Capítulo II de la novela: "El Visitante Maligno II" de Fernando Edmundo Sobenes Buitrón from Fernando Edmundo Sobenes Buitrón
(Para Móvil)
Fue un día atareado y un tanto
abrumador para Roberto Missarelli. Luego de su entrevista en el Vaticano, tuvo
que efectuar diversas gestiones relacionadas al trabajo que le habían
encomendado y que lo llevarían a viajar al lugar de los acontecimientos; es
decir, a ese sitio llamado “Lago Feliz” al otro lado del Atlántico. Lo que
había quedado claro luego de la conversación que sostuvo con el monseñor Bono
era que, lo más importante para la iglesia consistía en lavar su imagen; y
obtener el mayor provecho posible de esa terrible situación. Sabía que iba a recibir una gran presión por
parte del secretario papal con el propósito de terminar a la brevedad con la
presentación del informe, a fin de utilizar las muertes del exorcista y los
otros sacerdotes como una poderosa herramienta para impulsar la imagen de la
iglesia y de esta manera, dejar en el olvido todos aquellos escándalos y demás
que blandían los “anticristianos” para mancillarla y destruirla. Su experiencia
e intuición como policía y su conocimiento de las personas le indicaban que no
todo lo que sucedió estaba en el informe, y que el pen drive que recibió no lo ayudaría a esclarecer por completo
todas las dudas que tenía. Estaba convencido de que si el clero tenía que
protegerse de alguna turbia situación ocurrida en esa tragedia; no dudarían en
encubrirla y de ser necesario, tergiversar los hechos para utilizarlos a su
favor. El trabajo que tenía por delante era arduo y difícil. «Pero, ni
modo…—pensó—acepté esa responsabilidad y no puedo retractarme. La llevaré a
cabo de la mejor forma que sea posible…»
Cuando
llegó a su casa ya era de noche, estaba cansado y le dolía un poco la cabeza.
Observó que había varios vehículos estacionados frente a su casa lo cual le
hizo recordar la celebración que se llevaba a cabo en ese instante.
—«Oh, cielos. Me olvidé por
completo de la cena de Carla…»—pensó con remordimiento.
Apeándose del coche se aproximó
a una de las ventanas que daban acceso al comedor, y cubriéndose tras un
arbusto del jardín para evitar ser visto permaneció en ese lugar desde donde
podía observar a su esposa Lucía, a su hija Carla y algunos invitados que compartían
y celebraban esa ocasión, sentados alrededor de la mesa.
Ese día era el cumpleaños de su
Carla quien ahora llegaba a los treinta y cinco años. Había vuelto a vivir con
sus padres desde que se divorció hacía un lustro. No tenía descendientes y
tampoco ganas de volver a casarse desde aquel día en que un acontecimiento dio
un giro inesperado a su vida, cambiándola para siempre, y que jamás podría
borrar de la memoria…
Le vino a la cabeza el día del
matrimonio de Carla. Cuán feliz y radiante se veía con su vestido de novia
blanco caminando de su brazo en la iglesia hacia el altar. A Roberto no le
agradaba mucho el novio que ella escogió. Siempre le había dicho a su esposa:
—Honestamente, Alfredo no me
agrada mucho; no lo veo sincero. Parece ocultar algo…
—Recuerda cariño que es la
felicidad de nuestra hija. —Fue el comentario de Lucía—Lo importante es lo que
ella siente. Sabes que nuestra función como padres es educar y enseñar a los
hijos para que aprendan a ser buenas personas. Para que cuando sean adultos
puedan tomar sus propias decisiones y tratar de ser felices. Pero eso implica
cometer errores y de allí es que aprendemos. Desafortunadamente nadie
experimenta en cabeza ajena; ya cumplimos con nuestra labor de enseñarle a
volar y darle las alas para hacerlo, ahora todo está en sus manos. Depende de
su inteligencia y tino para enfrentar las cosas. Nos guste o no, es su vida; es
su decisión. Lo que nos corresponde es respetarla y ayudarla. Ella eligió a
Alfredo y vamos a desearle lo mejor…
—Es verdad, tienes razón. Uno
como padre muchas veces trata de proteger tanto a sus hijos que en realidad les
hace daño. Es imposible encerrarlos en una burbuja que los aleje de todo lo
malo. Ojalá me equivoque sobre ese hombre y llene a nuestra hija de felicidad y
amor.
Lamentablemente sus
conocimientos sobre la gente, y su experiencia en tratar con diferentes tipos
de personas a lo largo de tantos años le dio la razón de una manera que no
hubiera querido para su amada hija. En muchas ocasiones las cosas no son lo que
parecen y la vida depara muchas sorpresas…
Aquel día Carla acordó almorzar
con sus padres en su hogar ya que Alfredo le dijo que no iría a casa al
mediodía, a causa de su trabajo. Tenía una reunión con unos clientes; una cuestión
de negocios importante y por lo tanto le indicó que no lo esperase. Era posible
que ésta se extendiera algo más de lo normal. A Carla no le gustó mucho la
idea, pero estaba acostumbrada a las reuniones de trabajo de su esposo ya que
últimamente se habían vuelto habituales. Sabía que eso era importante así que
fingió no darle mucho valor, para que su marido no se sintiera culpable. A
media mañana cuando Carla se hallaba haciendo las compras en el supermercado,
recibió por el teléfono móvil la llamada de sus padres para decirle que mejor
la invitaban a almorzar fuera y cambiar la rutina, a lo que aceptó encantada. Roberto y Lucía fueron a recogerla y luego se
dirigieron al restaurante Dal Toscano
en la Vía Germánico muy cerca de la
ciudad del Vaticano, ya que Roberto tenía que regresar al trabajo y Lucía se
encargaría de retornar a su hija a casa. Una vez que pasaron a buscarla cerca
al centro de la ciudad, tomaron rumbo al restaurante.
Carla se hallaba muy animada.
Estaba radiante con un vestido estampado blanco, con flores marrones y
amarillas que resaltaba en su piel trigueña, haciendo realzar su hermoso
cabello largo y castaño. Los ojos marrón
claro brillaban en su primoroso y atractivo rostro que resplandecía con una
linda sonrisa, demostrando que estaba en
verdad feliz.
—Hija; ¡qué linda estás
hoy!—dijo su madre—Te queda precioso ese vestido.
—Me haces recordar a tu madre
hace un tiempo atrás. Parecen hermanas—dijo Roberto —tienes su misma
encantadora sonrisa.
Carla se hallaba sentada en el
asiento de atrás del vehículo y se estiró para abrazar a sus padres.
—Hoy estoy feliz, Papá y mamá;
me siento llena de dicha.
Lucía con un gesto de sorpresa
miró a su hija, luego arqueó las cejas e hizo un ademán con la cabeza
preguntándole; ante lo cual con una sonrisa de oreja a oreja Carla asintió.
