jueves, 28 de noviembre de 2013

Cuento "Algo llamado Enoch" de Robert Bloch.






Robert Bloch
 (Para móvil)


EMPIEZA siempre de la misma manera.
Ante todo, la sensación.
¿No habéis notado nunca el paso de un pequeño pie que camina sobre vuestro cráneo? ¿Un sonido de pasos sobre vuestra calavera, arriba y abajo, arriba y abajo?
Empieza siempre asi.
No podéis ver quién es el que camina. Después de todo, está encima de vuestra cabeza. Si sois hábiles, esperáis el momento oportuno y pasáis súbitamente una mano por vuestros cabellos. Pero nunca podréis atrapar a quien camina de esa manera, y él lo sabe. Aunque apretéis ambas manos contra la cabeza, él siempre consigue escabullirse. O tal vez salta.
Es terriblemente rápido. Y no podéis ignorarlo. Si intentáis no escuchar sus pasos, hace más ruido. Se desliza hacia atrás, a lo largo de vuestro cráneo, y os musita algo al oído.
Podéis sentir su cuerpo, minúsculo y frío, apretado, adherido a la base de vuestro cerebro. Sus garras deben de ser suaves, pues no hacen daño, pero más tarde encontraréis pequeños arañazos en el cuello, que sangran y sangran.
Todo lo que sabéis es que algo minúsculo y frío está ahí adherido. Está pegado, y os susurra al oído.
Esto ocurre cuando quereis combatirlo. Intentáis no escuchar lo que dice. Porque Si lo escucháis, estáis perdidos. Y luego tenéis que obedecerle.
¡Oh, es sabio y malvado!
Él sabe cómo luchar y amenazar si osáis oponerle resistencia. Pero yo mismo, alguna vez, lo intento, aunque es mejor para mí escuchar y obedecer.
Mientras esté dispuesto a escucharlo, por otra parte, las cosas no marchan demasiado mal. Porque él sabe ser persuasivo, sabe tentar. ¡Cuántas cosas ha prometido en sus pequeños, insinuantes cuchicheos!
Y mantiene sus promesas.
La gente cree que soy pobre, porque nunca tengo un céntimo y porque vivo en una vieja choza a la orilla del pantano. Pero él me ha hecho rico.
Cuando hago lo que él quiere, me lleva consigo, fuera de mí mismo, durante días y días. Hay otros lugares más allá de este mundo. Lugares donde yo soy rey.
La gente se burla de mí y dice que no tengo amigos: las chicas de la ciudad me llaman "espantapájaros".
A veces -después de que he cumplido sus órdenes- me trae reinas que comparten mi lecho.
¿Sueños? No creo. Es la otra vida la que sólo es un sueño; la vida en la choza a la orilla del pantano. Esa vida no me parece real.
Y tampoco los homicidios.
¡Sí, yo mato gente!
Enoch lo desea, ¿sabéis?
Me lo ordena. Me pide que mate para él.
No me gusta matar. Alguna vez he intentado combatirlo, rebelarme -ya os lo he dicho, ¿os acordáis?-, pero ahora ya no puedo.
Él quiere que yo mate. Enoch. La cosa que vive encima de mi cabeza. No puedo verlo, no puedo atraparlo. Sólo puedo notarlo, escucharlo. Sólo puedo obedecerle.
A veces me deja solo durante días y días. Luego, de pronto, lo noto ahí, rascando sobre mi cerebro. Oigo su murmullo uniforme, y me habla de alguien que está atravesando el pantano.
No sé cómo hace para saberlo. Él no puede haberlos visto, y, sin embargo, los describe perfectamente.
-Hay un vagabundo que pasea por la calle Aylesworthy. Un hombre bajo, grueso, de aspecto fiero. Se llama Mike. Lleva un vestido marrón. Dentro de diez minutos, cuando se ponga el sol, estará en el pantano y se detendrá bajo el gran árbol, cerca del depósito de desperdicios. Convendrá que te escondas detrás del árbol. Espera hasta que empiece a buscar leña para el fuego. Después ya sabes lo que tienes que hacer. ¡Ahora coge el hacha, corre!
A veces le pregunto a Enoch qué me va a dar. Me fío de él. Y sé que tengo que hacerle caso de todas formas. Por tanto, me conviene hacerlo en seguida. Enoch nunca se equivoca, nunca me compromete.
Siempre ha sido así, hasta la última vez.
Una noche estaba en mi cabaña, comiendo sopa, cuando me habló de aquella chica.
-Vendrá aquí -me susurró-, Es una chica muy hermosa, vestida de negro. Tiene una magnífica cabeza, con estupendos huesos. ¡Estupendos!
En un principio pensé que estaba hablando de una recompensa para mí. Pero Enoch hablaba de una persona de verdad.
-Llamará a la puerta y te pedirá que la ayudes a arreglar su automóvil. Ha tomado este camino para llegar antes a la ciudad. Ahora el coche está precisamente en el pantano. Hay que cambiar una rueda.
Era gracioso oir a Enoch hablar de coches. Pero él lo sabe todo también de los coches. Lo sabe todo de todo.
-Saldrás para ayudarla cuando te lo pida. No cojas nada. En el coche lleva una llave inglesa. Úsala.
Esa vez intenté rebelarme.
-No quiero hacerlo, no quiero hacerlo.
Se echó a reír. Luego me dijo lo que haría si yo me negaba. Habló y habló.
-Es mejor que se lo haga a ella y no a ti...,-dijo Enoch-. O acaso prefieres que yo...
-No –grité-. No. ¡Lo haré!
-¡Por fin! -musitó Enoch-. No puedo evitarlo. Debe suceder a menudo. Para que yo pueda vivir, para que sea fuerte. De este modo puedo servirte. Puedo darte todo lo que desees. Por eso debes obedecerme. Si no quieres, quédate aquí y...
-¡No! -dije-. lo haré.
Y lo hice.
La chica llamó a mi puerta algunos minutos después, y sucedió exactamente lo que Enoch había dicho.
Era una hermosa chica, con el pelo rubio. Me gusta el pelo rubio. Mientras iba con ella hacia el pantano, estaba contento de no tener que estropear sus cabellos.
La golpeé en el cuello con la llave inglesa.
Enoch me dijo lo que tenía que hacer, paso a paso.
Después usé el hacha y arrojé el cuerpo a las arenas movedizas. Enoch estaba conmigo y me aconsejó que no dejara huellas. Me deshice de los zapatos.
Le pregunté que tenía que hacer con el auto. Enoch me sugirió que lo empujara hasta la arena movediza con un largo tronco. No estaba seguro de conseguirlo, pero lo logré. Incluso antes de lo que pensaba.
Era un alivio ver el coche hundirse en el pantano. Tiré también la llave inglesa. Luego Enoch me dijo que volviera a casa. Empecé a notar una acolchada sensación de sueño. Noté vagamente que Enoch me abandonaba, corriendo locamente hacia el pantano para tomar su recompensa...
No sé cuanto tiempo dormí. Creo que mucho. Todo lo que recuerdo es que por fin comencé a despertar. Sabía que Enoch estaba de nuevo conmigo, pero presentí que algo no marchaba como era debido.
Luego me desperté por completo, pues comprendí que estaban llamando a la puerta.
Esperé un momento. Pensé que Enoch me habría sugerido lo que tenía que hacer.
Pero Enoch dormía. Él duerme siempre después de... Nada puede despertarlo durante días y días. Y durante ese tiempo, yo estoy libre. Normalmente me gusta esa libertad. Pero no en aquel momento. ¡En aquel momento necesitaba su ayuda!
Los golpes en mi puerta se intensificaron, por lo que me levanté a abrir.
Entró el viejo sheriff Shelby.
-Vamos, Seth -me dijo-. Estás detenido.
No dije nada. Sus ojuelos negros rebuscaban por todos los rincones de la cabaña. Cuando me miró, hubiera querido esconderme. Estaba muy asustado.
-La familia de Emily Robbins nos ha informado que la chica tenía que pasar por el pantano -me dijo el sheriff-. Entonces hemos seguido el rastro de las ruedas hasta las arenas movedizas.
Enoch se había olvidado del rastro de los neumáticos... ¿Qué debía decir?
-Cualquier cosa que digas puede ser usada en tu contra -añadió el sheriff Shelby-. ¡Vamos Seth!
Fui con él. No podía hacer otra cosa. Fui con él a la ciudad, y una gran multitud corría tras el coche. Había también mujeres, y les gritaban a los hombres que me colgasen.
Pero el sheriff Shelby los mantuvo alejados, y por fin llegué sano y salvo a la prisión. El sheriff me hizo pasar a la celda central. Las dos celdas a ambos lados estaban vacías, y por tanto, estaba solo. Solo, sin contar a Enoch, que seguía durmiendo a pesar de todo.
Todavía era temprano, y el sheriff salió con otros hombres. Me imaginé que irían a sacar los cuerpos de las arenas movedizas. Pero no pregunté nada, aunque me inspiraba curiosidad.


Con Charley Potter era otra cosa. Quería saberlo todo. El sheriff Shelby lo había dejado de guardia durante su ausencia. Me trajo el desayuno y empezó a hacerme un montón de preguntas.
Pero yo permanecí callado. Sólo me faltaba ponerme a hablar con un chiflado como Charley Potter. Él pensaba que yo estaba loco. Igual que la plebe de allí fuera. Mucha gente, en la ciudad, estaba convencida de mi locura, posiblemente por lo de mi madre, y también porque vivía solo cerca del pantano.
¿Qué le podía decir a Charley Potter? Si le hubiera hablado de Enoch no me habría creído.
Por eso no hablé.
Me limité a escuchar.
Charley Potter me habló de la búsqueda de Emily Robbins. Me habló también de las dudas que el sheriff albergaba sobre la desaparición de otras personas. Me dijo que habría un gran proceso y que vendría el Procurador del Distrito desde Country Seat. Había oído decir también que mandarían un médico para que me visitara.
En efecto, era verdad. En cuanto terminé de desayunar, llegó el doctor. Charley Potter lo vio llegar y salió a su encuentro. Le costó bastante trabajo dispersar a la gente que quería entrar. Creo que querían lincharme.
El doctor era un hombre pequeño, con una ridícula barbita. Le dijo a Charley Potter que se alejara, se sentó fuera de la celda y comenzó a hablarme.
Se llamaba Silversmith.
Hasta aquel momento yo no había comprendido gran cosa. Había pasado todo demasiado de prisa y no había tenido tiempo ni de pensar. Parecía un sueño: el sheriff, la multitud y aquella conversación sobre el proceso; el linchamiento, el cuerpo en el pantano...
Pero, de alguna manera, la visita del doctor Silversmith cambió la situación.
Era una persona de verdad. Era un médico que había intentado hacerme internar cuando encontraron a mi madre.
Ésa fue la primera cosa que el doctor Silversmith me preguntó: qué le había pasado a mi madre.
Parecía como si lo supiera casi todo sobre mí, y por eso me resultó más sencillo hablar.
Me puse a hablarle de mil cosas. De cómo mi madre y yo vivíamos en la cabaña. Cómo fabricaba ella los filtros y los vendía. Le hablé de la gran olla, de cómo recogíamos hierbas aromáticas por la noche. De cuando mi madre salió sola y de los extraños ruidos que oí.
No quería decirle más. Pero el doctor sabía que a mi madre la llamaban "bruja". Sabía también cómo había muerto, cuando Sante Dinorelli había venido a nuestra choza aquella tarde y la había apuñalado por hacer un filtro para su hija, que se había fugado con aquel hombre. Sabía que vivía solo en el pantano.
Pero no sabía de Enoch.
Enoch, que estaba durmiendo sobre mi cabeza, que no sabía lo que me estaba pasando...
De alguna manera le hablé de Enoch al doctor Silversmith. Quería explicarle que en realidad no había sido yo quien había matado a la chica. Por eso tuve que hablar de Enoch y de cómo mi madre había hecho el pacto en el bosque. No me llevó consigo, yo sólo tenía doce años; pero se llevó un poco de sangre mía en un frasco.
Cuando volvió, Enoch estaba con ella. Y sería mío para siempre, me aseguró mi madre, y me ayudaría y protegería siempre.
Dije estas cosas con mucha cautela, y expliqué por qué no podía hacer nada solo: desde que había muerto mi madre, Enoch me había guiado siempre.
Sí, durante todos aquellos años, Enoch me había protegido siempre, como había acordado con mi madre. Ella sabía que yo no podía quedarme solo. Le expliqué esto al doctor Silversmith, porque me parecía un hombre sabio, capaz de comprenderme. Pero me equivocaba.
Me di cuenta en seguida. Porque mientras el doctor meneaba la cabeza y repetía continuamente "sí, sí", yo notaba sus ojos sobre mí. La misma mirada de la plebe. Ojos mezquinos. Ojos que no te creen cuando te miran. Ojos curiosos, furtivos.
Me hizo un montón de preguntas ridículas. Sobre Enoch, ante todo. Yo sabía que no creía en él. Me preguntó cómo podía sentir a Enoch si no era capaz de verlo. Me preguntó si había oído otras voces. Me preguntó qué había sentido mientras mataba a Emily Robbins y si yo...
Pero yo no tenía la menor intención de contestar a sus preguntas. Me hablaba como si estuviera loco.
Me había engañado, hablando de Enoch. Me lo demostró al preguntarme cuántas personas más había matado. Y además quería saber dónde estaban sus cabezas.
No podía engañarme otra vez.
Me reí de él y me encerré en mí mismo como una ostra.
El doctor se marchó meneando la cabeza. Me reí de él porque sabia que no había encontrado lo que buscaba. Él quería descubrir todos los secretos de mi madre, los míos y los de Enoch.
Pero no lo había conseguido y yo me reía. Luego me acosté. Dormí casi toda la tarde.


Cuando desperté había otra persona junto a mi celda. Tenía un rostro grande y sonriente y ojos simpáticos.
-Hallo, Seth -dijo amigablemente-. ¿Has dormido bien?
Me toqué la cabeza. Enoch estaba allí y dormía. Se mueve incluso mientras duerme.
-No te asustes -dijo el hombre-. No quiero hacerte daño.
-¿Le ha mandado el doctor? -le pregunté.
El hombre rió.
-No, no te preocupes. Me llamo Cassidy. Edwin Cassidy. Soy el Procurador del distrito. ¿Puedo entrar?
-Estoy encerrado -le dije.
-Le he pedido la llave al sheriff -me informó.
Abrió la celda, entró y se sentó en la litera, junto a mí.
-¿No tiene miedo? -le pregunté-. Dicen que soy un asesino.
-¿Por qué, Seth? -Mr. Cassidy rió-. No tengo miedo de ti. Yo sé que tú no querías matar.
Apoyó su mano sobre mi hombro y yo no me aparté. Era una mano suave, blanda, gruesa. Llevaba un enorme brillante en un dedo.
-¿Cómo es Enoch? -preguntó.
Me sobresalté.
-No te preocupes. El imbécil del doctor me ha hablado de él. Él no entiende estas cosas, ¿no es así, Seth? Pero tú y yo, sí.
-El doctor cree que estoy loco -musité.
-Bueno, Seth; hay que reconocer que es un asunto un poco difícil de entender. Yo vengo del pantano, donde el sheriff Shelby y otros hombres están todavía trabajando. Han encontrado el cuerpo de Emily Robbins hace unos minutos. Y también otros cuerpos. Un hombre grueso, un muchacho, varios indios... Las arenas movedizas conservan los cuerpos, ¿lo sabías?
Miré sus ojos. Aún sonreían; podía fiarme de aquel hombre.
-Encontrarán más cuerpos, ¿no es cierto, Seth?
Asentí.
-Pero no me he quedado más tiempo en el pantano. He visto lo suficiente para comprender que decías la verdad. Enoch te ha obligado a hacerlo, ¿verdad?
Asentí otra vez.
-Bien -dijo Mr. Cassidy, apretando mi hombro-. ¿Ves?, nosotros dos nos comprendernos. Por eso quiero preguntarte algo.
-¿Qué quiere saber? -pregunté.
-Oh, muchas cosas. Me interesa Enoch, ¿sabes? ¿Cuántas personas te ha pedido que mataras?
-Nueve.
-¿Están todas en las arenas movedizas?
-Sí.
-¿Sabes sus nombres?
-Sólo alguno. -Le dije los nombres que conocía-. A veces Enoch me las describe y yo voy a su encuentro -le expliqué.
Mr. Cassidy me ofreció cigarrillos:
-¿Quieres fumar?
-No gracias, no me gusta. Mi madre no me permitía fumar.
Mr. Cassidy rió. Guardó los cigarrillos.
-Tú puedes ayudarme mucho, Seth -me susurró-. Supongo que sabes lo que debe hacer el Procurador del distrito.
-Un proceso, con un abogado y cosas por el estilo, ¿no?
-Exacto. Y yo estaré en tu proceso, Seth. Tú no quieres hablar de lo que ha ocurrido delante de toda esa gente, ¿verdad?
-No, no quiero. No ante la gente de la ciudad. Me odian.
-Bien. Entonces, lo que tienes que hacer es decírmelo todo y yo hablaré por ti. ¿Te parece un pacto amistoso?
Esperé ardientemente que Enoch me ayudara. Pero dormía. Miré a Mr. Cassidy.
-Sí, le diré todo.
Le conté todo lo que sabía.
Me miraba lleno de interés, limitándose a escucharme.
-Una cosa mas –dijo-. Hemos encontrado muchos cuerpos en el pantano. Hemos podido identificar a Emily Robbins y a otros. Pero sería más sencillo si supiéramos más cosas. Debes decirmelas, Seth. ¿Dónde están las cabezas?
Me levanté y le di la espalda.
-Quisiera decírselo, pero no lo sé.
-¿No lo sabes?
-Yo se las doy a Enoch –expliqué-, ¿no comprende? Es precisamente por eso que tengo que matar para él. Quiere las cabezas.
Mr. Cassidy parecía perplejo.
-Él siempre me hace cortar las cabezas –proseguí-. Arrojo los cuerpos a las arenas movedizas, y dejo las cabezas. Luego vuelvo a casa. Él me hace dormir para darme la recompensa. Luego se va. Va donde están las cabezas. ¡Es eso lo que quiere!
-¿Para qué las quiere, Seth?
Se lo dije.
-No sería agradable para ustedes si las encontraran, ¿sabe? Probablemente no reconocerían nada.
-¿Por qué le dejas a Enoch hacer estas cosas?
-No tengo más remedio. De lo contrario me lo haría a mí. Me amenaza constantemente. Y sé que lo haría. Por eso tengo que obedecerle.
Mr. Cassidy me miraba, mientras caminaba arriba y abajo. No decía una palabra. Parecía muy nervioso. Cuando me acerqué a él, casi me pareció que se apartaba de mí.
-¿Hablará de todo esto en el proceso? -le pregunté-. ¿De Enoch y de todo lo demás?
Negó con la cabeza.
-No hablaré de Enoch en el proceso, y tampoco de las demás cosas -me contestó-. Nadie creería que Enoch existe.
-¿Por qué?
-Quiero ayudarte, Seth. ¿No sabes qué diría la gente si les hablara de Enoch? ¡Dirían que estás loco! Y tú no quieres que eso ocurra, ¿verdad?
-No; pero ¿qué quiere usted hacer? ¿Cómo puede ayudarme?
Mr. Cassidy sonrió.
-Tú tienes miedo de Enoch, ¿verdad? Bien, he encontrado una solución. Supón que me das a Enoch...
Me sobresalté.
