lunes, 13 de octubre de 2014

"El Visitante Maligno II" Primera Parte: RECUERDOS, Capítulo I.




Hoy les presento  la primera parte; RECUERDOS, Capítulo uno de mi nueva novela: EL VISITANTE MALIGNO II. Ojalá que sea de su agrado.


Disponible el primero de noviembre de 2014, por Amazon (para Kindle)  







EL VISITANTE MALIGNO II
PRIMERA PARTE:
Recuerdos:

(Para móvil)





PRIMERA PARTE:

RECUERDOS



      “Los fantasmas y demonios existen, pero solamente tú los puedes ver y sentir. Habitan en tu cabeza, acechándote hasta el día de tu muerte… o quizás más allá”
El autor.

CAPÍTULO I

      La luna teñida de rojo, se asomaba esporádicamente en medio del manto oscuro de la noche envolviendo todo con un halo de misterio y suspenso. Las nubes, unas grises y otras negras, desfilaban con lentitud a través del cielo ocultándola y tímidamente se dejaba mostrar como si temiese ser vista por los pequeños e insignificantes seres que desde muy abajo la contemplaban. Algunos con romanticismo, otros con temor y angustia. El viento soplaba con fuerza y las copas de los árboles se estremecían agitadas por la fuerza incontrolable de la naturaleza. Se balanceaban llevando a cabo una danza siniestra y sepulcral que contribuía con hacer aún más lúgubre la noche. El sonido del vendaval al atravesar los arbustos creaba un aullido espeluznante, de otro mundo. Era una orquesta macabra interpretando una sinfonía tétrica, acompañada de un coro diabólico que los hacía ir y venir de un lado a otro, meciéndose de una forma fúnebre y sobrenatural…

      Era el preciso instante en que las fuerzas del mal; criaturas escalofriantes, despertaban y se filtraban a través de las tinieblas irrumpiendo en la tierra para dar rienda suelta a sus pavorosos deseos. Había llegado el momento en que los fantasmas escapan de sus sepulcros y escondites para acechar. Cuando los demonios se escabullen del averno deseosos de placer maléfico para regodearse de su concupiscencia, depravación y sadismo con el que amenazan apoderarse de las personas trayendo consigo el juramento de lo profano, maldito y despiadado.  Es la ocasión exacta en que todos los seres de pesadilla inimaginables se despiertan ávidos de presas para emboscar, aterrorizar y poseer. Ellos observan y aguardan. No hay lugar dónde esconderse y lo único que queda es huir, escapar a toda prisa. Correr hacia cualquier lado: alejarse, alejarse... Lo más urgente  e importante es apartarse de aquello que hace   secar la garganta, erizar los vellos, pasmar la piel y temblar de pavor. Es el espanto que causa lo desconocido y acelera la respiración; agita el corazón, pone el alma en vilo causando un sudor frío que aflora en el cuerpo ante la presencia de lo inesperado y sobrenatural, de la inminencia del peligro.  De eso que no se puede ver ni tocar pero se sabe que existe y que está allí. Es el pánico que trae la noche cuando se tiene la certidumbre de que es la puerta de entrada para que arriben esas entidades encargadas de hacer la vida miserable a su víctima. Pero lo más terrible es no saber qué hacer ni a quién acudir para pedir ayuda; ni hacia dónde dirigirse, ni dónde ocultarse. Porque el pobre ser escogido por esos hijos del horror, tiene la convicción de que lo encontrarán, atraparán y le harán cosas inenarrables que van más allá de la angustia; del sufrimiento y de la muerte.  Lo único que desea es marcharse de allí sin mirar atrás. No quiere ver qué espanto es el que le persigue; ni en qué lugar, ni cómo lo atrapará, ni por dónde vendrá el primer golpe…


      El niño se encontraba solo en medio del bosque, era un lugar del cual no recordaba haber estado pero sin embargo lo reconocía; le era familiar y sabía por dónde debía ir.  Tenía puesto unos pijamas de color azul y calzaba unas sandalias de color blanco. Su cabello castaño oscuro se movía agitado por el viento y sus ojos del mismo color intentaban atravesar las tinieblas que tenía alrededor. Miraba sorprendido y confundido el sitio donde se encontraba tratando de entender cómo había llegado allí, y buscaba la forma de regresar a su hogar. Por unos instantes permaneció inmóvil y estremecido ante el espectáculo de la pavorosa soledad que lo rodeaba.  Luego empezó a caminar entre los arbustos, mientras una ligera bruma cubría el lugar de forma progresiva, acentuando lo tétrico de la situación. Haciéndola aún más misteriosa, fantasmal y… terrible.

      Prosiguió andando por un sendero que se abría entre la vegetación. De tanto en tanto volteaba la cabeza mirando hacia atrás, atemorizado por las sombras de la noche y con la terrible certeza de que algo estaba tras él siguiendo sus pasos, amenazándolo y esperando el momento oportuno para atacarle.    El aroma a pinos y humedad inundaba el entorno mientras la luz de la luna iluminaba a duras penas la senda en el medio de la niebla. Los chirridos de los grillos se oían intermitentemente a la par del chasquido de las ramas y las hojas chocando entre sí. Continúo avanzando tratando de hallar la ruta a casa, con la prisa que le permitía la pavorosa penumbra y el miedo que embargaba sus sentidos.  

      Sentía que su corazón latía con frenesí como la carrera de un galgo enloquecido. Presa del pánico aceleró la marcha mientras el viento aumentaba su fuerza, emitiendo un rugido diabólico al pasar entre el bosque. Era un pandemónium de sonidos donde miles de lamentos y voces adoloridas se confundían creando un ruido atroz, un silbido de ultratumba que calaba en lo más profundo de su alma. 

      Repentinamente el ventarrón cesó y el lugar quedó en calma. Había una quietud que nunca experimentó durante sus cortos años de vida. No se escuchaban más el chirrido de los insectos ni el aullar del viento. Era la ausencia total de todo tipo de ruidos en medio de la naturaleza que volvían el bosque sobrenatural y si era posible; más enloquecedor. Se trataba del abrumador sonido del silencio que acentuaba la horrenda realidad de su soledad. La neblina comenzó a despejarse lentamente y el niño detuvo su marcha.  Pudo percibir que existía algo; levantó sus ojos al cielo y asombrado constató que la luna se encontraba estática, al igual que las nubes. El baile siniestro de los árboles había concluido, así como el movimiento de las ramas y hojas estremecidas por la brisa. Todo se hallaba inmóvil, paralizado. Daba la impresión de que se encontrase dentro de una pintura y lo único con vida fuera él.
      Reanudó el camino. En aquel momento apenas podía escuchar sus pasos sobre la tierra y el follaje. Algunas veces el crujir de una rama bajo su peso o el sonido de sus sandalias al tropezar con alguna piedra. Sin embargo ahora sentía; intuía que había algo más. De nuevo se detuvo. En ese punto, pese a la quietud, tenía la seguridad de que no se hallaba solo.  Un estremecimiento atravesó su cuerpo de la cabeza a los pies y sintió como si mil alfileres se clavaran a su nuca desplazándose como una descarga eléctrica a través de su espalda. En esa siniestra quietud y escalofriante soledad un extraño ruido empezó a escucharse en la distancia. Giró en redondo tratando de atravesar la lobreguez con la mirada hacia el lugar desde donde provenía ese sonido pero su intento fue vano, ya que el barullo cesó. Otra vez emprendió la marcha al igual que el rumor de “eso” que lo venía persiguiendo: « ¿Es algo que se arrastra?—se preguntó— ¿quizás unos pasos o un murmullo? ¿Será acaso mi imaginación? ¿Un animal?...» no obstante, aún no podía distinguirlo con claridad.  Una vez más pausó su marcha y por tercera ocasión el susurro cesó. La macabra situación se había tornado en un juego avieso.  Tratando de sobreponerse al terror que lo embargaba, cogió una rama del piso y se volvió para hacer frente a eso que lo venía acosando.

      — ¿QUIÉN ESTÁ ALLÍ…? —gritó, tratando de darse valor…

      La completa ausencia de cualquier tipo de sonido o rasgo de vida fue la respuesta que obtuvo. Con ambas manos sujetaba con fuerza la rama que terminaba en punta como si fuese una espada lista para atacar y la dirigía hacia el lugar de donde creía que provenía ese rumor, que aún no reconocía.
     
      Estaba a punto de voltear para retomar la marcha, cuando en un instante proveniente de la oscuridad saltó algo que cayó pesadamente, a un par de metros de donde se encontraba y por fin pudo ver —para su pesar— aquello que le hizo abrir los ojos más de lo normal y  lo solidificó de pánico…
———ooo———
     
      Anthony Cordell cerró la regadera, abrió la puerta de vidrio transparente de la ducha y agarró una toalla con la cual empezó a secar su cuerpo con vigor. Hizo lo propio con los pies y luego se calzó las pantuflas parándose frente al espejo del baño. Limpió el cristal empañado por el vapor del agua caliente y contempló por unos instantes su reflejo desnudo meditando sobre la imagen que tenía frente a él, detallándola y tratando de reconocerla.

      Con cuarenta y cinco años de edad a cuestas podía apreciar que no era el mismo de antes. Recordaba la época cuando estaba en la universidad y su pasión era jugar al fútbol e ir a las fiestas con sus amigos. Fueron momentos felices en los que su única preocupación eran sus estudios. Gozaba de las reuniones con sus compañeros de clases los fines de semana, lo cual significaba noches de juerga y diversión. Lograr una nueva conquista y disfrutar esos momentos de placer; esos tiempos tan especiales que a veces los recordaba con nostalgia, aquella etapa en que su estado corporal era otro. Cuando tenía abundante cabellera, unos abdominales de acero y su cuerpo era duro como la roca. Pero luego de un poco más de veinte años, todo había cambiado. Trataba de encontrar al joven que fue en ese tiempo, pero era evidente ya no existía. Se  perdió en el camino que traza el tiempo en algún lugar… El hombre que tenía enfrente era alguien cansado. Pensaba en la ropa que usaba, el estado físico que poseía cuando la acumulación de grasa es casi inexistente. Cuando el alcohol, el exceso de comida, el sedentarismo y los años aún no han podido alcanzar. Ahora lucía una barriga algo prominente que se esforzaba en ocultar, sobre todo cuando yacía desvestido en el lecho con su esposa ya que no quería reconocer que el tiempo avanza de modo inexorable y la ley de la vida es envejecer. Los años de juventud que aún conservaba eran escasos y se le estaban yendo velozmente como la arena entre los dedos. Eso es algo que a todos sucede y le costaba aceptar.

      Miraba las bolsas que adornaban la base de sus ojos verdes como si quisieran sostenerlos para evitar que se desplomaran; y algunas arrugas ya se hacían evidentes en su rostro que denotaban la cercanía a su casi medio siglo de existencia. El paso del tiempo se acentuaba con más fuerza debido al color blanco de su piel. Su cabeza antes coronada con una abundante cabellera negra, era cosa del recuerdo; lucía una cabeza calva, brillante y a los lados un poco de cabello que mostraba con una gran cantidad de canas, que miraba con molestia y frustración.

      — ¡Me estoy poniendo viejo!— dijo — luego de lo cual, se vistió con un short y la camiseta que se hallaban colgadas en el perchero, cogió su cepillo dental, le colocó crema dentífrica y procedió a lavarse los dientes.  

      Fuera del baño en la habitación ubicada en el segundo piso de la casa, Rita estaba acostada en la cama con su camisón de dormir verde mirando televisión. No había ningún programa que llamara su atención. Sujetando el control remoto saltaba de canal en canal, hasta que por fin aburrida y abatida, decidió apagarlo.

      Observaba el techo meditando en lo que fue  su vida hasta hoy y todo el esfuerzo que ella y su esposo emplearon para poder tener descendencia sin conseguirlo. Ahora que tenía cuarenta y tres años de edad veía que era casi imposible lograrlo. Se daba cuenta que el tiempo se le agotaba. Su juventud se escapaba cada vez con más prisa y no podría coronar sus sueños de ser madre. De darle a su amado Anthony, su “Tony”, —como lo llamaba cariñosamente— la dicha de ser padre.

      Sentía que la vida había sido muy dura con ellos durante demasiado tiempo y que todo ello era más de lo que cualquier matrimonio podía soportar —y  todo ello estaba a punto de explotarle en el rostro—. Su esposo le había demostrado el gran amor que sentía por ella con creces, al igual que su invalorable apoyo a lo largo de los años por lo cual le estaba sumamente agradecida, pero ya notaba siento cansancio por parte de él. No sabía cuánto tiempo más podrían continuar así, hasta que optara por dejarla; lo amaba con el alma y no quería perderlo. Pero los sentimientos de frustración y rabia invadían su ser atormentándola e inundándola de tristeza. «Si cuando era más joven no pudimos tenerlo — pensó—   ahora menos lo vamos a lograr»…

      En ese momento se abrió la puerta del baño y Anthony se deslizó en la cama al lado de su esposa. Rita tenía el semblante dominado por la tristeza —hacía mucho tiempo que no podía sonreír—. Parecía que la alegría de vivir se hubiera escapado de su rostro invadido por la nostalgia y el desánimo; por la falta de esperanza y el desconsuelo de no lograr coronar aquello que deseaba con ansiedad y era lo que su vida necesitaba: su realización como mujer y como esposa. La felicidad en ese momento — y por supuesto la sonrisa a flor de labios—huyó para su desdicha.

      Anthony la miró percatándose de su estado de ánimo. Al contemplarla sentía que la culpa lo invadía ya que tenía que ausentarse por unos días, debido a su trabajo como supervisor de ventas de una de las principales empresas de equipos de computación de los Estados Unidos. Eso significaba viajar un par de veces al mes a través del país ausentándose de casa; eso lo preocupaba, pero era su trabajo desde hacía veintitrés años y no podía abandonarlo. Peor aún, con la recesión económica los empleos escaseaban y en verdad a él no le iba nada mal. «Si no fuera por estos viajes que debo hacer—pensó—todo estaría mejor. No me gusta dejarla en estas condiciones cuando se encuentra tan deprimida…» Hacía sus mayores esfuerzos para tratar de alegrarla, reconfortarla e infundirle esperanzas. Intentaron procrear desde el momento en que se casaron. Eso era lo que ambos ansiaban, lo que siempre quisieron. Pero la vida de un modo obstinado se negaba en concederles esa bendición y la situación se había agravado debido a todo el sufrimiento que venían arrastrando…

      —Mi amor por favor, no estés triste. —Dijo a su esposa sonriéndole para animarla —Debemos ser pacientes y tener esperanzas. Vas a ver que las cosas van a cambiar y por fin vamos a lograr…

      Rita no pudo aguantar más y empezó a llorar, mientras su esposo la abrazaba tratando de consolarla.

      — ¿Por qué? ¿Hasta cuándo? ¿Qué he hecho para merecer esto, Dios mío…?— dijo—tratando de descargar su fracaso y dolor en los brazos de su marido.

      —Por favor mi amor cálmate, — dijo Anthony —tranquilízate. Debe haber una solución. Sabes que debemos seguir intentándolo. Vas a ver que podemos conseguirlo, tienes que ser fuerte. No te desesperes mi amor; ten confianza, ten fe en que lo vamos a lograr…

      —Todo ha sido tan terrible, todas las cosas que han pasado. Mis padres, luego mi hermana y mi sobrina… No hemos podido tener un hijo. Tengo miedo Tony, tengo miedo de que te canses de mí. No sabría qué hacer sin ti. Sé que soy culpable de lo que está sucediendo…

      —No, mi corazón—respondió Anthony—no digas eso, no tienes culpa de nada. Las cosas de la vida son así; muchas veces carecen de lógica y solo ocurren porque sí. Eres el amor de mi vida, no lo dudes. Eres a quien siempre esperé y deseo estar contigo para siempre. Jamás pienses que me voy a separar de ti. ¡Te amo!... ¡Eres la mujer con la que soñé y quiero estar el resto de mi vida!

      Rita seguía llorando y dijo: —ni siquiera puedo ayudar a mi sobrino. Él ha sufrido tanto y no he sido capaz de poder cuidarlo, de ayudarle y darle el hogar que necesita. De darle el amor y la felicidad que se merece. Mi hermana no debe estar descansando en paz. ¡No puedo hacer nada bien!—exclamó reflejando su tristeza y ansiedad con las lágrimas que se deslizaban sobre sus mejillas. — ¡Oh Dios mío! ¡Por favor ayúdanos! ¡Ayúdanos!…

      —Cálmate mi amor, cálmate por favor— le respondió mientras la abrazaba y mecía suavemente acariciando su cabello, arrullándola…

———ooo———
     
      La espantosa cabeza calva era semejante a la de un cerdo enorme y feroz, coronada por dos cuernos de carnero que apuntaban hacia adelante. Ostentaba una gran frente de forma achatada que sobresalía toscamente debajo del cráneo, bajo ésta se podían apreciar los ojos sin párpados ni piel alguna alrededor: pequeños, amarillos, recónditos e infernales… Esos ojos — similares a dos abismos tenebrosos— miraban con tanta profundidad que podían atravesar el alma; transmitían un odio y una furia demencial. La nariz redonda como una trompa achatada tenía dos orificios de donde salían diminutos chorros de vapor verde. La boca…, el amplio hocico estaba plagado de dientes similares a los de un tiburón. En ambos extremos sobresalían los colmillos curvos, amarillentos y marrones de jabalí que llegaban a la altura de sus pómulos. Las extremidades delanteras hirsutas y alargadas, de color marrón y negro terminaban en pezuñas de toro sobre la hierba. El otro lado del cuerpo poseía un par de piernas humanas increíblemente musculosas; con venas inflamadas a punto de estallar en cualquier instante y remataban en unas temibles garras oscuras. En medio de aquellas extremidades colgaban dos voluminosos testículos arrugados que escoltaban a un ciclópeo pene cubierto de pelos, llagas y costras. Éste a su vez remataba con un glande en forma triangular como la cabeza de una serpiente. Aquel aberrante ser había perdido parte de la piel del poderoso torso y en algunos lugares de su anatomía se veían los músculos mortecinos y huesos amarillentos que brillaban de manera fantasmal con la luz de la luna. Coronaba el lomo una colonia de gusanos, alacranes y otros bichos rastreros y nauseabundos que se contorsionaban sin cesar cual macabra orgía parasitaria.  El hedor a descomposición, herrumbre e inmundicia que despedía era sumamente repulsivo. El aborto vomitado de lo más profundo y horrible de la oscuridad del averno estaba erguido sobre sus cuatro extremidades observando al niño en silencio, despidiendo esas exhalaciones verdes.

      La “cosa” repugnante y aterradora que el chiquillo tenía frente a sí, lo había hecho enmudecer. Se encontraba lívido de pavor ante esa visión apocalíptica. Aún se encontraba con las manos levantadas sujetando la rama apuntando en dirección a ese monstruo que sonrió y empezó a susurrar con una chillona voz:

      —Nos vemos de nuevo, pequeño bastardo. ¡Infeliz hijo de puta!— dijo el apocalíptico ser.
      El niño no podía controlarse. Todo su cuerpo estaba temblando presa del miedo cerval que sufría ante la presencia de esa tenebrosa entidad. De su entrepierna empezaron a descender algunas gotas amarillentas que caían sobre el césped a la vez que una gran cantidad de orina como una cascada tibia descendía con rapidez a través de sus piernas empapando su pantalón, mientras la bestia lo miraba con una maquiavélica sonrisa…

      — Pequeño inmundo: ¿Creías acaso que te ibas a escapar? ¿Pensaste por un momento que no volvería por ti?—continuó susurrando el endriago mientras una lengua negra larga plagada de úlceras y pestilente salía de su boca relamiendo placenteramente su hocico y rostro; siseando en el aire como si se tratase de una serpiente, estirándose y acercándose a la mejilla derecha del niño tratando de lamerlo. En tanto hacía esto, sus ojos brillaban con mayor intensidad con una mirada perversa, llena de malicia, cargada de atrocidad. Parecía que estuviera disfrutando el instante de alcanzar a su presa…

      — ¡NO!—gritó el chiquillo y estiró sus brazos con fuerza clavando la rama en el ojo izquierdo de la aparición y de inmediato emprendió la carrera, alejándose a toda prisa de esa monstruosidad.

      El esperpento con la rama clavada en el ojo, empezó a dar unos alaridos terroríficos, atronadores, que retumbaban en el silencio y la oscuridad en el bosque. Movía la formidable cabeza de un lado a otro con furia a una velocidad vertiginosa, tratando que la rama cayera al piso. Intentaba infructuosamente quitarse el tallo del ojo con sus asquerosas y pavorosas pezuñas; luego empezó a revolcarse en el suelo de dolor mientras mugía de una manera horrible.

      El niño corría a toda prisa a través de la vegetación sin mirar atrás. Escuchaba los bramidos que estremecían el lugar con un eco aterrador que viajaba por todos lados, dejando sentir aquellos sonidos de ultratumba…

      — ¡MALDITO HIJO DE PUTA! ¡VOY A DESPEDAZARTE! ¡TE VOY A DESPELLEJAR Y ME COMERÉ TUS ENTRAÑAS!...

      A medida que el chiquillo continuaba en su frenética carrera, los rugidos del monstruo se iban alejando hasta que se convirtieron en un murmullo y luego dejaron de oírse. El niño se internó por un angosto sendero rodeado de árboles hasta que no pudo proseguir; las piernas no le permitían avanzar ni un paso más.  El cansancio por el esfuerzo de la carrera para salvar su vida, lo había dejado sin aliento. Se sentó sobre la tierra húmeda tratando de recuperarse; mirando hacia atrás cerciorándose de que esa pavorosa criatura no lo viniera siguiendo y respiraba por la boca tratando de recobrar el aliento.

———ooo———
     
      Anthony continuaba abrazando a su esposa tratando de tranquilizarla y dándole el consuelo que necesitaba. La besaba con ternura en la cabeza y rostro mientras le acariciaba el cabello y la espalda.