— ¡Qué bien hija! ¡Qué alegría
inmensa mi amor! felicitaciones mi niña bella. —dijo su madre volteando para
abrazarla.
Roberto frunció el ceño
extrañado por lo que sucedía entre ellas. No sabía ni entendía lo que
acontecía…
Ambas continuaban abrazándose y
Lucía no pudo contener las lágrimas de la emoción mientras besaba a su hija en
las mejillas.
—Bueno, veamos…—dijo Roberto—
¿de qué se trata todo esto? ¿Alguna de ustedes me puede explicar lo qué está
sucediendo?
—Ustedes los hombres—dijo Lucía,
secando sus lágrimas— ¿Es que acaso hay que explicarles todo?
—Sigo sin entender nada —dijo
Roberto.
Las mujeres comenzaron a reírse
a carcajadas.
—Dile a tu pobre padre—dijo
Lucía, en tono benevolente—está a punto de reventar de la curiosidad…
—Papá. ¿Aún no te has
percatado?... ¡Vas a ser abuelo!
Roberto se tornó rojo de la
vergüenza y dándose un pequeño golpe con la mano abierta en la frente exclamó:
— ¡Dios mío! ¡Cómo no me pude
haberlo notado! Perdóname hija. ¡Qué extraordinaria noticia! ¿Cómo te sientes?
¿Cuándo te enteraste? ¿Qué ha dicho tu esposo? ¿Estás tomando alguna vitamina?
¿Qué te ha dicho el médico? ¿Cuándo…?
—Cálmate Roberto—dijo su
esposa—tantas preguntas a la vez. Déjala que hable.
—No te preocupes papá, hoy me he
enterado de la noticia. Ayer me hicieron un análisis de sangre y en la mañana
me dieron el resultado. Tengo cuatro semanas de embarazo. Quería darle la
noticia a Alfredo, pero como hoy tuvo la reunión de trabajo no puede decírselo.
Tampoco quiero hacerlo por teléfono, así que esperaré hasta cuando nos veamos
por la noche en casa.
—Muy bien, mis felicitaciones
para ambos—dijo su madre—un matrimonio está completo cuando vienen los hijos.
Son una bendición de Dios.
Prosiguieron dirigiéndose hacia
el restaurante mientras ambas conversaban sobre el vestuario del bebé y si
sería varón o niña.
Roberto observaba complacido a
sus dos amores —como las llamaba—, enfrascadas en el advenimiento de un nuevo
miembro de la familia. ¡Eran tan parecidas!, ¡hasta en la forma de hablar!;
aunque Carla tenía la piel trigueña, los ojos pardos y el cabello castaño; al
contrario de su madre de piel blanca, ojos azules y cabello negro. Ambas
poseían las mismas facciones y gestos, e inclusive tenían una hendidura en el
mentón que las identificaba como familia. La joven era espigada y de formas
contorneadas y firmes, en tanto que su madre—con cincuenta y tres años de
edad—si bien aún se mantenía en forma, empezaba a mostrar los signos de su
edad… —« Lo único que Carla sacó de mí, fue el color de su piel…»—pensó
Roberto.
Sin querer, Roberto observó a lo
lejos uno de los moteles al que solía ir con su esposa cuando eran novios y no
pudo evitar comentar con picardía.
— ¿Te acuerdas de ese motel mi amor?
¡Qué momentos, no!—haciéndole un guiño a Lucía.
—Je, je, je, — río de buena gana
su esposa, sonrojándose—no me hagas avergonzar delante de nuestra hija.
— ¿Y por qué vas a
avergonzarte?—respondió Roberto—fueron unos momentos muy bellos los que vivimos
aquí. Además Carla es una adulta y sabe que nosotros nos amamos y ella es la
mejor prueba de nuestro amor.
—Claro mamá—intervino Carla—eso
no tiene nada de malo. De hecho, Alfredo y yo vinimos en varias ocasiones
cuando éramos novios.
Los esposos se miraron
sorprendidos mientras Carla abrió los ojos pensando: «Ay, creo que metí la pata…»
Los tres callaron por un
momento, pero luego estallaron a reír… En ese segundo, pasaron frente al motel
e instintivamente Roberto miró hacia el estacionamiento interior. Lo que vio
hizo que su risa se apagase pero continuó la marcha, disimulando. Transcurrió
un instante y escuchó lo que temía…
—Papá, por favor da la vuelta.
— ¿Qué pasa mi amor?—preguntó su
madre— ¿Has olvidado algo en casa?
—No, mamá. He visto algo y
quiero salir de dudas.
—Carla—intervino Roberto—se va a
hacer tarde para almorzar, creo que…
—No, papá—respondió su hija con
el rostro serio—sabes a qué me refiero, por favor regresa.
Roberto sin decir palabra alguna
procedió a dar la vuelta a su vehículo Audi plateado, retornando por la vía e
ingresando al estacionamiento del motel.
—Ahora la que no entiende nada
soy yo—dijo Lucía— ¿Me pueden decir que ocurre?
—He visto el automóvil de
Alfredo—respondió Carla— se supone que debería de estar en su oficina en una
reunión de negocios y no aquí.
—Pero hija ¿Estás segura que es
el carro de tu esposo?—preguntó su madre.
—Ahora lo voy a averiguar,
mamá—respondió la mujer denotando su
ansiedad.
Roberto condujo y se acercó al
vehículo en el aparcamiento, un Fiat, modelo Marea de color gris. Cuando Carla
constató el número de la matrícula su rostro instantáneamente empalidecido como
la nieve. Acto seguido descendió del automóvil y caminó hacia la recepción. Sus
padres hicieron lo propio tratando de detenerla.
—Carla, hija—dijo su madre— ¿a
dónde vas? Por favor, detente un segundo. No vayas a cometer una locura.
Pero Carla no escuchaba, sentía
que su rostro la abrasaba y su cabeza no le permitía pensar más allá de lo que
le dictaba su corazón…
La recepción del motel “La
Orquídea” no era grande, pero sí distinguida, con un mostrador de madera y un
tope de granito moteado de color beige. Del techo colgaba una lámpara en forma
de candelabro y alrededor de está, unas luces decorativas tipo led empotradas que proporcionaban una
excelente iluminación blanca al lugar.
Las paredes de color marfil se hallaban decoradas con cuadros de
paisajes, principalmente de la campiña italiana. El piso de granito verde con
amarillo brillante como un espejo, enaltecía la belleza del
establecimiento. Tras el mostrador se
hallaba el recepcionista, un hombre joven pelirrojo de mediana estatura,
delgado y de aspecto agradable quien al verlos entrar disfrazó su nerviosismo
con una mueca que trataba de ser una sonrisa. — «Otra vez problemas por
cuernos…»— pensó.
—Buenas tardes—dijo el
recepcionista—bienvenidos al motel “La Orquídea”. ¿En qué puedo ayudarlos?
