, demasiado largos. Eternos…”
Fragmento de la novela: “El Visitante Maligno II” de: