Hoy te presento el Capítulo III de mi novela: "El Visitante Maligno II".
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Muchas gracias por tu amable atención y espero que la disfrutes...
Capítulo III de la novela: "El Visitante maligno II" de Fernando Edmundo Sobenes Buitrón from Fernando Edmundo Sobenes Buitrón
Una vez terminada la cena y
luego de excusarse con su familia e invitados, Roberto Missarelli se dirigió al
estudio en la parte superior de su casa a prepararse para realizar la labor que
le encomendaron en la Santa Sede. Encendió su computadora y conectó el pen drive que recibiera de manos del
arzobispo Bono empezando a revisar su contenido. En éste había una serie de
archivos con fotografías, documentos y videos sobre la vida del exorcista. En
una de esas imágenes Rivetti aparecía mucho más joven y delgado; haciendo
difícil creer que aquella cabeza destrozada en la iglesia, le hubiera
pertenecido. No concebía cómo era posible esta clase de crimen tan execrable debido
al sadismo y dedicación especial como fue llevado a cabo—«Alguien se tomó mucho tiempo en descargar su furia
llevando la tortura y humillación de Rivetti a niveles inimaginables…»—pensó.
Recordando el vídeo de la
iglesia, trataba de entender si existía algún tipo de simbolismo, o mensaje por
la forma en que había sido ejecutado y dispuesto el cuerpo del cura. Quizás
alguna secta o agrupación diabólica estuviera tras esta muerte ya que; —pese a
contar con el informe forense sobre la autoría del crimen que recaía en Will
Perrys—le parecía difícil que hubiera obrado apenas un
homicida. Los destrozos de las imágenes, la tortura, la sodomía, el
desmembramiento, la decapitación y el decorado del templo con el cuerpo del
religioso sencillamente no se ajustaban al lapso de tiempo en que una sola persona
hubiera podido llevarlo a cabo: «es probable que Perrys no hubiese actuado
solo—pensó—podría haber contado con la complicidad de una o más personas de las
que no se tienen rastros. Pero también cabía la posibilidad de que algún grupo
radical, anticlerical, satanista u otro, hubieran ejecutado la masacre. Quizás
era alguna forma de sacrificio u ofrenda; una misa negra… o de repente hay algo
más profundo. ¿Venganza, acaso?». Sin embargo sabía que existía la factibilidad
de que una persona producto de una alteración mental o debido al consumo de
drogas, pudiera desarrollar una fuerza y conducta anormal que lo llevara a
cometer cualquier tipo de acción violenta e inclusive; un acto tan brutal, repugnante
y sacrílego como lo sucedido en ese pueblo de los Estados Unidos llamado: “Lago
Feliz”. « ¡Qué ironía! —Reflexionó— llamarse de esa manera un lugar donde ocurrieron
tales desgracias»
La coincidencia de las muertes
de los tres sacerdotes en la misma fecha, era demasiado inusual como para
pasarla por alto y —como era obvio—desligarlas entre sí. Mayor razón aún para
dudar que una sola persona hubiera tenido el don de la ubicuidad y pudiera
estar en ambos lugares al mismo tiempo. Apenas existía un escueto informe sobre
los clérigos Josh Miller y Richard Duncan que daban cuenta de su fallecimiento
debido al colapso de una cabaña en el muelle a orillas del lago de ese pueblo,
determinando que los decesos fueron de índole accidental. Luego el posterior
incendio había carbonizado sus cuerpos dejándolos irreconocibles. « ¿Pura
casualidad la muerte de Rivetti, Miller y Duncan el mismo día?—se preguntó—
¿Qué hacían ambos en esa cabaña en la noche? ¿Estaban buscando algo?..»
«Aquí hay algo muy extraño.
—Pensó—El monseñor Bono está mal informado o no me ha dicho todo lo que sabe…»
Necesitaba tener conocimiento
del informe forense de primera mano: las pruebas toxicológicas y todos los
exámenes que se hicieron al cadáver de Rivetti y de los otros dos sacerdotes.