      Rita a su vez se hallaba un poco más serena ya que las caricias y besos  de su esposo le producían un efecto balsámico. Tener a su pareja al lado era lo que le causaba bienestar y sosiego; sentir su apoyo y cariño la ayudaban a continuar y superar esos momentos de crisis en que el desánimo colmaba su ser. Luego de unos minutos de estar juntos abrazados, ésta levantó la cara mirando a su marido y le dijo:

       — ¡Por favor dame paz! ¡Necesito sentirte dentro de mí! ¡Quiero que me hagas el amor!—.
     
      Dicho esto, se despojó de la ropa de dormir quedando desnuda y se acostó boca abajo en la cama esperando que su esposo complaciera su deseo.

      Tony al igual que Rita se desvistió y empezó a besarle la nuca procediendo de forma pausada a descender viajando sobre su cuerpo. Rozándola sutilmente con los labios, mordisqueando y lamiendo de una manera sensual la espalda, pasando por los omóplatos, deslizándose paulatinamente por la zona lumbar mientras con sus manos acariciaba la cintura y nalgas  de su embelesada esposa.

      Rita por su parte alejando por unos instantes su tristeza, se dejaba llevar por el placer. Percibía que su cuerpo se estremecía de emoción al sentir el contacto amoroso y erótico de su marido.  Empezaba a relajarse y estiraba sus manos para tocar la virilidad enhiesta, quería sentir la rigidez de la masculinidad de su marido; además de la fuerza y protección que experimentaba al compartir ese momento tan íntimo y especial con la persona que amaba.

      Anthony saboreaba la piel de su esposa recorriendo con su lengua el canal que se formaba entre las nalgas y las mordía suavemente, mientras con una mano trataba de separarlas, con la otra por debajo, acariciaba la flor de la pasión de ésta.  Ella percibía que una oleada cálida y placentera se irradiaba por toda su humanidad. Sentía un cosquilleo en la entrepierna que llegaba como ondas eléctricas hasta el paladar mientras él hacía que separase los muslos para poderle proporcionar las ansiadas caricias.  La humedad de su cavidad y un gemido de placer fue la respuesta anhelada, además de la satisfacción de sentirse deseado y amado. Se colocó sobre sobre ella apoyado en sus brazos mientras deslizaba suavemente la prolongación de su deseo inflamado sobre la nuca; luego la espalda, los glúteos, las piernas y las plantas de ésta. Resbalando poco a poco su masculinidad cual pincel libidinoso sobre el lienzo femenino; y así unidos empezaron a dibujar una obra de arte de pasión, deseo y lujuria.

      Anthony cogió una de las almohadas y Rita instintivamente levantó sus muslos permitiendo que deslizara el cojín bajo su vientre, y así, quedar con el cuerpo dispuesto de modo que fuera más cómoda y placentera la penetración. Luego, volvió a colocarse sobre ella y comenzó a introducir su ariete con delicadeza, hundiéndose hasta el final, mientras su mujer temblaba de la emoción.

      En la mente de ambos no había nada más en ese instante. La unión perfecta, la comunión total de dos personas, de dos seres que se amaban se estaba realizando en aquel momento en que se necesitaban con tanta desesperación.  A pesar de los años y del paso del tiempo, aún sentían el placer y el bienestar de estar juntos, unidos en ese acto tan sublime e íntimo que es el hacer el amor; fundirse, convertirse en una sola persona. ¿Es que acaso puede haber un momento más perfecto? La alianza de los cuerpos y las almas, integrarse con la persona amada; alejarse de todo y amarse como si no hubiera nadie más sobre la tierra. Como si no existiese un mañana…

      Ambos se movían con fuerza disfrutando a plenitud. Rita se levantó sobre los brazos quedando apoyada sobre éstos a la vez que sus piernas continuaban dobladas sobre la cama; mientras su marido, sujetándola por las caderas, la penetraba con frenesí…

———ooo———

      Exhausto con una opresión en el pecho por el esfuerzo físico, el terror, la soledad y la certeza del desamparo; el niño empezó a llorar. El cuerpo le temblaba de un modo incontrolable mientras su rostro era mojado por las lágrimas y además estaba confundido. Antes de encontrarse con “eso” intuía el camino que debía tomar, creía que se hallaba en la senda que lo llevaría a casa, pero estaba desorientado. El pánico había invadido su mente y le impedía pensar con claridad, lo único que quería era salir de ese lugar y retornar a su hogar.