-Sí, supón que me das a Enoch. Deja que me cuide de él durante el proceso. Ya no sería tuyo, y tú no tendrías que hablar de él. Probablemente él no quiere que la gente sepa que existe.
-En efecto –admití-. Enoch es un secreto. Pero no puedo dárselo sin antes pedirle su opinión. Y ahora está durmiendo.
-¿Está durmiendo?
-Sí, encima de mi cabeza. Tal vez usted pueda verlo.
Mr. Cassidy miró sobre mi cabeza y sonrió.
-Oh, yo puedo explicárselo todo cuando despierte. Cuando sepa que lo hemos hecho por su bien, estoy seguro de que se pondrá contento.
-Bueno, supongo que tiene razón -suspiré-. Pero tiene que prometerme que cuidará de él.
-¡Por supuesto! -me aseguró Mr. Cassidy.
-¿Y le dará lo que le pida?
-Claro.
-¿Y no le dirá nada a nadie?
-A nadie.
-¿Sabe lo que le ocurriría si se negara a darle a Enoch lo que desea? -advertí a Mr. Cassidy-. Él lo tomaría de usted a la fuerza.
-No te preocupes, Seth.
Quedé inmóvil algunos minutos. De pronto noté algo moverse sobre mi oreja.
-Enoch- susurré-, ¿me oyes?
Me oía.
Le expliqué todo. Le expliqué por qué lo iba a dar a Mr. Cassidy.
Enoch no dijo una palabra.
Mr. Cassidy callaba. Permanecía sentado, sonriendo. Debía de ser divertido verme hablar con "nada".
-¡Ve con Mr. Cassidy! -Susurré-. ¡Ve con él, ahora!
Enoch fue con él.
Noté que el peso abandonaba mi cabeza. Ninguna otra sensación, pero supe que se había ido.
-¿Lo nota, Mr. Cassidy? -pregunté.
-Que... ¡Oh, por supuesto! -contestó mientras se levantaba.
-Cuide de Enoch.
-Lo cuidaré.
-No se ponga el sombrero -le advertí-. A Enoch no le gustan los sombreros.
-Perdona, no me había dado cuenta. Ahora me voy. Me has ayudado mucho. Desde este momento podemos olvidarnos de Enoch y evitar hablar de él. Volveré a verte y hablaremos del proceso. El doctor Silversmith dirá que estás loco. Creo que es mejor que niegues cuanto has dicho. Ahora Enoch está conmigo.
Me pareció una buena idea. Mr. Cassidy sabía lo que se hacía.
-Como usted diga, Mr. Cassidy. Sea bueno con Enoch y él será bueno con usted.
Mr. Cassidy me dio la mano y se fue con Enoch. Me sentí cansado. Tal vez por la tensión de todo el día, o acaso porque Enoch ya no estaba conmigo. Volví a dormirme.


Me desperté muy avanzada la noche. El viejo Charley Potter estaba junto a la puerta de la celda. Me traía la cena.
Dio un respingo cuando lo saludé, y se alejó dándome la espalda.
-¡Asesino! -gritó-. ¡Han encontrado nueve cadáveres en el pantano! ¡Loco, demonio!
-Charley -le dije-, creía que eras mi amigo.
-¡Por todos los diablos! Me voy corriendo de aquí. Ya se encargará el sheriff, si quiere, de que nadie te linche. Pero para mí que pierde el tiempo.
Charley apagó las luces y se marchó. Lo oí cerrar la puerta principal y correr el cerrojo. Estaba solo en la cárcel.
Me resultaba extraño estar solo. Era la primera vez, después de tantos años: solo, sin Enoch.
Pasé los dedos por mis cabellos. Noté mi cabeza desolada y vacía.
La luna brillaba alta a través de la ventana. Me quedé de pie mirando al exterior.
Enoch amaba la luna. Se volvía vivaz, inquieto... y glotón. Me pregunté cómo se sentiría con Mr. Cassidy.
Permanecí largo tiempo mirando la luna. Mis piernas estaban entumecidas cuando me volví al oír ruido en la puerta principal.