Cerrando las manos y tratando de
contenerse, Carla tomó una honda respiración y dijo al recepcionista:
—Buenas tardes, necesito saber en qué habitación se encuentra
alojado el dueño del vehículo gris que está afuera.
—Disculpe señora—fue la
respuesta casi automática del empleado—esa información no se la puedo
proporcionar. Nuestros clientes no…
—Escúcheme—dijo Carla leyendo en
el gafete el nombre del encargado—. Renzo: ese vehículo es de mi esposo y por
ende es mío; quiero saber qué es lo que hace aquí. Por lo que a mí concierne,
debería de estar en el estacionamiento de su trabajo y es evidente que no es
así. Entonces; o alguien lo robó y lo dejó en este lugar o, mi marido lo
condujo aquí. En caso de ser lo primero tendría que llamar a la policía para
constatar que no ha sido robado. Si es lo segundo, significa que…
—Estimada señora—replicó el encargado—soy
nuevo en este trabajo, pero estoy consciente de que se han dado varios “casos”
como el suyo. Por lo que respecta al motel solo trata de dar satisfacción en
cuanto a la calidad y discreción a sus clientes sin inmiscuirse en sus asuntos
personales. Perdóneme una vez más pero
no puedo ayudarla, lo siento mucho.
Carla volteó a mirar a su padre
quien se acercó a la recepción. Roberto se dirigió al empleado, diciendo:
—Buenas tardes Renzo. Como usted
se ha percatado esta es una situación muy embarazosa. —Se introdujo la mano en
el bolsillo de la chaqueta y extrajo su identificación como director de la
policía de la ciudad, mostrándosela al encargado—Estaría muy agradecido si
contara con su ayuda y discreción.
Cuando el empleado observó la
identificación del hombre que tenía frente a él, sintió que se le secaba la
garganta mientras su faz adquiría tono más claro de lo normal. Miró con seriedad al policía y le dijo:
— Por favor señor no deseo
meterme en problemas. Tengo apenas seis meses trabajando aquí y no quisiera
perder mi trabajo. No tengo el nombre
del huésped, pero le puedo decir en qué habitación está. Es la 220, segundo
piso al final del corredor. Llegó acompañado de otra persona hace unos cuarenta
y cinco minutos.
— ¿Qué dice?—preguntó Carla—
¿Quiénes llegaron?
—Lo lamento señora, pero no
están registrados sus nombres. Normalmente las habitaciones se alquilan por
horas y… bueno de manera habitual no se requiere… —Respondió el encargado
titubeando—Este, bueno. Un señor… Eh…
Carla volteó y en lugar de
encaminarse hacia los ascensores, se dirigió enseguida hacia las escaleras.
Lucía trató de sujetarla de un brazo pero Carla continuó con prisa empezando a
subir los escalones, seguida por su madre.
—Renzo—dijo Roberto—Sabe que
están cometiendo una falta al no registrar a los huéspedes, pero ese no es el
problema. No quiero perjudicarlo, así que dígame quiénes están en esa
habitación.
—Llegaron dos hombres señor
director. —fue la respuesta del empleado.
—Dos hombres—repitió Roberto y
se detuvo reflexionando en lo que acababa de oír, entonces se dirigió una vez
más al encargado y preguntó— ¿tan solo ellos?
Renzo asintió…
—Pero — prosiguió Roberto—
¿Alguien los estaba esperando en la habitación?
—No señor. Solamente llegaron ambos caballeros…
— ¡CARLA, NO CORRAS!, ¡TEN
CUIDADO!—se oía la angustiada voz de Lucía.
Luego se escucharon unos pasos a la carrera y los gritos femeninos
destemplados:
— ¡MISERABLE!, ¡TRAIDOR!
¡PERVERTIDO!, ¡MARICA! ¡MARICA!—se podían distinguir las exclamaciones que
provenían desde el segundo piso y Roberto reconoció como la voz de su hija.
La impresión de escuchar los
histéricos gritos de Carla causó que Roberto tardara unos segundos en
reaccionar; luego fue a la carrera al lugar de donde provenían. Si en vez de
permanecer en el lobby hubiera subido con ambas, quizás las cosas se habrían
desarrollado de otra manera…
Después de subir por las
escaleras y llegar al segundo piso, Carla seguida por su madre, fueron por el
pasadizo abierto desde donde se divisaba en la planta baja el estacionamiento y
la entrada del motel. En ese momento un sujeto de unos treinta años, alto y
delgado, cubierto con una toalla azul en
la cintura que ocultaba la parte inferior de su cuerpo hasta los tobillos, venía
en dirección opuesta con una hielera en la mano. Al verlas venir, el hombre se hizo a un lado
permitiéndoles el paso, luego de lo cual continuó su camino rumbo a la máquina
expendedora de hielo que se hallaba al principio del corredor.
— ¡Hija por favor!—dijo Lucía—
¡No vayas a cometer una tontería! Recuerda el estado en que te encuentras, toma
las cosas con calma. Piensa bien lo que vas a hacer…
Pero Carla no respondía. En ese
instante todo lo que sucedía a su alrededor carecía de sentido. Con la mirada
fija y los labios apretados; se dirigía rápidamente hacia la habitación 220.
Cuarto: 214…, 215…, 216…, sentía que su corazón bombeaba la sangre con más
ímpetu que nunca, impulsándose con furia y tratando de escaparse de su pecho.
Parecía que quisiera salir por su boca, mientras le palpitaban las sienes y su
cabeza hervía como una olla a presión. Podía percibir que su cuerpo era una
bomba de tiempo a punto de estallar.
217… La ansiedad y la rabia iban incrementándose y se concentraba en los números de las habitaciones que iba
dejando a su paso. 218… «Esto no puede ser, Alfredo me dijo que tenía una
reunión en el trabajo. No iba a almorzar en casa por eso» —pensaba—, tratando
de hallar una explicación coherente a lo que estaba sucediendo. « No puede estar
engañándome, no es capaz de eso y nunca me ha mentido. Jamás haría algo así…»
No oía la voz de su madre quien, tras de ella, trataba de hacerla reaccionar.
219… Tenía la garganta seca y una ígnea
estaca clavada en su pecho la forzaba a respirar con profundidad y de modo
acelerado. 220…
Ambas se detuvieron frente a la
puerta. Carla permaneció mirando el número sin atinar a reaccionar hasta que
alzó sus manos a la altura del rostro y comprobó que se hallaban temblando al
igual que sus piernas, no podía controlarlas. La cabeza le dolía y apretaba los
dientes expresando una furia contenida por una desvencijada hebra de
cordura. Con la mano derecha intentó
golpear la puerta, pero al tocarla comprobó que se hallaba abierta. La empujo
con suavidad y entró seguida por su madre.