      Enjugó su rostro con la manga de la camisa del pijama y se puso de pie tratando de reconocer el lugar donde se había detenido, pero únicamente veía gigantescos y frondosos pinos a su alrededor; cientos de ellos como si formaran un círculo tratando de atraparlo. Sin casi notarlo, los árboles se deslizaban sobre el suelo desplazándose a través de la hierba verde oscura y se iban acercando…

      — ¡CORRE, BASTARDO! ¡CORRE LO MÁS RÁPIDO QUE PUEDAS QUE VOY POR TI!— Se escuchó la terrorífica y grave voz— ¡YA TE ALCANZO!..— Seguido de un pavoroso bufido.

      Encerrado entre los árboles, el niño miraba hacia todos lados buscando una salida; pero solo tenía alrededor una muralla de vegetación y podía oír los pasos de la “cosa” que se acercaban a la carrera. Empezó a retroceder caminando en dirección opuesta a esos horribles sonidos. Sin darse cuenta tropezó con una rama cayendo de espaldas entre la hierba y el lodo.

      Producto de la caída, se golpeó la parte posterior de la cabeza y rodó quedando con el rostro embarrado y cubierto de hojas perdiendo el sentido de orientación por unos segundos. Abrió los ojos experimentando un agudo dolor de cabeza. Mirando hacia arriba comprobó con terror cómo los árboles lo habían rodeado por completo y sus ramas se adelantaban como si fueran lanzas tratando de atravesarlo; las copas de los árboles formaron un amenazante y espeluznante círculo a su alrededor como una suerte de prisión sobrenatural. Observando sobre las ramas lo único que pudo distinguir fue el lánguido resplandor de uno de los bordes de la luna que iba desapareciendo como si fuera un eclipse. Trató con esfuerzo de incorporarse pero fue imposible. La monstruosa pata delantera izquierda de la bestia colocada sobre su pecho lo presionaba impidiéndole levantarse.  Aquella aberración lo había atrapado. El niño dominado por el pánico permaneció inmóvil, cerrando los ojos, petrificado por el horror y la pestilencia proveniente de ese ser…

      — ¡Llegó tu hora, pequeña mierda…!— susurró el monstruo. —Voy a tomarme mucho tiempo para joderte— le dijo al chiquillo.

      — ¡ABRE LOS OJOS! ¡ABRREEELOOOSSS…!— ordenó la entidad aullando lunáticamente.

      El niño abrió los ojos. Tenía la cara de la bestia apenas a unos centímetros de la suya. El ojo por donde entró la rama se encontraba obstruido, con el pedazo de vegetación aun clavado en éste de donde chorreaba un líquido espeso y amarillento que se escurría sobre el pómulo de aquella cosa. El otro ojo lo miraba con irracional furia, mientras de entre las piernas su enorme, infecto y horripilante sexo se erguía como un asta en ristre. Abrió el hocico mostrando amenazante las hileras de dientes putrefactos, afilados como navajas. El aliento y fetidez de “eso” se introducía por la nariz y boca de su víctima llenándolo por completo de inmundicia y provocándole unas terribles nauseas, apenas superadas por el sobrecogedor momento de pánico por el que estaba atravesando.

      La “criatura” abrió aún más el hocico, sacando su lengua mientras la saliva espesa y verde oscura caía sobre la cara del niño. Se dispuso a dar la primera dentellada para arrancar parte del rostro del paralizado infante. De imprevisto el suelo cedió y el chiquillo cayó en un hueco fusco y profundo; mientras aquella entidad permanecía al borde del hoyo mirando como éste iba hundiéndose en la oscuridad. El muchacho caía rodando y golpeándose mientras continuaba descendiendo en ese pozo sin fin.

      — ¡AAAAHHHGGG!— fue el angustioso y terrible grito que salió de su garganta— ¡AUXILIOOOO!...

———ooo———

      La pareja continuaba haciendo el amor alejados de todo, concentrados en dar y recibir placer. Tony se estremeció con violencia al sentir que las oleadas de goce comenzaban a ser más fuertes y urgentes, estaba a punto de descargar; mientras Rita vibraba por la excitación de haber alcanzado un par de veces el clímax. Unas últimas arremetidas y su esposo se dejó caer sobre ésta quedando así acostados. Tony besaba la espalda de su mujer, mientras ella comenzó a sentir una ligera modorra producto del encuentro amoroso. De manera inesperada se escuchó un terrible alarido y el sonido de algo que caía pesadamente.