Luego se abrió la puerta de mi celda y Mr. Cassidy entró corriendo:
-¡Quítamelo de encima! –gritó-. ¡Quítamelo!
-¿Qué ocurre?- pregunté.
-Enoch... Creía que estabas loco... ¡Tal vez yo mismo esté loco! Pero quítamelo...
-¿Por qué, Mr. Cassidy? Yo le había dicho cómo era Enoch.
-Se está arrastrando sobre mi cabeza. Lo noto. Y oigo sus palabras, ¡las cosas que susurra!
-Ya se lo dije. Enoch quiere algo, ¿no es cierto? Usted sabe lo que quiere. Y debe dársdo. ¡Lo ha prometido!
-¡No puedo! ¡No quiero matar para él! ¡No puede obligarme!
-Sí puede. Él necesita eso.
Mr. Cassidy se asió a los barrotes de mi celda.
-¡Seth, tienes que ayudarme! flama a Enoch. Hazlo volver contigo. ¡De prisa...
-Está bien, Mr. Cassidy.
Llamé a Enoch. No contestó. Lo volví a llamar. Silencio.
Mr. Cassidy comenzó a gritar. Sentí escalofríos y me dio mucha pena. Pero no había querido hacerme caso. ¡Sé lo que es capaz de hacer Enoch cuando susurra de esa manera! Primero intenta persuadir, luego suplica, por fin amenaza...
-Es mejor que obedezca -le dije a Mr. Cassidy-. ¿Le ha dicho a quién tiene que matar?
-¡No quiero! –sollozó-. ¡No quiero, no quiero!
-¿Qué es lo que no quiere?
-No quiero matar al doctor Silversmith para darle su cabeza a Enoch. Me quedaré aquí en la celda, donde estoy a salvo...
Se sentó, acurrucado, apretándose la cabeza con las manos.
-Es mejor que obedezca –grité-, de lo contrario Enoch hará algo. ¡Por favor, Mr. Cassidy, dese prisa...!
Mr. Cassidy gimió débilmente y pensé que se había desmayado. No hablaba, no se movía. Lo llamé varias veces, pero no me contestó. ¿Qué podía hacer? Me senté en un rincón y miré la luna. La luna siempre vuelve violento a Enoch.
Mr. Cassidy comenzó a gritar. No en voz alta, sino en lo profundo de su garganta. No se movía: gritaba tan sólo.
Supe que era Enoch: ¡estaba tomando de él lo que deseaba!
¿Qué podía hacer yo? No podía detener a Enoch. Había advertido a Mr. Cassidy.
Permanecí sentado y me tapé los oídos con las manos hasta que hubo acabado todo.
Cuando me volví, Mr. Cassidy seguía agarrado a los barrotes. No se oía ningún ruido. ¡Oh, sí! ¡Sí, se oía un ruido! Un ronroneo. Un dulce y lejano ronroneo. El ronroneo de Enoch después de haber comido. Luego percibí como un ligero raspar. ¡Las garras de Enoch, cuando da saltitos de satisfacción!
Los ruidos procedían del interior de la cabeza de Mr. Cassidy. Era Enoch, claro, y estaba contento.
Yo también estaba contento.
Cogí lentamente las llaves del bolsillo de Mr. Cassidy. Abrí la celda y fui otra vez libre.
No hacía ninguna falta que yo me quedara allí, ahora que Mr. Cassidy estaba muerto. Y tampoco Enoch quería quedarse allí. Lo llamé:
-¡Aquí, Enoch!
Vi una especie de luz blanca surgir del gran agujero rojo en el que había comido.
Luego sentí el blando, frío, ligero peso posarse otra vez sobre mi cabeza: ¡Enoch había vuelto a casa!
Atravesé los pasillos y abrí la puerta de la prisión. Sentí los pasitos de Enoch arriba y abajo sobre mi cráneo, sobre mi cerebro.
Caminamos juntos en la noche. La luna brillaba. Todo era silencio. Sólo oía el parloteo y las ahogadas risitas de Enoch junto a mi oído.


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