La habitación tenía un reducido
pasillo de un par de metros de longitud como una especie de antesala. Los rayos
del sol ingresaban por una de las ventanas con la persiana replegada iluminando
el lugar parcialmente. Al lado izquierdo de la entrada se hallaba el baño que
permanecía con la puerta entreabierta. El piso de alfombras azules tapizaba
toda la habitación. Desde la entrada se podía ver de perfil el televisor tipo
LCD pegado a la pared enfocado hacia la cama. Carla avanzó y por fin pudo
detallar donde estaba. En el techo había un gran espejo circular que apuntaba justo
hacia la parte inferior, de manera tal que los que estuvieran bajo éste
pudieran reflejarse apreciando con todo detalle cada una de sus acciones.
Sobre el piso yacían varias
prendas de vestir, entre esas pudo reconocer una corbata verde azul con puntos
negros que le había regalado a su esposo hacía unas semanas. Algunas prendas de
cama se hallaban de igual forma esparcidas sobre la alfombra. Al ver esto, las
piernas de la mujer empezaron a desobedecerle acompañando a sus manos y brazos
en un ligero entumecimiento unido a la sensación de millones de aguijones
atravesando su piel.
Se detuvo al pie del lecho y
pudo ver el cuerpo de un hombre desnudo. Yacía boca abajo con la cabeza mirando
hacia el lado opuesto del televisor. Carla observaba con atención a esa persona
y no le costó mucho reconocer esas familiares formas: la piel blanca y la
espalda ancha y atlética donde resaltaba el lunar marrón en el omóplato derecho
que identificaba a Alfredo, su esposo. Al mirar con detalle a su marido,
constató estupefacta que sobre su espalda, glúteos y parte de la sábana había
cierta humedad, una sustancia que no le fue difícil identificar; mientras en el
televisor se veía una película donde dos hombres desnudos: uno blanco y otro
negro se encontraban besándose a la vez que otro sujeto arrodillado sobre el
piso, les sostenía los miembros erectos y los lamía con fruición. Carla sintió
que las arcadas la inundaban forzándola a vomitar sobre el piso salpicando la
cama y parte de la humanidad de su marido…
Alfredo quien se encontraba
medio dormido, al escuchar el ruido en la habitación empezó a moverse en la
cama colocándose boca arriba para ver lo que sucedía.
— ¿Pero quién…? ¡Carla! ¿Qué…
haces aquí?..— dijo Alfredo— anonadado por la impresión de ver a su esposa y a
su suegra dentro de la habitación. Sentía que el alma quería abandonar su
cuerpo. Se hallaba conmocionado y avergonzado por la turbadora situación en la
que estaba.
En ese preciso momento, el
hombre con el que las mujeres se cruzaron en el pasillo entró a la habitación
trayendo la hielera consigo. Se acercó sorprendido de ver a ambas quienes no
salían de su asombro. Carla sostenida por su madre miraba al sujeto con el
recipiente en la mano y luego a su esposo en la cama. El recién llegado
comprendiendo lo que sucedía, dejó el envase sobre el suelo al lado de la
puerta; con premura, recogió sus cosas y metiéndose en el cuarto de baño,
procedió a cerrar la puerta.
Alfredo se incorporó de forma
inmediata y utilizando una sábana procedió a cubrir su desnudez. Mientras Carla
con el rostro encendido de furia, y el vestido empapado de su regurgitación
salió corriendo de la habitación mientras Lucía trataba de alcanzarla diciéndole:
— ¡CARLA, NO CORRAS!, ¡HIJA, TEN
CUIDADO…!
Alfredo, sujetándose con una
mano la sábana que lo cubría, se dirigió de igual manera tras su esposa. Pero
al salir se resbaló con el charco de los restos digestivos de ésta y tropezó
con la hielera causando su caída al piso golpeándose la rodilla, esparciendo el
hielo por la entrada y el corredor; pero de modo instantáneo se levantó y
continuó en su carrera a través del pasadizo llamando a su esposa:
— ¡Carla, por favor! ¡Espera Carla! ¡Déjame explicarte!…
Dejando atrás a su suegra, por
fin pudo alcanzar a su esposa al llegar al lobby del segundo piso. La sujetó de
un brazo mientras detrás venía Lucía, jadeando luego de haber corrido para
alcanzarlos.
—Carla, mi amor—dijo Alfredo,
haciendo que ésta volteara y le diera la cara—Por favor quisiera…
La mujer estaba convertida en
una verdadera fiera. Sus ojos se hallaban rojos por el llanto y de un tirón se
deshizo del agarre de su esposo. — ¡Nunca más te atrevas a tocarme! — Le dijo
susurrando mientras le temblaba el mentón— ¡Jamás te atrevas siquiera a
dirigirme la palabra!, no quiero saber más de ti en lo que me quede de
vida—agregó, en tanto su mirada despedía odio y repugnancia.
Esas palabras fueron para
Alfredo un terrible golpe, cual si estuviera sumergido en una piscina de agua
helada en medio de una noche invernal. Estaba abrumado y muy avergonzado. Jamás
había visto a su esposa tan alterada en los cinco años que tenían de casados.
Se hallaba impresionado por la reacción de ésta y no sabía qué hacer. Trato de
abrazarla diciendo—por favor, estás demasiado alterada y podrías…
Carla empujó con todas sus
fuerzas al hombre mientras retrocedía. Con el rostro desencajado empezó a
gritar fuera de sí: — ¡DESGRACIADO!, ¡MISERABLE TRAIDOR!, ¡PERVERTIDO!,
¡MARICA! ¡MARICA!— en tanto continuaba retrocediendo tratando de alejarse de su
esposo…
Todo fue muy rápido por lo que
Alfredo y Lucía no tuvieron tiempo de reaccionar. Carla, obnubilada por la ira,
retrocedió sin reparar que había llegado al borde de la escalera, luego vino la
pisada en falso y la pérdida del equilibrio. No pudo sujetarse del pasamano
produciéndose su caída en forma veloz y aparatosa. Lucía empujó a su yerno a un
lado tratando de llegar a la escalinata y solo pudo observar horrorizada e
impotente, cómo su hija se precipitaba sobre los peldaños hacia la planta baja
dando una vuelta de cabeza y golpeándose en diversas partes del cuerpo. Durante
la precipitación, la cartera se rompió esparciendo por el aire todo su
contenido sobre los escalones. El ruido del maquillaje, llaves y demás cosas
saliendo de ésta, se confundió con el sonido seco del cuerpo de la mujer cuando
finalizó su abrupto recorrido en la planta baja. Fue algo curioso, Carla no pronunció palabra
ni queja alguna durante su descenso y permanecía en el suelo inmóvil.
El primero en llegar a
socorrerla fue su padre quien la encontró tendida en el piso con los ojos
abiertos mirando hacia el techo. Luego llegó su madre seguida de Alfredo.