De ser necesario, entrevistar al patólogo que estuvo a cargo de la autopsia e
inclusive a las personas que hallaron los cuerpos; ya que esto le ayudaría a
resolver algunas dudas que tenía sobre el caso. Sabía que era imposible llevar
a cabo la exhumación del cadáver debido a que el cuerpo fue cremado y sus
cenizas habían sido colocadas en el cementerio del Vaticano.
No obstante, contaba con el
informe oficial que identificaba al autor de los crímenes como Will Perrys y
sabía que debía empezar sobre ese hecho le gustara o no. «En el desarrollo de
la investigación espero poder llegar a la verdad…»—pensó.
De igual modo le llamaba la
atención la forma en que El Vaticano había manejado el caso y sobre todo la
demora en las averiguaciones. Un
principio elemental en investigaciones se le vino a la cabeza recordando al
criminalista francés Edmond Locard: “El tiempo que pasa es la verdad que huye…”
« Si tenían tanto interés en develar la verdad ¿por qué la tardanza?—pensó—
¿estaban esperando que en realidad el tiempo sanara las heridas como dijo el
secretario papal?» La manera en que el
clero había influenciado en las autoridades locales para enmascarar la
veracidad de los hechos tales como acaecieron, y dilatar o diluir las
averiguaciones le causaba suspicacia. Sabía por propia experiencia del poder de
La Iglesia para proteger sus intereses. Es más; fue testigo de excepción de
ello cuando querían resguardar a algún prelado importante y ocultar la
suciedad; sobre todo, en el asunto de abusos sexuales con menores. Pero en este
caso, un homicidio de esta magnitud y con alguien tan importante para el clero…
era algo muy confuso.
La información emanada de las
autoridades del lugar que recibió hacía algo más de veinticuatro horas—firmada
por la policía de Lago Feliz y por el comisionado de policía del estado Burt
Nielsen—, se referían casi en exclusiva a lo ocurrido con Piero Rivetti y
apenas una somera mención sobre el accidente que costó la vida a los otros
curas—«es extraño que el informe haya sido refrendado por una autoridad de ese
nivel—pensó—supongo que lo hizo debido a la importancia de su destinatario». En
éste le adjuntaron el video del hallazgo
del cadáver además de las conclusiones sobre la autoría de los hechos; en tanto
que los archivos de la memoria USB
que le entregó el arzobispo versaban de manera fundamental sobre el trabajo del
sacerdote a lo largo de los años como exorcista oficial, enviado por la iglesia
a diversas partes del mundo para realizar su labor de expulsión del demonio en
los casos de posesión diabólica reconocidos por ésta. En el documento ensalzaban
su labor y se hacía un recuento de los casos en que intervino. Se trataba casi en
exclusividad sobre la “obra y milagros” de Piero Rivetti. Un compendio de su
trabajo pastoral y sus publicaciones, además de condecoraciones diversas que
había recibido de la Iglesia a lo largo de su carrera. Del mismo modo, existían
numerosos videos de personas poseídas y del eclesiástico llevando a cabo el
ritual del exorcismo. El documento en realidad lo hacía ver como un dechado de
virtud y un ejemplo a seguir por las nuevas generaciones de sacerdotes. «Parece
que se estuvieran refiriendo a un santo» —pensó, mientras lo leía—…
…nuestra amada Madre Iglesia ve con profundo pesar cómo la mano
perversa del enemigo de Cristo y de los hombres; Satanás, en su terrible
iniquidad, tomó la espada del odio y la venganza dejándola caer en uno de sus
más connotados hijos: nuestro insustituible hermano Piero Rivetti ocasionando
su lamentable fallecimiento. Pero este sacrificio no fue en vano. Su oblación
ha sido una muestra del valor que tiene nuestra misión evangelizadora
rescatando las almas de las garras del mal. Con esta acción se ha puesto de
manifiesto el amor, vocación y entrega desinteresada de uno de los más
importantes caballeros de la cristiandad contemporánea. En honor a éste, Su Santidad ha dispuesto
tomar las acciones requeridas para efectuar los trámites de beatificación…
Pese a
ser católico, le costaba creer —como mostraba el documento—que Piero Rivetti
hubiese sido víctima de Lucifer. «Al menos en la forma en que lo mostraba la
Iglesia»—especuló—.