      Ambos saltaron de un brinco de la cama. Rita se colocó lo más rápido que pudo el camisón de dormir, mientras Tony se puso el short y la camiseta nuevamente. De inmediato salieron corriendo de la habitación, llegaron al pasadizo y se dirigieron al otro dormitorio que se encontraba a izquierda de donde estaban.

      Rita giró la perilla de la puerta y entró a la recámara seguida por su esposo. Al ver el estado en que se hallaba la habitación, emitió un grito de asombro.

      — ¡DIOS! ¿Qué es esto?...

      La alcoba era un caos total. La cama se hallaba desarreglada con las almohadas y el colchón sobre el piso arrojado en varias direcciones. Las ventanas estaban abiertas de par en par y un viento helado soplaba mientras las cortinas blancas volaban hacia adentro sujetadas por los rieles adheridos a la pared. La lámpara, algunas pelotas y diversos adornos yacían dispersos en el piso. La mesita de noche había sido movida de su lugar en tanto que los juegos de video, así como los discos de películas y música, se encontraban de igual forma tirados sobre el suelo. Parecía que un vendaval hubiera pasado por ese lugar.

      — ¡Por todos los cielos!—exclamó Tony— ¿Qué pasó aquí?...

      Rita miraba perpleja a la vez que aterrorizada la habitación. Veía hacia todos lados y se sujetó del brazo de su esposo preguntando:

      — ¿Dónde está Francis?, ¿Qué ha pasado con él?

      Tony ingresó al guardarropa mientras Rita corrió hacia el baño a buscar al niño sin poder hallarlo.
      — ¡Por amor a Cristo!—exclamó desesperada— ¿Dónde estás Francis?, ¿Dónde estás hijo? —agregó mientras buscaba bajo la cama.

      Anthony se detuvo unos instantes observando el lugar y luego se acercó presuroso a la ventana, mirando fuera de la casa. La luna llena iluminaba el vecindario y se veían los faroles alumbrando la calle, al tiempo que las luces de las otras viviendas se encontraban apagadas. Luego dirigió la mirada hacia abajo en el primer piso. Por fin lo pudo ver.

      — ¡Allí está!—exclamó— ¡Francis está abajo en el suelo, sobre el jardín!

      Cogió a su esposa de la mano y bajaron presurosamente las escaleras hasta llegar a la planta baja. Luego corrieron hacia la puerta y salieron en dirección a donde se encontraba el niño. Cuando llegaron a éste, Rita sentía que las piernas le temblaban y casi no podía hablar por la impresión.

      Francis estaba boca arriba sobre el césped en el jardín. Había caído desde su ventana sobre un arbusto, rebotó y luego se precipitó sobre la hierba. Yacía con la ropa de dormir desgarrada y cubierta de hojas y tierra. La vegetación amortiguó la caída evitando una lesión de gravedad.

      — ¿Qué ha sucedido?—Pregunto Anthony— ¿Cómo te sientes? ¿Cómo llegaste aquí Francis?

      El muchacho, con un poco de dificultad se sentó sobre el césped y comenzó a llorar mientras Rita lo abrazaba asustada y le preguntó: — ¿Qué pasó mi amor?

      En el acto Anthony se levantó y regreso presuroso a la casa para llamar a emergencias.

      —Ha vuelto… Ha vuelto por mí­— susurró el niño al oído de Rita. Sin dejar de temblar…

      — ¿Qué es lo que dices Francis? ¿Quién ha vuelto?

      — ¡El monstruo que mató a Luisa y a mis padres!— fue la terrible respuesta de Francis— ¡ahora viene por mí!

      La mujer lo miró con tristeza y lo abrazó con más fuerza sin poder contener el llanto.

      —No mi príncipe, no es así. Nadie ha vuelto, ni nadie viene por ti. Estás a salvo Francis. Fue solo un sueño, una terrible pesadilla.

      Desde la puerta, Tony los observaba con preocupación y tristeza moviendo la cabeza y exhalando un suspiro en señal de resignación. Mientras su esposa sujetaba al niño y miraba a su esposo con un gesto de súplica.
     
      En ese momento se comenzó a oír la sirena de la ambulancia que iba acercándose en tanto algunos vecinos salían a la calle para ver lo que sucedía. Rita permaneció en el suelo sosteniendo entre sus brazos a su sobrino, a la vez que las luces rojas, azules y blancas indicaban la llegada del auxilio médico. Por su parte Anthony se aproximó a la calle haciendo señas al vehículo de urgencias indicándole donde se hallaba el herido.

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