—Carla: ¿Cómo estás? ¿Puedes
oírme?—preguntó Roberto— ¿Te duele algo? ¿Te puedes levantar?
— ¡Virgen María!—exclamó
Lucía—Mirando a su hija quien había quedado con las piernas abiertas y el
vestido estampado subido hasta el ombligo. La parte inferior de las bragas se
hallaban teñidas de rojo empezando a brotar sangre de entre sus piernas. Estaba
sufriendo de una profusa hemorragia…
Apoyado en el árbol Roberto
meditaba con tristeza sobre la adversidad tan terrible que signó la vida de su
hija, cuando su matrimonio se desmoronó perdiendo a su esposo y a su hijo no
nacido. Aquellos instantes se agolpaban en su cabeza evocando cómo tuvo que
introducirla en el automóvil con su esposa, conteniendo las ganas de matar a su
yerno y luego llevarla a la sala de emergencias donde comprobaron que producto
de la caída, Carla había sufrido la pérdida del bebé y además no podría volver
a concebir…
Esos recuerdos hicieron que las
lágrimas empezaran a aflorar en su rostro. «Mi Carla, mi pobre niña…»
—murmuraba— mientras pasaba su mano sobre el rostro enjugándolo. Una vez que
recibió la noticia de la pérdida que sufrió su hija y de su incapacidad para poder
concebir, salió de la habitación a buscar a su yerno con la intención de
asesinarlo. Lucía tuvo que rogarle, le imploró que no le hiciera nada; le hizo
ver que devastaría su carrera y a su familia. —En este momento, lo que interesa
es el bienestar de nuestra hija y tenemos que darle todo el apoyo—dijo Lucía—
Si matas a Alfredo, iras a la cárcel y eso nos destruiría. Ella te necesita y
yo también. Somos una familia y ese hombre no merece que nos arruinemos…
Roberto pudo arreglar que la
firma del divorcio se llevara a cabo sin tener la necesidad de que su hija
volviera a ver a su ahora exesposo… Todo
ello sucedió cinco años atrás…
La puerta de la casa se abrió y
apareció Lucía quien mirándolo con sorpresa dijo:
—Roberto; ¿Qué haces afuera?
¿Hace cuánto tiempo estás allí? —Y sin esperar repuesta prosiguió— Vamos. La
cena está servida. Te estamos esperando.
Recomponiéndose, el hombre
esbozó una sonrisa y acercándose a ella la abrazó y la besó en la frente
diciendo:
—Hola mi amor. Vamos adentro, no
hagamos esperar a nuestra hija y a los invitados.
Lucía miró el semblante de su
marido y comprendió que algo le sucedía, pero no dijo nada. Le tomó de la mano
y lo guio dentro de la casa…
———ooo———
Tres años antes…
Rita Cordell se encontraba
almorzando en casa con su esposo, guardando luto por el reciente deceso de su
madre Susan Perkins cuando sonó el teléfono y recibió esa terrible llamada que
la sumió aún más en la desdicha. Parecía que la vida se estuviese cebando con
su desgracia…
— ¿Aló?, ¿buenas tardes?—preguntó
Rita.
—Buenas tardes—habló la voz
varonil al otro lado de la línea— ¿Me podría decir si estoy comunicado con la
señora Rita Cordell, por favor?
—Ella habla—contestó.
—Señora Cordell, soy Rod Green,
alcalde de Lago Feliz.
Al escuchar las palabras: Lago
Feliz, Rita tuvo la sensación de que su estómago estaba inundado de mariposas y
sus piernas comenzaron a flaquear. Sintió un cosquilleo que empezó en sus
talones, subió por las pantorrillas, llegando hasta sus muslos desbalanceándola
y amenazando con hacerla caer. Hacía apenas más de una semana, que su madre
había fallecido en ese lugar producto de un problema cardíaco. Tenía viva la
imagen en su mente cuando acarició el rostro frío como el hielo al lívido
cadáver de Susan, quien yacía con un vestido beige dentro del ataúd de satén
blanco. Después de besar su frente y justo antes de cerrar la puerta del
féretro pudo observar que los encargados de vestir el cuerpo, le colocaron un
pañuelo marrón levemente arrugado que cubría parte del cuello y el nacimiento
de los senos. Con delicadeza empezó a estirar la tela intentando quitarle las
arrugas, por eso introdujo los dedos bajo el escote del vestido hasta que las
yemas tropezaron con algo áspero y rugoso. Sin que nadie pudiera verla, levanto
un poco la parte superior de la prenda de vestir y comprobó horrorizada la
horrible línea de la costura en la piel que le hicieron a su madre luego de
practicarle la necropsia. La sutura efectuada de forma tosca había dejado
pliegues de piel aglutinados como si fuesen una cadena de carne, con algunas partes
de tejido interno sobresaliendo que subían desde el vientre hasta el esternón y
se dividían en forma de “T”. Un sentimiento de rabia y amargura la invadió en
ese instante al ver la forma en que
trataron el cuerpo. Hubiera querido gritar su rabia y dolor a los cuatro
vientos, pero pudo más la tristeza que la subyugó por completo. Con resignación
procedió a cerrar el sarcófago mientras su hermana Ann sollozaba inconsolable.
De igual forma quedó conmovida al ver que muchas personas del lugar asistieron
a darles el último adiós a su madre y a ese bebé Thomas quien murió ahorcado en
su cuna. Susan había sido una persona muy apreciada en ese lugar y el luto por
su pérdida estaba a flor de piel...
— ¿Qué se le ofrece?—preguntó
Rita.
—Eh, bueno… señora Cordell.
Estoy consciente del momento de dolor por el que viene atravesando debido a la
lamentable pérdida de su madre, nuestra querida y extrañada Susan.
—Si alcalde, ha sido terrible lo
que le sucedió a mi madre. Es muy difícil aceptar que ya no esté conmigo.
—Así es señora y disculpe la
pregunta, ¿me podría decir si está en estos momentos en compañía de su esposo o
de alguna otra persona?
Rita se mantuvo callada
pensando: « ¿qué sucede?, ¿por qué quiere saber si estoy acompañada?..., ¿Quizás
es algo acerca de mi madre?... Dios mío ¿Qué otra cosa puede ser más dura que
haberla perdido?...»
—Señora Cordell. ¿Está allí?
Rita hizo señas a su esposo para
que se acercara, a lo que Anthony se aproximó a su lado, intrigado.
—Sí, alcalde. Sigo en línea y
estoy acompañada de mi esposo. ¿Qué desea decirme?