Intuía que en realidad la
intención de la Iglesia era la de crear un nuevo mártir, la figura de un nuevo
nombre que le hiciera publicidad. Nada más conveniente que demostrar de una vez
por todas que existía el demonio y por ende el infierno. Había mucha
información sobre exorcismos y posesiones. La Internet estaba plagada de vídeos
de las llamadas posesiones diabólicas; además existía una gran variedad de películas
y novelas al respecto que en verdad, lo único que demostraban era la falsedad
de tales “apoderamientos satánicos”, “enajenaciones del alma” o como quiera que
se le llamase. Por lo tanto con el caso
Rivetti, más de dos milenios de la existencia del catolicismo justificaba su
razón de ser. De un lado quedaban todos los desaciertos, abusos, excesos y
demás actos execrables cometidos por los integrantes de la Iglesia Católica en nombre de Dios que se suscitaron a lo largo
de la historia. ¿Qué mejor oportunidad para demostrar la autoridad, pertinencia
y vigencia de las enseñanzas bíblicas? ¿Cómo no creer entonces sobre lo
trascendental de la Iglesia de Cristo en el ser humano? Ahora por fin,
quedarían por el suelo las explicaciones científicas sobre posesiones
diabólicas. Nietzsche tendría que estar ardiendo en el infierno arrepentido por
todo lo que había escrito sobre ésta y el sacerdocio. Era una oportunidad
inigualable para poder expiar sus atrocidades y demás iniquidades. De una vez y
para siempre erradicarían el ateísmo y silenciarían a esas personas que
criticaban injustificadamente al clero. Pero esto iba mucho más lejos; colocarse
como la más importante, única y verdadera religión del mundo era una ocasión
que no se podía desaprovechar. Lograr la supremacía mundial inclusive sobre los
gobiernos, como la representación absoluta e inequívoca de Dios en la tierra.
He ahí la razón por la cual lo buscaron para llevar a cabo una investigación
que arrojara unos resultados en los que les permitiera basar esa premisa.
Como buen investigador tenía que
estar abierto a todos los indicios. Había que seguir todas las señales,
evidencias y demás acciones que lo condujeran a obtener una conclusión
verdadera sobre la muerte de Piero Rivetti y los otros sacerdotes: Josh Miller
y Richard Duncan. Por eso era necesario entrevistarse con las autoridades de “Lago
Feliz” y especialmente con Burt Nielsen:
Comisionado de Policía de la ciudad de Orlando quien era la máxima autoridad y
podría ayudarlo a obtener toda la información que requería para esclarecer los
asesinatos.
Tuvo oportunidad de conocer a
Nielsen en un congreso internacional sobre prevención de lavado de dinero y
legitimación de capitales, donde ambos concurrieron hacía diez años en Washington dictado por el FBI, cuando éste era capitán de la
policía estatal. Allí coincidieron con otras tantas autoridades de diversos
países y estuvieron compartiendo por quince días, pero en realidad no tenían
una relación de amistad. Su comunicación se limitaba a intercambio de
informaciones dentro del ámbito policial. Aparte de eso, no sabía qué tipo de
vinculación podría guardar el comisionado con las más altas esferas del poder
en El Vaticano. «Ya tendré la oportunidad de conversar con él»—pensó—…
Requería conocer con precisión sobre
todas las actividades del malogrado exorcista y no se basó exclusivamente en la información proporcionada
por el Arzobispo, ya que sabía que podía estar sesgada y de acuerdo a los
intereses de la Iglesia. Buscando en la Internet descubrió con sorpresa que el
sacerdote era el autor de unos cuantos libros referentes a Satanás: “El Demonio
al Acecho de la Iglesia Católica”, “Conductas Demoniacas”, “Laberintos
Oscuros”, “Maneras de Combatir a Satanás”, “Mi Lucha Contra el Mal”, entre
otras tantas obras de ese tipo. Inclusive tenía un blog personal donde exponía
una treintena de casos en donde intervino—omitiendo los nombres de los
exorcizados—expulsando al demonio y hacía gala de un auténtico conocimiento en
estas lides espirituales de combate contra las fuerzas demoníacas. En su página
personal se presentaba como sacerdote, teólogo y experto en demonios; además de
su currículum de estudios desde el seminario, contando con una maestría sobre
historia del cristianismo, hasta efectuar su doctorado en teología en Roma y
llegar a consagrase como “experto en demonología”. Tenía una gran cantidad de seguidores, muchos
de ellos le escribían solicitándole ayuda debido a que sentían ciertas
“presencias” en sus viviendas. Otras se referían al cambio de carácter y
conducta de algún familiar; e inclusive, había algunos que hasta le rogaban que
acudieran en su ayuda para poder arrojar al mal de sus vidas.