El alcalde titubeó y por un
instante la línea telefónica permaneció en silencio, mientras Rita cerraba los
ojos tratando de serenarse, luego vino el dolor como un torrente gélido y
terrible que la sacudió hasta lo más profundo de su ser…
—Lamento sobremanera ser el
portador de tan devastadora noticia señora Rita. Se ha producido otra
lamentable tragedia en nuestro pueblo y por desgracia la vuelve a tocar. Tengo
el triste deber de comunicarle que su hermana: la señora Ann Perrys, y el señor
Will Perrys han fallecido. De igual manera la hija de ambos, Luisa. En verdad
lo siento. Es necesario que venga a hacer el reconocimiento de los cadáveres.
De igual forma debo decirle que su sobrino Francis Perrys se encuentra en el
hospital siendo atendido por los…
Rita no pudo seguir escuchando.
La congoja y desesperación la habían inundado por completo superando con creces
lo que podía soportar. Tuvo la sensación de que las luces se apagaron y comenzó
a ver unos puntos blancos, todo giraba velozmente a su alrededor mientras
sentía que su alma se fragmentaba en mil pedazos; el cuerpo no le respondía y
se desplomó en los brazos de su esposo, desmayada por la impresión de lo que
terminaba de oír…
Durante el vuelo desde New York
a Orlando, Rita permaneció durmiendo. Los tranquilizantes que venía tomando desde
la muerte de su madre surtieron efecto y ahora se dirigía junto a su esposo a
reconocer los cuerpos de sus familiares y recoger a su sobrino, quien por
milagro escapó de la masacre. Anthony la abrazaba conmovido y muy triste por
todo lo que estaba soportando su amada esposa. El alcalde le había comunicado
la forma tan aciaga y terrible como fallecieron Ann y Luisa. Will Perrys bajo los efectos de
las drogas ahogó a su hija en la bañera. Golpeó y mutiló de forma salvaje a su
esposa abandonándola en el sótano de la casa; las ratas atacaron el cuerpo
devorándolo y destrozándolo. Will además atacó a un oficial de la policía con
un objeto cortante asesinándolo. Al resistirse al arresto, a las autoridades
locales no les quedó otro remedio que dispararle, ocasionándole la muerte.
Anthony conocía a Will por referencias
hasta el día en que tuvo la oportunidad de conversar con él durante el sepelio
de Susan. Sabía por información de Rita que era un abogado exitoso, buen esposo
y un excelente padre de familia. Le era difícil creer que hubiera sido capaz de
cometer aquellos crímenes tan perversos, alterado debido al consumo de cocaína,
metanfetaminas u otra sustancia alucinógena. —El forense no descarta el uso de
un tipo de droga llamada “sales de baño” * debido a que en el
cuerpo de Ann se descubrieron aparte de las mordeduras de los roedores, huellas
de dientes humanos, además hay que considerar la forma en que tuvo que ser
abatido…— Le comentó el alcalde— Luego estaba el caso de Francis, quien tuvo
que esconderse para evitar ser asesinado por su padre. El niño fue hallado
desnudo y víctima de una terrible crisis nerviosa causándole un trauma
psicológico y ahora se hallaba internado en el hospital, siendo medicado con
calmantes.
*Sales de baño: Esta droga alucinógena no se hace a
partir de las sales de baño comunes, aunque el nombre haga referencia a las que
se usan en la tina.
Es un nuevo tipo de droga LSD que
convierte a las personas en brutales monstruos con una fuerza descomunal.
Contiene la mephedrona, la metylona y metilendioxipirovalerona (MDPV), una
droga alucinógena que tiene un aspecto y efectos similares a los de la cocaína
sintética. Además de darle al consumidor una fuerza descomunal, le acelera su
ritmo cardiaco, aumenta la presión sanguínea y produce un calor interno
potente, que trae como consecuencia que las personas se desnuden.
Esta droga tiene un efecto adicional, y
es que suprime el dolor en quienes la consumen, lo que ayuda a que no
reaccionen a la violencia física o las advertencias de otros de usar la fuerza
o incluso cuando han recibido disparos.
En el mercado son conocidas como paloma
roja, púrpura, onda lunar, marfil puro, ola de marfil, cielo de vainilla,
bendición o relámpago blanco. Se puede
consumir de forma inhalada o inyectada. Otro aspecto que tiene preocupada a las
autoridades es que es una droga relativamente barata (Fuente: Wikipedia)
El niño casi no comía y lo único
que hacía cuando estaba despierto era llorar y llamar a sus padres…
—«Oh, cariño, pobre amor mío;
que terrible es lo que estás viviendo. Ojalá tuviera el poder de hacer que
cambiaran las cosas para que no tuvieras que sufrir toda esta
desdicha…»—pensaba Anthony— contemplando a su esposa y acariciándole el cabello
mientras dormía apoyada en su hombro.
En el recorrido de camino al
instituto de medicina forense, Anthony tuvo que contarle a su esposa sobre la
forma en que sucedieron las muertes; tratando de prepararla a lo que tendría
que enfrentar: El estado en que se encontraban los cadáveres cuando hiciera la
identificación de sus familiares e inclusive el del autor de los homicidios,
debido a que las autoridades no pudieron encontrar a pariente alguno del
difunto Will Perrys que no fuese su cuñada…
Cuando llegaron a la morgue del
condado, Rita se sostenía del brazo de su esposo. Tenía unos lentes oscuros que
cubrían las profundas ojeras y la hinchazón de sus ojos. Se encontraba en
silencio y ahora, no lloraba. Ambos pasaron a una habitación pequeña de color
blanco en compañía del médico patólogo de turno y de una mujer policía. En el
medio se hallaban unos asientos de cuero color negro y frente a éstos, en la
parte superior con unos soportes
metálicos unidos al techo, estaba un amplio televisor. Debajo del aparato había
una ventana que abarcaba el ancho de la pared la cual estaba cubierta desde la
parte interior por unas cortinas de color marrón. En el techo una lámpara con
cuatro hileras de tubos fluorescentes iluminaba el recinto a plenitud. La
oficial de policía invitó a tomar asiento a la pareja, pero éstos prefirieron
permanecer de pie. Rita no podía controlar su ansiedad, no sabía con lo que se
iba a encontrar; pensaba que estaba preparada para ello pero no era así. Las
manos le sudaban y su cuerpo temblaba como una hoja sacudida por el viento. En
ese momento quería gritar, deseaba abandonar ese lugar como fuera posible.
Hubiera querido salir a la carrera y escapar a la realidad, como si huyendo de
esas cuatro paredes se fuera a despertar de un macabro sueño.
Se asió con más fuerza al brazo
de su esposo pensando: « Puedes hacerlo, tienes que hacerlo…»
—Señora Cordell—dijo el patólogo
forense— ¿Está en condiciones de realizar la identificación de los cuerpos?
Rita se despojó de los lentes y
tomó aire, tratando de calmarse. De darse el valor suficiente para poder
afrontar la demoledora realidad que le golpeaba la vida de manera
inmisericorde— una vez más — similar a la fuerza de un tren de carga sin frenos
que le arrollaba el espíritu…
—Si—respondió.