— «Pareciera que hay una
pandemia demoníaca—pensó con incredulidad…»
Pero su escepticismo y rechazo
al trabajo de Rivetti iba en aumento debido a las respuestas poco ortodoxas que
contestaba a las preguntas de quienes le consultaban. Según éste, no había lugar a dudas respecto a
la influencia del mal sobre la tierra. Parecía que el demonio habitara en todos
los lugares y rincones apoderándose de la humanidad. Su cruzada contra Satanás lucía más bien como
los delirios de un fanático religioso de la santa inquisición, que veía al
demonio por doquier sin preguntarse si la causa de esos males era debido a otra
tipo de etiología, diferente a la religiosa…
Tantos años en su cargo le
permitió relacionarse con los jefes de policía de otras naciones. Con algunos
de ellos guardaba una estrecha amistad. Por lo que solicitó a sus excolegas
toda la información que pudieran obtener sobre Piero Rivetti Cavazzi. Desde sus
movimientos migratorios hasta cualquier otra información de relevancia que se
pudiera obtener. Dicha solicitud fue enviada a varios destinatarios de diversas
latitudes de los cinco continentes…
Prosiguió observando las fotos
del caso en la computadora. «Es necesario revisar a fondo qué sucedió con los
tres sacerdotes—pensó— no puedo basarme únicamente en lo que tengo en mi poder.
Este caso es complicado y debo tratarlo con suma delicadeza…»
Agotado con el esfuerzo
desplegado desde tempranas horas, apagó la lámpara de mesa y se retiró las
gafas con la mano izquierda poniéndolas sobre el escritorio, colocando los
dedos índices y pulgar de su otra mano sobre sus parpados masajeando sus ojos
cansados que le causaban ardor. Luego situó las manos entrelazadas tras su nuca
estirando las piernas. Miró el reloj digital gris que se encontraba frente a
sus ojos en la pared y se sorprendió al ver que eran casi las tres de la
madrugada. El tiempo había transcurrido velozmente y llevaba en ese lugar más de tres horas.
Con razón la casa se sentía tan
vacía, en silencio y se encontraba tan cansado a la vez que somnoliento. Se retrepó sobre el espaldar del sillón
empezando a contemplar el techo, meditando. Tratando de hallar en los
resquicios de su cerebro las respuestas a todas las interrogantes que se
amontonaban en su cabeza. « ¿Será que estoy siendo demasiado duro y
desconfiado?—se preguntó—o en verdad hay algo que no me han dicho…»
Desde la reunión que sostuvo en
la mañana lo acompañaba una sensación de ansiedad que nunca antes experimentó. Lo quería atribuir a todo lo
que vio y leyó sobre este caso tan
especial que ahora, era una obligación que no debió haber aceptado. Le costaba reconocer qué era aquello que lo
hacía desear retirarse del caso. ¿Era tan solo el efecto de haber visto el
cuerpo del sacerdote en aquella deplorable condición o existía algo más? ¿Sería
temor quizás? « ¿Pero a qué?—se
preguntó— En el transcurso de su trabajo había lidiado con muchos delincuentes
y de igual forma homicidios de diversa índole; pero tenía que admitirlo: Jamás
se encontró con algo como esto. Muy
dentro de sí, intuía que había algo muy extraño. Algo que le costaba descifrar…
De una manera inesperada sintió
una pequeña brisa que entraba desde la calle a través de la ventana del
despacho. Como si fuera una ligera caricia que lo hizo aspirar el aire tratando
de relajarse. Estiró las piernas y empezó a empujarse con los pies, haciendo
que las patas delanteras del sillón se levantaran un poco balanceando el
asiento. Abrió los ojos y empezó contemplar las sombras que formaban el exiguo
rayo de luz que venía del exterior. Le parecía que diminutas agujas entraban en
sus ojos causándole un ligero escozor forzando a cerrarlos una vez más por unos
instantes, mientras proseguía meciéndose hasta que, sin darse cuenta, se
impulsó demasiado y perdiendo el
equilibrio, cayó pesadamente hacia atrás…
Instintivamente colocó sus
brazos hacia la parte posterior del cuerpo para protegerse de la caída pero;
por la rapidez de la precipitación, no se percató que descendía de forma
diagonal hacia la izquierda y el peso de su humanidad fue soportado por el codo
de ese lado. Pudo sentir como si mil voltios hubiesen atravesado su
articulación, pasando por su antebrazo y llegando hasta el hombro. Mientras
caía, los pies se elevaron violentamente pateando el escritorio, haciendo volar
el teclado y el ratón a la vez que desconectando el ordenador, apagándolo.
En medio de la oscuridad, se
incorporó del suelo con un agudo dolor haciéndolo apretar los dientes para
evitar gritar. Llevando de forma instintiva la mano derecha a la articulación
lesionada masajeándola, tratando de mitigar su tormento e imaginando que había
sufrido una fractura u otra lesión considerable; además del ruido que causó su caída llevándose consigo lo que se
hallaba sobre su escritorio creía haber alborotado hasta a los vecinos: «con
este ruido me imagino que las desperté… »—pensó— luego salió del estudio hacia
la cocina ubicada en la planta baja con la intención de conseguir algo de hielo
para colocárselo en la parte donde sufrió el golpe. Comenzó a atravesar el
pasadizo que conectaba el recinto con el resto de las habitaciones apenas iluminado
por la luz de la luna que entraba por su despacho, cuando a unos cinco metros
de distancia al final del corredor algo cruzó frente a él y al principio le
pareció ser una silueta. Duró menos de un segundo, pero lo tomó por sorpresa
colocándolo en guardia: — ¡Mi amor!, ¡Lucía!—llamó despacio, pensando que se
trataba de su esposa sin obtener respuesta. Continuó avanzando hasta llegar al
otro extremo del corredor. Intentó encender el interruptor y en ese instante,
la poca claridad que le llegaba desde su oficina se apagó quedando la casa en
penumbras. De nuevo presionó el interruptor de la electricidad pero la
oscuridad prevaleció en el lugar. «Qué raro —pensó— debe haber un problema con
los fusibles o algún apagón en la zona». Volteó tratando de distinguir entre
las sombras la habitación de Carla, pero esta se hallaba cerrada al igual que
la principal donde descansaba su esposa. «Dios—pensó— con este dolor y a
oscuras, mejor voy abajo a buscar el hielo». A tientas procedió a bajar las
escaleras con el codo latiéndole como si le hubieran introducido un clavo de
metal al rojo vivo. Sujeto al pasamano, empezó a descender y con dificultad
llegó a la planta baja. Tocando la pared se pudo orientar y de esta manera se
dirigió a la cocina, llegó hasta la nevera y de la parte superior extrajo un
paquete de carne congelada que se colocó en el codo lo cual poco a poco lo
empezó a aliviar. Ya no sentía el clavo ardiente, ahora era un latido que poco
a poco iba decreciendo en intensidad…
En medio de la oscuridad buscaba
a tientas una de las gavetas donde sabía que encontraría una linterna. La mano
derecha la tenía entumecida y adolorida por haber estado sosteniendo el paquete
de carne congelada. Colocó el bloque helado sobre la mesa y empezó a sacudir su
extremidad, permitiendo que entrara en calor, acalambrada y adormecida por el
frío que había soportado. Numerosas agujas penetraron en su mano causándole un
ligero dolor, mientras la sangre reanudaba su camino entre la palma, dorso y
dedos, hasta que pudo moverla con normalidad. Por fin encontró el mueble que
buscaba y palpándolo comenzó a examinar hasta que encontró la linterna que
requería. Una vez que la encendió, un rayo de luminosidad atravesó la lobreguez
aterrizando sobre la pared formando un pequeño círculo de luz.