—Está bien—contestó el médico y
dirigió la mirada a la policía. Ésta a su vez accionó el control remoto
encendiendo el aparato televisivo.
Lo primero que apareció en la
imagen fue una sábana de color celeste que cubría un bulto y por su forma hacía
suponer que debajo había una cabeza humana.
Luego una mano protegida por un guante blanco de látex agarró el borde
superior de la cubierta y procedió a develar lo que se encontraba oculto por la
tela.
El rostro de la niña estaba con
los ojos cerrados, con la nariz levemente doblada hacia la derecha y los labios
juntos descoloridos y secos. La frente cubierta en parte por el cabello castaño
claro, desordenado y opaco, mostraba una herida abierta con ribetes morados y
rojos de unos tres centímetros al lado derecho que permitía ver parte del
cráneo… El rostro en general se revelaba como una máscara lívida e inerte.
Parecía que se tratara de una muñeca, de un juguete, en lugar del ser humano
que yacía sobre la camilla.
Rita apretó la mano de su
esposo, buscando la fuerza que necesitaba para asimilar aquel horrendo golpe.
—Señora Cordell—Preguntó el
forense— ¿Reconoce a la persona que se encuentra en la imagen?
—Sí, es mi sobrina Luisa Perrys.
La mujer policía accionó
nuevamente el interruptor y despareció la imagen del monitor. Pasaron unos
segundos y emergió una nueva figura. Una vez más la mano enguantada descubrió
el rostro que se hallaba bajo la sábana.
Al ver la nueva faz en la
pantalla el cuerpo de Rita empezó a temblar levemente, impresionada y a la vez
furiosa. Anthony la sostuvo temiendo que su esposa se desplomase, pero ésta
trago saliva e inhaló con fuerza, detallando el rostro del cadáver que tenía al
frente. El lívido semblante tenía el ojo derecho cerrado mientras el izquierdo
un poco abierto dejaba ver la esclerótica blanca, cual si fuera una agónica y
torva mirada dándole un aspecto siniestro. Los labios estaban ligeramente
separados en un rictus de dolor. El cabello se hallaba por completo hacia
atrás… A Rita no le tomó demasiado trabajo reconocer que era su cuñado Will. Por
un momento la tristeza había abandonado su rostro y ahora, se tornó rojo
llenándose de furia. El labio inferior le temblaba y sus ojos se abrieron aún
más al ver al autor de la desgracia que estaba enfrentando.
—Él es Will Perrys—dijo y agregó: — ¡ojalá y te pudras en el infierno,
maldito!
Por segunda ocasión la pantalla
del televisor quedo a oscuras y el forense se dirigió a la mujer:
—Señora, ahora se le va a
presentar el rostro de quien se supone es su hermana, la señora Ann Perrys.
Quiero aclararle que el estado del cadáver es bastante lamentable. No habría
problema en que no hiciera el reconocimiento ya que su esposo podría tomar su
lugar y usted solo tendría que firmar el formulario de
identificación—dirigiendo la mirada a la mujer policía, quien asintió con la
cabeza—no quisiera hacerla sufrir más teniendo que llevarse en su mente la
imagen de la señora Ann en las condiciones que se encuentra. Es algo que le
costará olvidar y lo mejor sería evitarlo…
Rita tuvo que sentarse, sentía
que se ahogaba y respiraba rápidamente. Anthony aún de pie, permanecía en
silencio impresionado luego de ver los rostros sin vida de Luisa y Will. «Esto
es demasiado para Rita, sería lo mejor que me dejara hacer el reconocimiento
final y terminar con esta tragedia…» —pensó.
—No—dijo Rita—Es mi hermana. Es
mi obligación hacerlo, quiero verla.
—Por favor Rita—dijo Anthony
sentándose a su lado—no es necesario que lo hagas. Me puedo encargar de esto.
Si deseas, puedes salir un momento, ya es suficiente. Has soportado demasiado.
No quiero que te vaya a suceder algo…
—Gracias —contestó Rita—pero no,
es mi deber. Me cuesta aún creer que Ann esté muerta, me niego a creerlo.
Siento que todo esto es una pesadilla y que en algún momento voy a despertar y
mi madre estará con vida, Luisa estará feliz al lado de sus padres. No, tengo
que cerciorarme. Lo único que pido es tu apoyo, eso es todo.
Anthony abrazó a su esposa,
mientras ésta asentía a la mujer policía quien, presionó otra vez el control
remoto. La fortaleza de Rita ante la visión que tenía al frente se vino abajo
por completo. En silencio las lágrimas abandonaban sus ojos bañando sus
mejillas de tristeza y dolor.
El rostro una vez hermoso de Ann
Perrys, era ahora un vago recuerdo que solo un familiar tan cercano como su
hermana podía reconocer. Del abundante cabello castaño, permanecían en su lugar
algunos mechones adheridos a lo que quedaba del cuero cabelludo, cual si fuera una
muñeca a la que con rabia le arrancaron los pelos. Dos cavernas con trozos de
tejidos marrones y morados ocupaban el lugar correspondiente a los ojos. La
nariz había desaparecido cediendo su lugar a un orificio en forma triangular
que permitía ver los diversos huesos del interior del cráneo. Carecía de orejas
y labios e inclusive parte de las encías al igual que algunos dientes. Un trozo
de piel cubría la quijada carcomida mientras el cuello, desecho por las
mordidas, dejaba ver parte de la tráquea.
Pese al estado tan lamentable
del cuerpo, Rita pudo identificar a su hermana. Levantándose del asiento se
dirigió hacia el televisor estirando los brazos y tocó la pantalla con las
palmas. Intentando acariciar el rostro de Ann y empezó a sollozar diciendo:
—Ann, mi Annie. ¿Por qué sucedió
esto Dios mío? Mi pobre hermana...
Anthony abrazó a su esposa y luego salieron de la sala de
reconocimiento. Después tomaron rumbo hacia el hospital donde se encontraba su
sobrino Francis, quien había podido escapar del horror y la locura de aquel día
infernal…
———ooo———
Rita lloraba sin decir nada sintiendo
que una parte de su corazón había muerto. Caminaba sostenida por su esposo
cuando llegaron a la habitación del hospital.
Asomándose por la ventana pudo ver al niño sentado en la cama, con la
espalda apoyada sobre unas almohadas mirando la televisión mientras una doctora
lo revisaba utilizando un estetoscopio. Al lado de la cabecera de la cama,
había un sustentáculo metálico que sostenía los medicamentos y el suero que le
proporcionaban vía intravenosa.