De inmediato pudo sentir como un
nudo se instaló de sus entrañas y su piel se erizó cuando vio que la huella de
una mano en la pared dejó un rastro de
sangre horizontal de manera irregular. Parecía que hubiesen querido pintar el
recinto con ese fluido oscuro y pegajoso que resplandecía de un modo macabro
bajo la luz de la linterna. Las gotas de ese líquido iban cayendo lentamente
desplazándose sobre la superficie de la pared y creaban unas angostas líneas
irregulares en su lenta carrera por llegar al piso atraídas por la gravedad.
Trató de serenarse, el dolor del codo había quedado fuera de su cabeza y ahora
sentía la angustia que proporciona el pavor ante lo inesperado. Siguió el
trayecto del espantoso “decorado” escarlata con la luz de la linterna que
llegaba a la puerta de la cocina. « ¿Qué está sucediendo? »—Pensó— tratando de
dominar el miedo, abrió despacio el acceso pero la huella del arrastre de la
mano continuaba hacia el salón principal. Se dirigía hacia la sala de estar
cuando escuchó un susurro que venía desde arriba: —no, por favor…— era una voz
de hombre que le resultaba conocida pero no reconocía. —No lo hagas, no…—
tratando de no hacer ruido, comenzó a subir las escaleras. Una vez que llegó a
la parte superior de la casa, alumbró hacia el fondo, donde se encontraba la
habitación principal aún con la puerta cerrada… —ten piedad, no lo hagas, no…—se
oyó una vez más…
Aún en penumbras, auxiliado
apenas por el débil rayo de luz, avanzó hacia el lugar de donde provenía el
ruego. Dirigiendo el haz luminoso por el recinto constató aterrorizado que el
rastro sangriento teñía las paredes en ambos lados del pasadizo cubriendo las
puertas de las habitaciones. Roberto no podía creer lo que estaba
sucediendo…—te lo ruego, detente…— se escuchaba desde la habitación de su hija.
A pesar del pánico que sentía en
ese momento, se sobrepuso y continuó avanzando en silencio…
El surco carmesí llegaba de
manera directa a la recámara de Carla. Roberto se detuvo en la puerta y la
empujó con suavidad. La alcoba estaba
parcialmente a oscuras iluminada en exclusividad por la claridad que atravesaba
la ventana… —por fa…vor— prosiguió el susurro. Empezó a alumbrar el dormitorio
y el hilo de claridad atravesó las tinieblas enfocándose en la cama. Sintió un
leve mareo que lo hizo trastabillar. En un principio no podía reconocer lo que
había sobre ella. Prosiguió iluminando y una ola de espanto y repugnancia
invadió todo su ser quitándole el aliento ante la escalofriante visión que
tenía ante él…
Carla se hallaba sobre la cama
anegada en ese líquido oscuro y viscoso con aquel asqueroso olor metálico,
vistiendo un camisón de dormir blanco atravesado por la claridad que traslucía
su silueta. Estaba con las piernas abiertas sentada sobre un bulto que Roberto
no lograba determinar. Blandía un temible cuchillo de cocina de unos treinta
centímetros de longitud que centelleaba macabramente en la penumbra, como un
relámpago infernal volando de arriba hacia abajo. Parecía un ave de presa
precipitándose en picada en el mar zambulléndose para atrapar a su víctima.
Descendía de forma vertical y desaparecía en medio de la nada. Luego se elevaba
otra vez para caer de manera diagonal hacia la izquierda, luego a la derecha
con un ritmo acompasado y sin prisa. Como si estuviera disfrutando el momento.
La mujer acuchillaba sin cesar hacia abajo con ambas manos y toda su energía. Cada
fendiente que propinaba, cada una de las terribles estocadas provocaba el
siniestro sonido del acero rompiendo la piel, grasa, carne y huesos de su
torturado. El sonido era semejante al de amasar la carne húmeda: al penetrar el
metal hasta el final se topaba con la resistencia del mango de madera que
detenía su avance sonando como pequeños chapoteos: plub, plub. Al retirar el
arma, una vez rota la resistencia corpórea, se deslizaba hacia arriba
retornando por la herida y provocando el roce de la hoja en los labios de la
abertura… ssiss, ssiss. La sangre oscura que salía del cuerpo,
salpicaba en todas direcciones manchando el piso, las paredes, el techo y el
cuerpo de su verdugo quien guardaba silencio, concentrada en despedazar a su
víctima…
Roberto permanecía inmóvil,
atónito por lo que estaba viendo. Sus músculos no respondían…tan solo los
escalofriantes: plub,.. ssiss,… plub,…
ssiss… se oían sin parar. Aterrorizado podía observar a la luz de la
linterna como pedazos de intestinos y otros órganos caían de la cama, cortados
de una manera salvaje por su hija que no cesaba en su macabro frenesí de horror
y crueldad… plub, ssiss…plub, ssiss…
Luego de ello Carla se levantó de la cama y se colocó de espaldas a un espejo
ubicado junto a la pared. La mujer estaba empapada por completo en sangre y
restos humanos, y en ese instante miró a
su padre. Los ojos resplandecían en la oscuridad de la noche como dos pequeñas
chispas. —Tenías razón papá—dijo la mujer—siempre la tienes…
Roberto se acercó con lentitud hacia
la cama, y pudo comprobar que en esta yacía el cuerpo despedazado del exesposo
de su hija, Alfredo.
— ¡Carla!, ¡hija!: ¿Qué has
hecho? ¿Qué… has hecho?...— preguntó Roberto— mientras miraba impotente cómo la
mujer, teñida en ese fluido oscuro levantaba los brazos en cruz. La mano
derecha aún sostenía el enorme y brillante metal, que fulguraba de una manera
extraña como si cobrase vida y buscase otro cuerpo en el cual cebarse para
continuar con su alucinante concierto de horror…
Carla inclinó la cabeza hacia la
derecha sin dejar de mirar a su padre; mientras éste como si estuviera
hipnotizado observaba inmóvil la mano que sostenía el acero. Continuó viendo
atontado la trayectoria lenta y certera de la hoja cuando descendía y se
clavaba de forma vertical en el abdomen de su hija y enseguida vino el terrible
sonido: Plub… Luego la otra mano se
aproximó sobre la primera uniéndose con un mismo fin, descendiendo lentamente con el sonido de su cuerpo
rasgándose: riiipppp… abriendo un
formidable surco entre el vientre y el pubis, saliendo una catarata
horripilante de partes corporales y fluidos diversos. Después de unos segundos,
cayó lo último del contenido de la humanidad de la mujer haciendo un ruido
especial como si se tratara de un trozo de carne fresca y húmeda estrellándose
contra el piso; contorsionándose por unos segundos cual si fuera un pez
moribundo tratando de conseguir el oxígeno que requería para poder vivir, sin
lograrlo. Una vez que “el pez” dejó de moverse, Carla extrajo el cuchillo de su
cuerpo; ssiss… y se agachó con la
piel partida como si fuera una bolsa de plástico abierta, a recoger su último
despojo. Luego de esto procedió a levantarse. En ese momento Roberto sentía que
su cabeza estaba a punto de estallar por el terrible dolor que experimentaba y
no pudo contener las náuseas cuando comprobó que se trataba de un feto…
Acto seguido, la mujer con el diminuto
cadáver en sus manos, lo elevó en el aire mostrándoselo a su padre y le dijo: —
Este es tu nieto. Míralo papá…— luego retrocedió un paso. Roberto por fin pudo
reaccionar y estirando su mano para sujetar a Carla le dijo: —no, por favor,
no— Sin detenerse, aún sosteniendo el producto de su vientre la mujer levantó la
cabeza hacia atrás dejándose caer de espaldas a través del espejo, desapareciendo
engullida por el reflejo de la noche… mientras su padre corría a sujetarla
gritando: — ¡NO, POR FAVOR! ¡NO LO HAGAS! ¡NO!