Cuando Rita iba a entrar a la
habitación, su esposo la detuvo levemente al verla tan decaída y melancólica;
—amor—le dijo—sé que este momento es muy doloroso y triste. Estos sucesos tan
trágicos, son muy difíciles de afrontar y entiendo que son demoledores, pero te
pido que por favor pienses en Francis; cómo se sentirá ese pobre niño al saber
que sus padres nunca más van a estar con él. Si para ti que eres una adulta es
difícil, imagina cómo será para él. Debes de tratar de serenarte, tienes que
mostrarle fortaleza. Él tiene que percibir que tú eres quien lo va a ayudar y
le va a dar el cariño y comprensión que necesita. Por eso, tienes que ser
fuerte para él, esa es la manera de ayudarlo y yo estaré a tu lado para
apoyarte.
Rita miró a su esposo conmovida
por sus palabras. Veía en Anthony la entereza, entrega y comprensión que la
hacían amarlo. Su compañía reconfortaba su espíritu y sobre todo en estos
momentos de dolor, cuando más lo necesitaba, era la ayuda que requería para no
desfallecer…
—Oh, mi amor—respondió Rita—no
sabes cuánto te agradezco que estés a mi lado. Sin ti estaría pérdida. Gracias,
muchas gracias… Le dio un beso en los labios y luego de ello se dirigió hacia
la entrada de la habitación, mientras su esposo permanecía a unos pasos de
ésta…
En ese momento salió la doctora
y se dirigió a Rita: —Usted debe ser la señora Rita Cordell, tía de Francis ¿Es
así?
A lo que Rita respondió
asintiendo con la cabeza.
—Estoy al tanto de quién es
usted y lo que ha sucedido. Lo lamento mucho—continuó la especialista—Francis
ha sufrido un severo trauma emocional y su mente se ha cerrado a lo que
aconteció. Sabe que sus padres han fallecido pero no recuerda las
circunstancias ni cómo acaecieron los hechos. Necesita mucho apoyo, paciencia y
sobre todo amor… Poco a poco irá recordando y en ese momento podrá decirle lo
que sucedió en realidad…
— ¿Se recuperará?—preguntó Rita.
—Va a necesitar ayuda
profesional. En verdad no le puedo decir cómo reaccionará, pero estoy segura
que el tiempo lo ayudará a asimilar su pérdida. Pero su recuperación depende
principalmente del apoyo que ustedes le brinden.
—Quisiera verlo.
—Por supuesto señora, adelante
por favor, estaré afuera por si necesita algo.
Rita pudo comprobar que ese
momento, era el más difícil que había tenido que afrontar en su vida. Ni
siquiera el sepelio de su madre y el reconocimiento de los cuerpos que hacía
unos minutos tuvo el horrible deber de realizar se podían comparar a la sensación
de dolor, frustración y desconsuelo de enfrentar a un niño de casi once años
para comunicarle que nunca más vería a sus padres y hermana. Que toda su vida
como la conocía se había derrumbado para siempre. Que jamás sus padres lo
volverían a llevar a la escuela o al cine, ni de vacaciones ni a ningún lado.
Ni recibiría los besos y caricias de ellos. Ni podría volver a ver a su
hermana, ni jugar con ella. No, eso no sería posible de manera alguna; al menos
en esta vida. ¿Cómo explicarle la abominación cometida por su padre? ¿Cómo
decirle que ese hombre, quien lo
engendró y acompañó durante toda su corta existencia, fue en realidad un
monstruo, un adicto a las drogas, quien destruyó a su familia y le negó el
derecho a tener una vida feliz?
—«Dios mío—pensó—te lo ruego.
Ayúdame, ayúdame a encontrar las palabras para explicarle a Francis lo que ha
sucedido. Dame la fuerza para poder ser su apoyo y darle la felicidad que
necesita. Ayúdame por favor, señor…te lo suplico, ayúdame.»
Rita traspasó la entrada y pudo
apreciar que el rostro de su sobrino se mostraba demacrado y su cuerpo lucía
más delgado de lo que recordaba. Más frágil que cuando lo vio la última vez
—«solo hace unos días, en el entierro de su abuela; mi madre» —pensó. En el momento en que Francis vio a su tía
entrar en la habitación rompió en llanto mientras ella corrió a su lado
sosteniéndolo en sus brazos, conmovida por el dolor del niño.
—Estoy contigo hijo, estoy aquí
mi amor—dijo Rita—mientras un nudo en la garganta le hacía difícil hablar con
serenidad.
— ¿Dónde están mami y papi? ¿Y
mi hermana? ¿Dónde está Luisa?—preguntó el niño— ¿Dónde están tía?
Rita, tratando de sobreponerse,
le dijo a Francis:
—Mi amor, tus padres y tu
hermana están en el cielo. Dios se los llevó. Ahora te vas a quedar conmigo. Yo
te cuidaré hijo y nunca te abandonaré. Siempre estaremos juntos…
Francis empezó a temblar
mientras las lágrimas emergían sin cesar, emitiendo un gemido doloroso y
desgarrador:
—No, tía Rita… No, tía…—repetía
desconsolado— ¿Dónde están? Por favor, dime dónde están. Quiero a mi mamá,
quiero a mi papá y a mi hermana. ¿Dónde están tía?
Rita continuaba abrazando al
niño acariciándolo en el cabello y el rostro. Tratando de hacerle mitigar ese
momento tan desolador en el que se encontraban.
—Están con Dios, Francis. Dios
se los llevó. Ahora ya no sufren más —hablaba tratando de convencerse. Tratando
de buscar una explicación divina a esa tragedia tan demoledora y sin sentido
que los había castigado de esa manera tan salvaje y cruel. —Ellos están en el
cielo…—agregó.
— ¡Quiero morir!—fueron las
palabras que salieron de la boca del niño y paralizaron de terror a la mujer—
¡quiero morir para estar con ellos! No quiero seguir aquí, quiero estar en el
cielo con ellos. ¡Quiero morir!…
—Por favor, no digas eso. Tus
padres no quieren que mueras, tienes que recuperarte Francis. Tienes que vivir
y ser feliz, eso es lo que ellos desean al igual que tu hermana. Dios se los
llevó y…
El niño se separó de los brazos
de la mujer y empezó a gritar: — ¡ODIO A DIOS! ¡LO ODIO!, ¡LO ODIO…!
Rita lo estrechó contra su
pecho, le era imposible disimular el sufrimiento al ver el desconsuelo de
Francis. Ahora tenía la convicción de que no podía imaginar el dolor tan
inmenso que debía sentir el niño al percatarse que su mundo se había
derrumbado. Qué jamás volvería a tener el amor de sus progenitores ni de su
hermana. No sabía qué contestarle ni cómo hacer para mitigar su tribulación. «Si para mí, que soy una adulta
esto es terrible—recordó las palabras de su esposo—para un niño debe ser
devastador…». Anthony quien permanecía fuera de la habitación, al escuchar los
gritos del niño, entró y no pudo contener el llanto al ver el cuadro de dolor
que vivían su esposa y su sobrino. Se acercó a la cama se unió a ellos
abrazándolos…
——————oooooo——————
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