— ¡Roberto!, ¡ROBERTO!— Se
empezaron a escuchar los gritos que venían desde la habitación principal,
mientras una opresión y estremecimiento empezaron a apoderarse de su brazo
izquierdo. Poco a poco, el espasmo dio paso a unas vigorosas sacudidas… —
¡Roberto! ¡Roberto!—.
El asesor se encontraba en el
suelo tembloroso y empapado de sudor, trató de ver lo que sucedía pero su
visión se había tornado borrosa, era como un túnel lleno de humo donde al final
podía observar algo de claridad. Aún retumbaban en su cerebro los sonidos del
cuchillo enterrándose en el cuerpo de su hija. El espantoso plub… seguido del ssiss que en ese instante se entremezclaba con la voz que profería
su nombre. Al principio no comprendía lo que acontecía, pero poco a poco la
vista se aclaró por completo y pudo apreciar a su esposa quien lo sujetaba del
brazo, agitándolo y tratando de hacerlo reaccionar, preocupada al verlo en el
piso en esas condiciones. En ese momento llegó Carla presurosa al oír el grito
de su padre.
— ¿Papá que tienes?—preguntó—
¿Qué sucedió?, ¿Por qué gritabas?
Roberto no podía hablar, sentía
una tonelada de rocas en el pecho y respiraba rápidamente como si hubiese
estado corriendo. Miraba a Carla y con la mano temblorosa intentaba tocarle el
rostro y el cabello; tratando de cerciorarse de que estaba con vida. Pero su
cuerpo no respondía, se negaba con tenacidad a obedecerlo…
—Roberto, por Dios; di algo,
háblanos—dijo Lucía con la zozobra reflejada en el rostro.
—Papá por favor, papá— dijo
Carla— a quien empezaban a escapársele las lágrimas al ver que su padre no
podía pronunciar palabra alguna y le costaba respirar.
—Quédate con tu papá—dijo Lucía—voy
a llamar al 911.
Cuando su esposa intentaba
levantarse, por fin Roberto consiguió tener el control de sus facultades
físicas y la sujeto de la mano empezando a respirar de manera más lenta.
—No… no, llames a nadie. No
llames a nadie mi amor. Fue un sueño. Un terrible y espantoso sueño, nada más
que eso. Un gran sobresalto, ya se me
pasará, descuida…
— ¡Gracias a Dios!—dijo
Carla—abrazando a su padre, mientras Lucía lo besaba en el rostro.
—Vamos a llamar al médico—dijo su
esposa—ese desvanecimiento, tu respiración y…
—No es nada, —dijo
Roberto—quiero que estén conmigo. Por favor quédense aquí, necesito sentirlas…
De esa manera los tres
permanecieron juntos, mientras Roberto se aferraba a ellas. Asegurándose de que
estaban bien y que no ocurrió nada malo. Pero la verdad era otra; sentía que el
miedo, la angustia de perder a su familia lo había conmocionado y que su
imaginación le jugó una pavorosa pasada. Ese aterrador sueño; esa horrorosa
pesadilla fue demasiado cruda y real. Aún no tenía claro si había estado
soñando, o fue una alucinación premonitoria…
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